Cada día son más las voces que sugieren la necesaria reforma constitucional que reconvierta a España en un Estado federal, como profilaxis ante las demandas secesionistas de Cataluña y de Las Vascongadas.
La tan cacareada reforma constitucional, previsiblemente consensuada entre PP y PSOE, será la coartada democrática para la autodisolución política de España.
Y mientras tanto ¿qué pasa con la monarquía? Felipe VI reina siguiendo el camino trazado por su padre, con un estado autonómico que blinda a la corona a costa de la soberanía nacional y cede ante las pretensiones de las burguesías separatistas.
La corona, constitucionalmente símbolo de la unidad y continuidad del Estado, está dispuesta a dar cobertura a la liquidación de los resortes unitarios de España que aún contempla el ordenamiento jurídico-político en vigor, amparando las reformas y ajustes necesarios para acomodar el concepto «nación» a las pretensiones secesionistas de Cataluña y de Las Vascongadas.
¿Qué quieren decir cuando nos hablan de una España federal? Una España federal implica el reconocimiento de la existencia de estados previos que renuncian a su soberanía a favor de «la federación».
Como aquí no existen esos estados previos lo que se pretende es que España, la única entidad soberana porque su soberanía reside en el pueblo español, reconozca como «naciones» a Cataluña y Las Vascongadas y les dote de mayores competencias en materia de fiscalidad, descentralización judicial, educación, lengua, cultura… que supondrá un agravio comparativo con el resto de las comunidades autónomas y que, en consecuencia, hará que todos los españoles dejemos de ser iguales y se establezca categorías de primera y segunda.
«La federación», la España federal, pese a que abiertamente no se reconozca, explicitará el derecho de secesión ya que una federación implica un pacto internacional para la unión en determinadas áreas entre estados independiente que conservan su soberanía y, por tanto, pueden romper este pacto discrecionalmente.
No sólo es el Molt Honorable Artur Mas y sus socios de ERC quienes aprietan las clavijas al Estado; el Lendakari Urkullu prepara su proceso soberanista a la vasca, que discurrirá en paralelo con el proceso secesionista catalán, y que queda sellado en la «hoja de ruta» de la España federal que va a amparar la propia monarquía.
El «proceso de paz» (un proceso de paz debe darse entre dos bandos en contienda bélica, aquí lo que hay es una sangriento grupo terrorista que anuncia que deja de matar), con ETA anunciando el cese definitivo de la violencia, sellando sus arsenales ante «observadores internacionales» y desactivando sus comandos, ha abierto el camino a lo que los secesionistas vascuences denominan «proceso de normalización del País Vasco» con la convalidación política e institucional de las siglas derivadas de ETA, las excarcelaciones de algunos de los asesinos más sanguinarios y el acercamiento de los presos a cárceles de Las Vascongadas.
Presiones secesionistas, desde el norte y desde el noreste de España que culminarán con la inminente reforma constitucional que dejará abiertas, de par en pa,r las puertas a la disolución nacional.
¿Y qué hace el rey? Lo que de verdad preocupa a la monarquía y, en consecuencia al régimen, es su clamorosa crisis de imagen.
Las corruptelas generalizadas, la salida a la luz pública de sus inmorales privilegios y de las conductas delictivas de sus élites.
Existe, de manera tácita o explícita, un vergonzante pacto secreto a tres bandas: monarquía, Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español.
El bipartidismo imperante, que ha ido sosteniendo «la Transición» como la columna vertebral del sistema, se ha acojonado tras los resultados electorales de los pasados comicios europeos del 25 de mayo: el descalabro en descenso de votos y escaños ha alarmado a PP y PSOE ante lo que se le puede venir encima.
El régimen está obsesionado con su alarmante pérdida de credibilidad. Así, ese pacto secreto del que hablo no está en mi imaginación: el propio Felipe González ha sugerido que es necesario reforzar «el bipartito» incluso con un «gran pacto de Estado entre PP-PSOE» poniendo como ejemplo a Alemania.
La operación para revitalizar el régimen se ha puesto en marcha con la abdicación del monarca que, en ningún caso, ha sido un hecho casual. A Juan Carlos I se le garantiza la inimputabilidad desde el momento en que deja de ser Jefe del Estado.
La apuesta por el nuevo rey Felipe VI es fundamental para el régimen y para el bipartidismo que lo sostiene: un rey joven, apuesto y preparado, casado con una plebeya, que viene a tapar las desfachateces cometidas por su padre y que es coreado por los medios de comunicación palaciegos para ofrecer a la opinión pública una imagen de inminentes reformas y regeneración moral.
La Casa Real da signos de cambio y modernidad, abre una cuenta en Twitter e intenta renovarse pretendiendo que la figura de Felipe VI elimine de la memoria de los españoles a la princesa Corinna, a las cacerías de elefantes, a Iñaki Urdangarín…
Felipe VI es el cartel estelar del regeneracionismo del régimen, el que como un mago sacará de su chistera las medidas que se implantarán de manera inminente, como pretendida «regeneración democrática» con las que contentar al pueblo español.
Para ello resultan imprescindibles medidas consensuadas entre PP y PSOE capaces de revitalizar el régimen y más con todo lo que aún falta por llover: «Bárcdenas», «Gürtel», «los ERE de Andalucía», «el caso Nóos»… Infanta, cuñado de rey, ex-presidentes de Comunidades Autónomas, diputados, senadores, alcaldes y concejales que pueden terminar en las cárceles.
Así las cosas no es descartable un acuerdo en forma «ley de punto y final», una especie de intercambio de cromos que salve las vergüenzas de los unos y los otros.
Pero lo bien cierto es que ni PP ni PSOE son quienes deciden los destinos del régimen. Detrás del bipartidismo están los que realmente mandan en España, los poderes económicos: Banco Santander, Banco Bilbao Vizcaya [BBVA], Repsol, las compañías eléctricas, Gas Natural, los grandes empresarios…
Todos estos son los que están más acojonados ante la situación política y un previsible estallido popular. Acojonados ante el ascenso de determinadas fuerzas políticas, como Podemos y ante el número de abstencionistas.
Las cúpulas del PP y del PSOE, que sostienen el régimen y la monarquía, líderes de opinión, tertulianos articulistas, periodistas y medios de comunicación adláteres del poder se han lanzado a una campaña obsesiva contra Podemos, como si todos los problemas de España residieran en la formación dirigida por Pablo Iglesias que se les ha colado inesperadamente por los sumideros del sistema y que además incrementa, día a día, sus expectativas electorales.
La Troika sigue exigiendo más sacrificios, más rebajas salariales y más impuestos indirectos. El régimen (monarquía y «bipartito») precisan de un fuerte bloque político que sostenga el sistema.
Cada cuál elige dónde y con quién quiere estar. Pero esto es lo que hay