Le plantó a modo de firma la huella ensangrentada de su zapato en el rostro antes de huir de la finca 'Can Polini'
Acudió al Juzgado de Instrucción número 7 de Palma el pasado sábado con la cabeza bien alta, tranquilo, sin signo visible de arrepentimiento o angustia, y de tal guisa le contó al magistrado Antonio Garcías lo acaecido en la mañana del pasado miércoles en la finca ‘Can Polini’ de Bunyola.
Narró que ese día se había fumado «cuatro o cinco porros de marihuana» y que, mientras esperaba a primeras horas de la mañana a Catalina Frontera agazapado tras un pozo, sentía «cómo se me iban cruzando los cables».
Conocía perfectamente el horario y la rutina de la mujer, ya que no en balde había trabajado antaño junto a ella en las labores de mantenimiento de la vivienda, ubicada en el kilómetro 3,800 de la carretera que une la citada localidad mallorquina con Santa María.
NO LA PODÍA VER
En su declaración ante el juez -a la que ha tenido acceso RB-, y antes de ser mandado a prisión preventiva sin fianza acusado de un presunto delito de asesinato, Andrés R.G., de 45 años, dejó claro que no podía ver ni de lejos a la infortunada mujer que trabajaba como asistenta de la limpieza en el lugar.
A su juicio era la culpable de que le hubieran despedido hace meses, ya que se ésta se había quejado reiteradamente ante los propietarios de la finca, unos alemanes que paran poco por estos lares, de que su actitud laboral no era la más adecuada.
Su comportamiento huraño y taciturno se traducía al parecer en el abandono de sus obligaciones, razón por la que la pareja extranjera decidió prescindir de sus servicios. No lo encajó.
En las últimas fechas había amenazado así en reiteradas ocasiones a Catalina Frontera, de 53 años, circunstancia de que la dieron fe el marido y la hija de la mujer, y ese miércoles decidió de pronto pasar de las palabras a los hechos enaltecido quizás por el ‘colocón’ de cannabis.
POR LA ESPALDA
Esa mañana lo tenía todo bien planeado, tras haberlo decidido la noche anterior. Escondido, con la espada tipo catana japonesa que se había traído de su casa, maquinaba con paciencia un brutal crimen que ya no tenía vuelta atrás.
Cuando la vio todo se precipitó. Saltó sobre ella por la espalda, mientras la pobre mujer abría la puerta dispuesta a cumplir con sus obligaciones.
Un primer golpe la arrojó contra la entrada de la casa y, una vez allí y caer ésta sobre un jarrón que se hizo añicos, empezó a propinarle salvajes envites con el arma blanca. De poco le sirvió a la asistenta tratar de protegerse con los antebrazos de la afilada hoja asesina, cuyos cortes fue lo primero que vio el forense en la autopsia, ya que a causa de una de las cuchilladas fue degollada.
LE PLANTÓ EL ZAPATO EN LA CARA
El asesino confeso le plantó a modo de firma la huella ensangrentada de su zapato en su rostro antes de abandonar el lugar. Catalina expiró desangrada a los pocos segundos de huir Andrés, rumbo al Puerto de Alcúdia donde arrojó el arma homicida al mar cerca del llamado ‘puente de los ingleses’.
El sable no ha podido ser recuperado pese a los esfuerzos del equipo de submarinistas de la Guardia Civil que rastreó la zona por indicación del homicida, aunque su entrada en la Prisión Provincial pone fin a un caso que ha sumido en la desazón más absoluta al pueblo de Santa María, donde residía la víctima y en donde todos la añoran.