Puestos a ser independentistas, los nacionalistas catalanes prefieren votar “pata negra”.
El Partido Socialista de Cataluña tiene ya candidato para la Presidencia de la Generalitat en las elecciones que Artur Mas ha convocado para el 25 de noviembre de 2012.
No ha sido tarea fácil para un partido que está viviendo las horas más bajas desde la Transición. Este 1 de octubre, las encuestas publicadas le auguraban un descenso de 3 diputados en el nuevo arco del Parlamento Autonómico.
Aparentemente éstos tres escaños irían al bolsillo de la coalición CIU, que roza una mayoría absoluta aunque a Artur Mas aún le parece insuficiente para su proyecto de Estado Catalán.
Ciertamente, CIU está ganando de 4 a 5 escaños en las encuestas, pero ese saldo ha pasado antes por alguna resta. Los 3 diputados que ganaría Esquerra Republicana procederían, sobre todo, de los soberanistas defraudados por una supuesta «tibieza» nacionalista de un Artur Mas que, según ese electorado, debería ya haber proclamado el Estado Catalán en un balcón.
Puestos a ser independentistas, prefieren votar «pata negra».
Los socialistas catalanes están aún pagando dos facturas. La primera, el recuerdo colectivo de la gestión de Montilla al frente del tripartito; un saldo de fracaso, con una copla de corrupción que todavía se sustancia en la Justicia y un saqueo de las arcas públicas hasta casos esperpénticos.
La segunda factura ha sido su falta de posicionamiento -hasta la designación de Pere Navarro-, ante la interpelación soberanista en Cataluña.
El PSC ha crecido siempre con un «disfraz» pretendidamente nacionalista lo suficientemente ligero para no espantar a la base socialista de procedencia migratoria (muy importante), pero lo suficientemente convincente para no «desentonar» en la corrección oficial de la burguesía catalana que crece junto a las arcas públicas y privadas que controla la gente de CIU.
La duda es si el PSC llegará a tiempo para transmitir un mensaje de unidad en el partido (llevan un año tirándose públicamente los trastos) y de conexión con el aparato de Rubalcaba.
Este último, con habilidad, pone en la mesa el federalismo como propuesta frente al reto soberanista de Mas. Ciertamente, el federalismo es el sistema de asociación con la que el PSC ha vivido frente al PSOE, y lo que le ha llevado a los socialistas catalanes a la deriva.
Pero una reforma federalista de nuestra Constitución lleva a dos interrogantes: la cuestión de la oportunidad, en una crisis internacional en la que necesitamos urgentemente ponernos a trabajar para vivir; y la cuestión de fondo de una Federación auténtica.
Sólo la fuerza de un proyecto de casa común reconocida permite la solución federada. Y el reconocimiento y la defensa en España de nuestra casa común es cuestión que va a ser central en las elecciones catalanas, en el futuro de España y en la viabilidad de Europa.
Ciertamente, el movimiento-rodillo de CIU ha sido arrollador. Con su potencia mediática ha sembrado una corriente de sentimientos que hoy dividen Cataluña.
El PSC tiene la oportunidad de posicionarse con claridad con un mensaje realista y mostrar la unión, con otras formaciones parlamentarias, que necesitan Cataluña y España en unos momentos muy críticos, en los que surge una populista utopía letal para la convivencia.
Para evitar el llamado «choque de trenes«, al PSC le hace falta subir al tren de España. O perder el tren para siempre.