La oposición ha mostrado su enfado y "absoluto rechazo" ante lo que han calificado de "atentado" contra la democracia y la libertad de expresión
No han acabado este martes 5 de noviembre a tortas ni a tiros porque las circunstancias no son propicias, pero la sombra de la vieja y lamentable España que tantos disgustos nos ha dado a todos ha revoloteado una vez más -cual pájaro de mal agüero- por el Hemiciclo balear.
El enfrentamiento entre el PP y la oposición en el pleno del Parlament, donde los nacionalistas de MÉS la han liado al enarbolar una señera -o senyera que tanto da- en el atril de oradores y luego en los escaños de Fina Santiago y de Biel Barceló, ha sido harto lamentable.
Y lo ha sido por ambas partes. Por los del PP, montándosela en plan sheriff, -porque está claro que no hay una normativa que impida exhibir el lazo cuatribarrado como si de un espantapájaros se tratara-, y por los segundos al echar más leña al fuego si cabe -de todas formas está en su papel hacerlo y nadie puede negarles el derecho-.
UN UJIER EN APUROS
El caso es que, con las enmiendas a la totalidad del PSIB-PSOE y MÉS para que fuera retirado el proyecto de Ley de Símbolos del Govern, el paripé ha sido de órdago.
El diputado de MÉS, Nel Marí, ha iniciado la tanda, Situado en la tribuna de oradores cuando intervenía, se ha sacado de la manga la bandera catalana de marras y barras, a lo que la presidenta del Parlament, Margalida Durán, ha respondido en primer lugar poniendo los ojos como platos y, segundo, ‘explicando’, con esas suaves formas que da la seguridad de que cuatro días antes se ha cobrado, que en la Cámara «sólo deben lucir las banderas y signos oficiales».
CABREO SUPINO
A Biel Barceló y a Fina Santiago (que al menos ésta última cuando habla con alguien tiene la educación de expresarse en castellano si su interlocutor no entiende el catalán, algo que no hace Barceló porque no tiene ‘acento’), las caras les llegaban al suelo.
Han exhibido así a modo de defensa y apoyo a su compañero la señera desde sus escaños de diputados, a lo que la presidenta de la Cámara, ya algo descompuesta, ha respondido enviando a un atribulado ujier a ver si podía arreglar la cosa. Ni de broma. Se ha batido en retirada al poco librándose de un posible tortazo (es un decir).
A lo más que han llegado los de MÉS ha sido a ponérsela -en este caso la antaño consellera de Asuntos Sociales Fina Santiago-, a modo de bufanda, o scarf como diría Bauzá en su correcto inglés.
La oposición, tras volverla luego a colocarla en los escaños, erre que erre oiga, estaba que trinaba, y ha dejado patente su enfado y «absoluto rechazo» ante lo que ha calificado de «atentado» contra la democracia y la libertad de expresión en un Parlament democrático. La diputada socialista Pilar Costa ha llegado a decir incluso que siente «vergüenza» de la presidencia de la Cámara.
La máxima autoridad del Parlament ha aseverado que sintiéndose aludida «aquí no hay censura», y ha pedido a los diputados de la oposición que «no manipulen» sus palabras. Visto lo visto no tiene mucho sentido esta apreciación, aunque lo ocurrido tampoco lo tiene en unos tiempos donde debería primar el sentido común por encima de rencillas absurdas, y que no conducen a nada.
Lo de la opinión de Barceló en cuanto al proyecto de la Ley de Símbolos ya queda como algo anécdótico en vista de lo sucedido. Lo ha calificado de «represor» y «vergonzoso», al tiempo que ha denunciado la política lingüística del Ejecutivo autonómico contra la lengua catalana.
Para los econacionalistas, esta iniciativa legislativa pretende una «escuela que remite al franquismo».
GÓMEZ PONE ORDEN CON SU ‘SENSATEZ’
El vicepresidente del Govern, Antonio Gómez, siempre tan educado y comedido aunque ha decir de algunos tiene una mala leche de espanto, ha dicho que el artículo 4.3 de esta normativa -que es uno de los que ha provocado más polémica- no supone una «censura previa, sino una suavización del régimen de exclusividad» que «permitiría, mediante una previa autorización, la exhibición de símbolos no oficiales en espacios oficiales».
Pues muy bien. Para la historia ha quedado la sesión.