Juego de niños

Rosa León, Torrebruno, Miliki, Rita Irasema, Los chiripitiflauticos, Gabi, Fofo, Leticia Sabater, Ana Chavarri, Alaska y hasta Javier Sardá en aquel ‘Juego de niños’ del 89 se convirtieron en maestros de ceremonias de la programación infantil. Ahora son Jorge Fernández o Carlos Lozano en ‘Eurojunior’ los que enseñan a los niños que la felicidad no está en divertirse y pasarlo bien sino en ganar un concurso de televisión, llegar a eurovisión y triunfar con una carrera discográfica.

El otro día encontré por Internet uno de esos juegos que le hacen a uno pasar el rato. Un pasatiempo divertido, sin más, pensé. Me equivoqué. El jueguecito, que se las trae, consiste en adivinar títulos de series y dibujos a través de breves sintonías.

Acostumbro a comparar, en una actitud tontamente nostálgica, la tele de hace veinte años con la actual. Un error. Recordando las sintonías de los antiguos dibujos animados me he dado cuenta que en esto de la tele tampoco se deben hacer juicios comparativos. ¿En qué nos basamos para decir que los guiones y las animaciones de antes eran mucho mejores que las de ahora? Uno de los argumentos más socorridos es el de la falta de violencia y la enseñanza de valores. Pero antes, aunque mucho más cutre y sin tanto efecto, siempre había un personaje que quería matar a otro: el gato al ratón, el perro al gato, el gato al canario, el coyote al correcaminos… ¡Ríase usted de Rasca y pica! (pero no se ría de la bruja Avería.) Y aquello de la perdida de los valores, pues… qué quieren que les diga, da para otro artículo.

Si dentro de veinte años escucho la sintonía de los dibujos animados que están emitiendo ahora, a mi no me dirán nada… pero ¿y a los niños de hoy?

Las sintonías, como los cuentos, encierran algo más en el recuerdo. Hablar de aquella serie, aquel personaje o aquella canción es revivir un momento en el que los sentimientos eran inocentes y plenos, pero siempre englobados en una generación. La generación de Espinete o la de Mazinger Z. ¿También la de Los Lunnis?

Todo eso queda ahí: en la infancia, en el recuerdo, en los dibujos infantiles y en los sueños melancólicos de los adultos. Lo de ahora sólo les pertenece a los niños. Ya pasaron aquellas series, de las que nosotros nos apoderamos enseguida y las renombramos “Las series de nuestra vida”. ¡Y tanto que de nuestra vida! Y de nuestros amores, y de nuestros deseos, y de nuestras alegrías, y de nuestros lloros. ¿O quién no ha llorado de miedo con el monstruo de las galletas o de pena con Candy y Candy? Se emiten en un momento en el que los niños se enamoran de lo que ven. Los dibujos animados servían también de cromos, para decorar la habitación, de muñecos, adhesivos para la mochila…. Tanto merchandising como ahora tienen Los Lunnis lo hubo en su día con Barrio Sésamo.

Hoy se habla de lo importante que es cuidar la televisión infantil para educar bien a los niños, pero lo que hay que hacer es cuidar más a los niños para que la televisión no se crea con el deber de educarlos.

Si todos esos recuerdos quedaron en un lugar al que merece la pena regresar de vez en cuando, no es seguro pensar que puedan hacerlo del mismo modo los niños del nuevo siglo. La pluralidad de canales y contenidos infantiles se ha encargado de inhabilitar el proceso nostálgico. Un ejemplo que tengo cercano es el de la televisión por cable ONO. Tras un vistazo rápido por los canales encuentro los siguientes infantiles: Cartoon Network, JETIX, Nickelodeon, Playhouse Disney, Toon Disney, SupereÑe, Disney Channel y Disney Channel + 1 (que debe ser lo mismo pero una hora más tarde, tipo Península Ibérica.). A estos se añade el canal de juegos Game Network. A estos 9 canales infantiles que emiten, casi todos, 24 horas al día, hay que sumarles otras tantas horas de programación infantil y dibujos animados que emiten los canales estatales, autonómicos y locales. Unas 240 horas al día de dibujos animados, muñecos, juegos y series para niños. Esto al año hace un total de 2880 horas de programación infantil. Calculando que los niños guardaran desde los 5 a los 13 años este arsenal de imágenes, o sea durante 8 años, hacen un total de 25.040 horas de programación en la infancia. Concluyendo, las posibilidades que un niño tiene de coincidir con otro para ver el mismo espacio son ínfimas, con lo que las probabilidades de recordar juntos un programa, un diálogo, un momento, un personaje, o una sintonía cuando sean adultos serán prácticamente nulas.

Dentro de unos veinte años se habrá perdido la memoria colectiva de las series y dibujos animados, habremos dicho adiós a las conversaciones sobre héroes y heroínas, se habrán esfumado los recuerdos que identificaban una generación con una hormiga o un oso y ahorraremos miles de minutos de silbidos y tarareos tras las ansiosas preguntas al otro sobre si recuerda tal o cual serie.

Entonces, quizá, los clásicos programas dejen de mitificarse como se hace actualmente y entendamos lo del ver la tele como mero consumo o paso del tiempo y no como denominador común de una época. Mientras tanto y para los que les guste, como a mí, apenarse melancólicamente por el tiempo pasado, disfruten de las sintonías y pongan a prueba su memoria. Echen mano de familiares o amigos y reúnanse a jugar. ¡Que la edad les acompañe!

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