"Pasé al otro lado del espejo, es mi parte de sombra", "estuve muy al este de Francia"
El abogado francés Jacques Vergès, más conocido como ‘el abogado del diablo’ por ser el defensor de polémicas personalidades como el nazi Klaus Barbie, ha muerto a los 88 años después de sufrir un ataque al corazón en su residencia de París.
Vergès, exmiembro del Partido Comunista, se licenció en Derecho en 1955, cuando comenzó su carrera como polémico abogado. Defensor del Tercer Mundo y de la desconolonización, defendió a personajes como el viceprimer ministro iraquí Tariq Aziz, asesor de Sadam Hussein o el líder de la antigua Yugoslavia Slobodan Milosevic, condenado por genocidio y crímenes de guerra.
EXTRAÑO PERSONAJE
Era un orador brillante, un provocador incorregible, antisionista y anticolonialista convencido y uno de los abogados más controvertidos del siglo XX por defender a criminales nazis, dictadores africanos y terroristas palestinos, por lo que a su muerte deja un halo de misterio. Su cuerpo se apagó la pasada noche, en la misma habitación donde el 30 de mayo de 1778 falleció el filósofo Voltaire, consumiendo una personalidad irrepetible y llena de claroscuros escrutada por la prensa, el cine y el teatro.
Entre los misterios que se lleva a la tumba este amigo del líder comunista chino Mao Zedong y del camboyano Pol Pot al que el Che Guevara le enseñó a fumar cigarros puros y que defendió al terrorista venezolano «Carlos», al oficial de la Gestapo nazi Klaus Barbie o a controvertidos presidentes africanos como el gabonés Omar Bongo o el chadiano Idriss Déby, destacan ocho años de vacío entre 1970 y 1978.
SERVICIOS SECRETOS
Vergés no quiso desvelar nunca dónde pasó esos años, ni con quién. Con frases como: «Pasé al otro lado del espejo. Es mi parte de sombra» o «Estuve muy al este de Francia», el letrado esquivó durante más de tres décadas su suerte en los años setenta, mientras dejaba crecer la leyenda que le situaba con los Jemeres Rojos, en Pekín, el Líbano o Moscú.
Por aquel entonces, este hijo de una madre vietnamita y de un diplomático francés que se autodenominó en una autobiografía como «brillante bastardo», era una personalidad conocida de la abogacía, la contestación, y de los servicios secretos de muchos países.
Nacido en 1925 en Siam y criado en La Reunión, Vergès se adhirió al Partido Comunista francés en París en 1945 y se convirtió en «un pequeño agitador anticolonialista», según se describía el mismo. Tras desempeñar diferentes responsabilidades en las filas comunistas, lo que le llevó a instalarse en Praga, a los 29 años abandonaría la formación política y regresó a La Reunión para terminar de convertirse en abogado.
En 1957, con solo dieciocho meses de experiencia como letrado, el Frente de Liberación Nacional argelino (FLN) le encargó la defensa de la emblemática activista Djamila Bouhired, condenada a muerte y después indultada -sin solicitarlo- que terminó casándose en 1965 con Vergés, con quien tuvo dos hijos.
EN ARGELIA
Se instaló después en Argelia y adoptó esa nacionalidad, trabajó para el Ministerio de Exteriores de ese país, regresó a Francia, volvió a Argelia… y terminó desapareciendo. Ocho años de misterioso silencio aún sin resolver. A su regreso a París, el letrado de gafas redondas, sonrisa maliciosa y ojos rasgados al que muchos conocían como «el chino» declaró que había vuelto más «aguerrido».
El más relevante de sus casos fue la defensa en 1987 de Klaus Barbie, el jefe de la Gestapo en la Francia ocupada por los nazis, conocido como «el carnicero de Lyon». En aquel juicio que atrajo la atención de todo el planeta, Vergés se sirvió del escenario para deslegitimar una vez más el sistema judicial de un país, Francia, al que acusaba de arrastrar una historia de crímenes de guerra.
«¿Qué nos da derecho a juzgar a Barbie cuando nosotros, en conjunto, como sociedad o como nación, somos culpables de crímenes similares?», preguntó Vergès durante el proceso en el que Barbie acabó condenado a cadena perpetua y falleció en la cárcel enfermo de leucemia.
Aunque muchos describen a Vergès como un frívolo y sibarita oportunista, nadie niega que el abogado que tenía su despacho del noveno distrito parisino repleto de tableros de ajedrez,poseía un verbo exquisito, una inteligencia privilegiada y la convicción de que cualquier ser humano es defendible ante un tribunal. «¿Estaría dispuesto a defender a Hitler? Por supuesto.E incluso a George W. Bush.
Estoy dispuesto a defender a todo el mundo (…) a condición de que se declaren culpables», decía Vergès en el retrato documental que le dedicó el cineasta galo Barbet Schroeder en «El abogado del terror», el sobrenombre con el que vivió y se le recordará.