LA era de internet y de las nuevas tecnologías conlleva enormes ventajas económicas y sociales y abre un enorme campo de oportunidades, innovaciones y nuevos modelos de negocio cuyo desarrollo apenas acaba de empezar, pero esta revolución industrial, al igual que las tres anteriores, no está exenta de riesgos que es preciso controlar.
La digitalización tendrá un impacto hasta 3.000 veces superior al que cosechó en su día el uso del vapor, ya que casi todos los dispositivos estarán conectados a la red en los próximos años, generando un ingente volumen de datos cuyo manejo, sin embargo, recaerá en un puñado de multinacionales, como Google, Amazon, Facebook y Apple.
Los datos son el petróleo del siglo XXI, y prueba de ello es que la lista de empresas más grandes del mundo, copada hace tan solo diez años por petroleras y bancos, está formada hoy por algunas de estas plataformas digitales.
El crecimiento que han experimentado estas compañías carece de parangón en la historia y su creciente diversificación, sumada a la gestión y el manejo de datos que originan sus cientos de millones de clientes, las convertirán en los grandes dueños del ecosistema digital, con todo lo que eso implica.
El necesario control público, sin embargo, se está quedando atrás. Urge regular estos nuevos mercados para, en primer lugar, garantizar la protección de los consumidores, así como su privacidad, al tiempo que se corrige el actual desequilibrio normativo que existe con respecto al resto de negocios tradicionales.
Las reglas de juego deben ser iguales para todos. Asimismo, los reguladores deben evitar la formación de monopolios y que la nueva economía digital responda, en última instancia, al interés general, colaborando, por ejemplo, en la lucha contra el terrorismo.
