Diario de un NO nacionalista

¿Por qué lo llaman diálogo cuando quieren decir imposición?

¿Por qué lo llaman diálogo cuando quieren decir imposición?
Cataluña, independentismo y nacionalismo. CT

“…las llamadas descarnadas al diálogo son una falacia…el destinatario de estos mensajes es ese rebaño secesionista de buena fe que debe seguir creyendo –creer como si de una fe religiosa se tratase- en el independentismo como causa eminentemente moral, cuya esencia es determinantemente democrática.

El nacionalismo suele nutrir su “artillería” dialéctica soft –en otros momentos, tras asambleas enardecidas, se apuesta por la sedición o directamente por la rebelión– con demandas y súplicas malintencionadas al “diálogo”, naturalmente, dicho diálogo es una perversión más del lenguaje nacionalista, forma parte de una bien ejecutada puesta en escena del victimismo propiciatorio, aquél diseñado para ganar adeptos haciéndose pasar por la parte débil de un artificioso escenario de confrontación, de suma cero.

Pero cuando hablan de diálogo ¿a qué se refieren?, ¿de qué premisas parten?, ¿cómo conciben ese espacio negocial?, lo cierto es que, para empezar, las llamadas descarnadas al diálogo son una falacia, no son más que una parte del relato victimista que decía más arriba, el destinatario de estos mensajes es ese rebaño secesionista de buena fe que debe seguir creyendo –creer como si de una fe religiosa se tratase- en el independentismo como causa eminentemente moral, cuya esencia es determinantemente democrática.

Aún más, si tomamos ese constructo mental denominado “construcción nacional”, ese espacio referencial sobre el que se desarrolla la narración secesionista, vemos como hay unas prenociones implícitas –aunque algunas veces hay escapes de sinceridad explícita- por las que cualquier inicio de negociación debe comenzar con un espíritu de superioridad moral del “genio del pueblo catalán” que está, como no podría ser de otra manera, por encima de “España”, de cualquier ordenamiento jurídico y del respeto a las normas democráticas.

Estamos ante una situación que podría resumirse así: “creo un problema para alcanzar un objetivo, y planteo que la única solución es hablar de cuándo y cómo voy a alcanzar dicho objetivo”, pero el problema, para quién no se haya dado cuenta aun, no es entre administraciones, ni de raíz económica, ni de reconocimiento de la pluralidad española (cuestión que está recogida y amparada por nuestra Carta Magna), no, el problema es un problema esencialista, el independentismo se basa en la creencia de que existe una nación cultural preexistente a la Constitución, a España y a la democracia.

Esa nación cultural se traduce en la reducción del ciudadano a súbdito, la pluralidad a la homogeneización,  la integración a la asimilación, la sagrada esfera del individuo a la imposición del espejismo de lo colectivo, es por ello que, partiendo de estas premisas historicistas, culturalistas y basadas en relativismos lingüísticos, cualquier diálogo será infructuoso, es más, si partimos aceptando esa “superioridad moral” nacionalista, si asumimos como que el nacionalismo es el único interlocutor válido de los catalanes y existe una única forma legítima de sentir la “catalanidad”, ese diálogo no solo será infructuoso sino que sería seguir un juego tremendamente nocivo para el futuro de nuestra democracia y de los derechos de todos los catalanes (independentistas o no).

 

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