… en Cataluña no es fácil declararse contrario a los postulados imperantes del nacionalismo, quién lo hace públicamente se expone a la presión social y al rechazo o desprecio de una parte de la opinión pública que ha sido intoxicada contra todo aquél que exprese libremente su disensión a lo políticamente correcto…
Con el presente artículo pretendo ilustrar quién forma parte de Ciutadans, un movimiento político nacido en el año 2006, cuyo primer manifiesto firmado por un elenco de intelectuales supuso una bocanada de aire fresco en el irrespirable y uniformizador sistema político impuesto a la sociedad catalana después de más de treinta años de nacionalismo.
Una bocanada de libertad para todos aquellos que no queríamos dejarnos llevar por el río independentista, para todos aquellos que no estábamos dispuestos a renunciar a nuestra propia identidad en pos de una “construcción nacional” basada en la destrucción de la diversidad cultural y el encorsetamiento de la pluralidad política.
Este partido llenó el hueco que dejaron los partidos nacionales en Cataluña, un vacío conscientemente ofrecido al nacionalismo por un socialismo catalán política e identitariamente acomplejado y por un Partido Popular catalán más pendiente del apoyo de los diputados de CiU en el Congreso que de la conculcación de los derechos de los ciudadanos de Cataluña.
Pero no quiero centrarme en un análisis conceptual e ideológico de Ciutadans, ni siquiera en la oratoria de Albert Rivera o la combatividad de Jordi Cañas, quisiera relatar quién forma parte de las bases de este partido, qué significa eso de ser no nacionalista en Cataluña, qué les motivó para dar un paso adelante y expresar públicamente su apuesta política.
Antes de nada comentar que quizás a nuestros conciudadanos del resto de España les sorprenda: en Cataluña no es fácil declararse contrario a los postulados imperantes del nacionalismo, quién lo hace públicamente se expone a la presión social y al rechazo o desprecio de una parte de la opinión pública que ha sido intoxicada contra todo aquél que exprese libremente su disensión a lo políticamente correcto.
Los militantes de base de Ciutadans (con los que he compartido dos días de trabajo) podrían definirse como resistentes, su labor diaria está siempre expuesta a ser increpados en la calle, a ser insultados e incluso agredidos, pero, de igual forma, también atraen las simpatías y las complicidades de esa Cataluña real constantemente ignorada y vilipendiada por la oficialidad nacionalista.
Estos dos días compartí mí tiempo con militantes como Fausto Ramírez, responsable del Barcelonés norte (Badalona, Santa Coloma y San Adrián) cuya trayectoria vital le ha llevado de tener que combatir al franquismo en un contexto económico muy difícil, a convertirse en un activo disidente frente al actual nacionalismo, un resistente a este despotismo blando poco perceptible –gracias a la manipulación mediática- pero muy evidente para cualquiera que osa a cuestionarlo.
Pero esta resistencia se basa en las calles, en los problemas cotidianos, en la denuncia las carencias sociales, del abandono institucional de los más desfavorecidos, del acaparamiento del espacio público que practican las fuerzas políticas independentistas en nuestros barrios, del peligro que supone la irrupción de movimientos políticos populistas y xenófobos como PxC, o la corrupción en los ayuntamientos.
La militancia de este partido es tan dispar como sus motivaciones como Dimas, un joven de 29 años preocupado por la falta de estructuras deportivas en su ciudad, o Dani un estudiante de ingeniería de 20 años en cuya universidad debe soportar un entorno “ocupado” por un independentismo beligerante, o Angi que, como muchos otros, debe convivir con un entorno social y familiar poco tolerante a sus ideas políticas.
Es sorprendente observar cómo estos militantes, ciudadanos de a pie que invierten su tiempo libre para mejorar las cosas sin otra recompensa que sentirse útiles para la comunidad, militantes que hablan y trabajan por y para los problemas de sus localidades, para ofrecer soluciones reales a las dificultades que padecen sus conciudadanos, que denuncian (como hace Magi Algueró) las tremendas contradicciones de unos ayuntamientos más preocupados por cosas tan candentes como hermanarse con ciudades como Gaza que por los problemas reales de unas ciudades muy castigadas por la crisis económica y por la lacra de la corrupción política.