El tiempo demuestra que los esperpentos en política están abocados al fracaso. Artur Mas quiso convertir Cataluña en un experimento, de modo que las elecciones autonómicas fuesen un plebiscito en torno a su obsesión independentista (Los ‘antisistema’ de la CUP aprietan las tuercas a los ‘burgueses’ de JxSí).
Por eso ERC y Convergència forzaron una alianza de intereses en torno a la candidatura de Junts pel Sí, pero ni siquiera así la deriva del nacionalismo catalán consiguió la mayoría. Lo único que logró fue romper CiU, con la huida de Unió, y depender de la CUP, un partido secesionista minoritario, radical, antisistema, anarquista y de fervientes simpatías proetarras.
La CUP era el remedio para la investidura de un presidente de la Generalitat dispuesto a liderar el proceso de ruptura con España, pero se convirtió en la tumba política de Mas. Paradojas de la política, el mismo partido que hoy propone la sustitución de tampones por esponjas, o que acoge a Otegui como un héroe independentista, es el que obligó a Convergència a jubilar a su líder. Y es ahora el que plantea un ultimátum a Junts pel Sí, exigiendo una declaración unilateral de independencia inminente.
La CUP es un partido de hechuras asamblearias marcadas por una absoluta anarquía interna, y nacido de una visión batasuna de Cataluña. Un sospechoso empate en sus órganos internos provocó en su día que la CUP apoyase a Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat. Hoy, sin embargo, es solo un traidor a la causa empeñado en dilatar la ruptura con España.
No ven en él ni la capacidad política ni el arrojo necesario para proclamar la independencia. Por eso la mayoría parlamentaria de Junts pel Sí empieza a estar en el aire, y la consecuencia inmediata vuelve a ser la sensación de inseguridad e inestabilidad que aqueja a Cataluña.
La desconfianza en sus políticos crece entre una ciudadanía que hoy parece más inclinada hacia el populismo comunista de los partidos acólitos de Podemos que hacia el nacionalismo pragmático que caracterizaba a Convergència cuando no perdía el tiempo con desafíos secesionistas imposibles.
Hasta hoy, Convergència y ERC han chantajeado al Estado, han incumplido sus sentencias, han convocado una consulta ilegal, y algunos de sus dirigentes son perseguidos penalmente por desobediencia. Pero ahora son ellos los chantajeados por la CUP.
Se fiaron de este partido surgido de la admiración a secuestradores y asesinos de ETA, y ahora están a su merced. La independencia no es un proyecto viable, sino una ilegalidad que el Estado nunca permitirá. El error no está en las amenazas de la CUP a Puigdemont y Junqueras, sino en las cesiones que estos hicieron a los anticapitalistas con un oportunismo inmoral. La CUP es destructiva para España en general y para Cataluña, en particular.