Sondeo del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat

Hartazgo ciudadano por los vaivenes del «proceso» separatista de Cataluña

La farsa separatista pierde fuelle

Hartazgo ciudadano por los vaivenes del «proceso» separatista de Cataluña
Junqueras detrás de Josep Maria Álvarez (UGT), que conversa con el secretario general de CCOO en Cataluña, Joan Carles Gallego. EP

ERA solo cuestión de tiempo que el hartazgo ciudadano por los vaivenes del «proceso» separatista de Cataluña afectara también al elector.

Un sondeo del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat revela que desde julio hasta ahora ha descendido el interés de los catalanes por el desafío secesionista, y que la pulsión independentista cede terreno en favor de quienes nunca querrían ver a Cataluña separada de España.

El hecho de que un 44,9 por ciento de catalanes votarían hoy «sí» a la independencia, frente a un 45,1 que se opondrían, es indiciario de ese agotamiento insufrible que representa la obsesión identitaria de los altos cargos de la Generalitat.

Es evidente que, pese a los intentos y presiones de las instituciones catalanas por erradicar cualquier viso de españolidad, sigue existiendo una mayoría silente respetuosa con el orden constitucional que quiere vivir en convivencia, ajena a esa aventura insensata del chantaje y la imposición rupturista.

Incluso, las expectativas de voto auguran malos tiempos para Junts pel Sí y la CUP, que están en el trance de perder la mayoría absoluta en el Parlamento catalán.

El operativo secesionista no solo está sobreactuado políticamente, sino que aboca emocionalmente a los catalanes a un callejón sin salida.

Cuesta millones de euros cada año en campañas inútiles de concienciación separatista, sus responsables manipulan la historia a capricho y se jactan de incumplir las leyes, atribuyen al catalán un falso sentimiento de superioridad moral frente al resto de los españoles, y se mofan de los tribunales.

No son líderes carismáticos llevando al pueblo catalán a una liberación de la opresión, sino embaucadores que necesariamente tenían que ver cómo su farsa empieza a dejar de ser creíble, incluso para los más convencidos.

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