Un día sin tele

Explotó mi descodificador de la TDT. No es coña. En la noche del miércoles, a eso de las 3 de la mañana, escuché un atronador bombazo que procedía del salón. No eran islamistas, el descodificador echaba humo (literalmente) a los veinte segundos de que saltase acojonado de la cama. Pero no todo estaba perdido, aún contaba con la tele analógica.

Qué iluso… las desgracias nunca llegan solas, y menos en la tele. El televisor, que tiene ya sus añitos, también petó unas horas después. Tampoco es una licencia literaria, me pasó. ¿Quieren saber qué me perdí en ese día sin tele obligatorio, no dictado por una de esas ONG?

Hoy he rastreado por la red y he buscado en la programación lo que me “he perdido”: Cuéntame, MIR, Anatomía de Grey, Sin rastro y Caso abierto. Todo series. De esas. Ya ven la variada oferta que nos propusieron las televisiones en prime time, lo que me perdí.

Me libré del síndrome de abstinencia porque desde hace mucho no estoy enganchado a una sola serie. No sigo las extranjeras desde A dos metros bajo tierra, y las nacionales desde que terminara Motivos personales (siempre estuve enganchado a Lydia Bosch, pero no a las conspiraciones absurdas e increíbles que sugerían sus surrealistas capítulos). Ambas, dramáticas, me parecían series de humor. Me divertían desde la óptica con que las que las miraba. Cada una en su estilo, una (A dos metros) redonda, mucho más digna, talentosa y recuperable que la otra, la perecedera serie de Lydia.

Por culpa de la seducción de la “comida rápida” que representan el 80% de las series, puedes llegar a abandonar la lectura de un libro si te aburre, pero ¿por qué dejar de ver una serie aburrida o insulsa es más difícil? Todas son fáciles de masticar y rápidas de digerir. Ya se fueron los ochenta y Mercero, Chicho, Costa, Diosdado, Camus, Bardem, Molina… series acontecimiento, series de autor y no de personaje, personalidad o refrito manufacturado y aprobado en una junta de accionistas.

Pronto llegará Lo que se avecina, que es Aquí no hay quien viva pero en Telecinco y con gemelas tramas y los mismos actores, pero con los nombres cambiados y los personajes “retocados”. Gato por liebre, tele zombie, a ver si cuela.

El único aparato audiovisual que aún no me ha fallado junto a la tele pequeña de la habitación es el DVD, y como guardo en este formato buenos films y aquellos trabajos de Mercero, Chicho, Costa, Diosdado, Camus, Bardem o Molina, he podido librarme feliz de la agenda de la ficción televisiva actual. Y me he visto La huella del crimen. Larga vida al DVD.

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