Ni Josep Antoni Durán i Lleida, ni Sánchez Llibre, han dicho ni media palabra en contra
Artículo fue publicado en ‘La Gaceta’ el 9 de noviembre de 2012 y este viernes lo reproduce Elsemanaldigital, diario online que dirige su autor.
Dadas las fuentes de Antonio Martín Beaumont y su conocimiento de la política española, nos permitimos volverlo a dar, porque tiene un indudable interés para todos los lectores y aclara muchas cosas sobre el debate en curso:
Una de las bases del respaldo en Cataluña a CiU es la confianza de la clase empresarial. El sentido práctico de los patronos les llevó a creer que los nacionalistas eran su mejor lobby en Madrid.
De hecho, el grupo parlamentario catalán ha ejercido tradicionalmente como tal ante los Gobiernos centrales. Tal vez por eso, empiezan a mirar a Artur Mas con la desconfianza del que anuncia la ruptura de la convivencia. La ruina, a la postre.
Esta prevención del empresariado de Cataluña a la figura de Mas, cuando el presidente de la Generalitat está propugnando un pulso secesionista, supone un veto difícil de digerir para una coalición que representa los intereses de esa misma clase.
El sesgo adquirido por el debate hace temer un veto a los productos catalanes en el resto de España. Ya lo provocó Carod Rovira con su agresión a la candidatura olímpica de Madrid.
Más que cerrar los ojos a la realidad, el portavoz adjunto de CiU, Josep Sánchez Llibre, duda ya de las repercusiones para la empresa familiar: Conservas DANI. Lo suyo, lo responsable hubiera sido frenar internamente los excesos de Artur Mas.
Ni Josep Antoni Durán i Lleida, ni Sánchez Llibre, han dicho ni media palabra en contra. Manejan eso sí dos discursos: el de la barricada en público y el del canguelo en privado: una ecuación imposible.
De momento, los diputados de CiU han perdido su condición de gestoría ante el Ejecutivo de Rajoy y deben oír las continuas quejas de los empresarios. Lo peor que les podía pasar.
Al fin y al cabo, el de Artur Mas es un proyecto que oscila entre lo delirante y lo grotesco, como corrobora su estrambótico última visita a Bruselas el miércoles, donde fue vapuleado por un auditorio -no de españoles– que le afeó la irracionalidad de su plan y el viaje a ninguna parte donde lleva a sus ciudadanos.
¿En manos de quién están los catalanes?