¿Por qué hay personas que se fijan tanto en los errores de los demás?

Dice el proverbio de la Biblia, San Mateo 7, 3-5; San Lucas 6, 41:“Vemos la paja en el ojo ajeno, y no vemos la viga en el nuestro”, o como parafraseaba El Quijote II 43: “El que vee la mota en el ojo ajeno, vea la viga en el suya”. El refranero está lleno de llamadas de atención sobre estos personajes: “Dijo el asno al mulo: Anda para allá, orejudo”, “Dijo el cuervo a la graja: Quítate allá, negra”, “Dijo la sartén a la caldera: Quítate allá, ojinegra”, “Mete la mano en tu seno, no dirás de hado ajeno”, “Quien a otro quiere juzgar, en sí debe comenzar”, y un largo etcétera para hablar siempre del mismo perfil de persona.

Y es que todos conocemos a alguno de estos seres que creen estar dotados de un don natural, o capacidad especial, casi sobrenatural, para detectar los errores de los demás y restregárselos por la cara, eso si, con cierto agrado y gusto. Es normal hasta que alardeen de ello, como si de una cualidad o virtud se tratase.

Lo cierto es que esta táctica es mas vieja que la leche en polvo, una técnica de distracción que permite desviar la atención sobre otros y evitar las miradas y voces indiscretas sobre uno mismo.

Es una conducta habitual en personas acomplejadas, con pocas habilidades sociales, frustradas, traicioneras, de poca palabra y confianza, temerosas y tremendamente mediocres.

Como decía un gran pensador del siglo pasado: “Hay dos tipos de personas: primero, los que hacemos cosas en esta vida y segundo, los que se dedican a criticar a los primeros”.

En esta patética sublimación de los impulsos personales no resueltos y contenidos, estos sujetos realizan una proyección hacia los otros de sus propios fantasmas y miedos que mantienen escondidos, a costa de lo que sea necesario, en un torpe intento por aparentar ser algo que no son, nunca fueron, ni nunca serán, en una espiral de vació personal carente de contenido existencial.

Es por ello que en el ataque se sienten protegidos y reconfortados por una minúscula fracción de segundo, y necesitan más y más, disparando hacia todas partes y en todas las direcciones, y fundamentalmente contra aquellas otras personas a las que consideran una posible amenaza por su talento y/o capacidades.

Si usted se encuentra en algún momento en el punto de mira de alguien así, lo primero que ha de saber es que con toda seguridad, ese sujeto teme y envidia sus capacidades, y luego debe castigarlo con el látigo de su indiferencia, para terminar sintiendo una absoluta y profunda lástima por él.

No olvide que uno de los síntomas más evidentes de madurez, solidez y estabilidad personal, es la capacidad de ver todo lo bueno que hay en los demás y entender sus errores como parte compartida e inherente a nuestra propia especie. ¡Mucho aprende el que mucho se equivoca!.

 

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