Durante años, Javier Pérez de Albéniz se ha ido labrando un merecido prestigio como crítico de TV del diario El Mundo, a pesar de que a menudo sus bien estructuradas y escritas crónicas tan sólo tangencialmente hacían referencia a la caja tonta para centrarse más en los tontos. Como los amantes de la ‘teoría de la conspiración’ del 11-M. Y Pedrojota, que ve conspiradores hasta en el fondo de su piscina ilegal en su mansión mallorquina, le ha dicho: «Para ejercer la libertad de expresión, a la p*#@ calle».
Pero como explica el propio Pérez de Albéniz en su despedida de El Mundo, el sibilino Pedrojota no te echa ‘literalmente’ a la p*#@ calle para no dañar su lanza de abanderado de la libertad de expresión, sino que para amordazarte le basta condenarte al ostracismo, esconder tus textos en las profundidades de Internet y –aquí reside su maquevialismo– si alguien pregunta, encima te pone como ejemplo. Porque ningún compañero tuyo osará levantar la voz –ni la mirada– por temor a la ira de Pedrojota.
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El detonante fue la crónica de la lectura de la sentencia del 11-M titulada ‘¿Nunca se convence a nadie?’.
«¿Quedara definitivamente cerrada la teoría de la conspiración con esta sentencia?» (…) La sentencia del 11-M. Contundente. Diáfana. Meridiana. Obvia. No fue ETA. Fue un grupo terrorista yihadista. Una sentencia que pone las cosas en su sitio, que da y quita valor, que aumenta y resta credibilidades, que fulmina estrategias conspirativas. Que cierra un proceso en muchos momentos patéticos. Una sentencia que debería dar carpetazo a uno de los momentos más trágicos y dolorosos de nuestra historia reciente: el atentado acabó con 191 inocentes. Una sentencia que podría dejar algunos cadáveres más, tanto políticos como periodísticos.
Otros, también hartos del fariseismo de Pedrojota –el crítico de cine Carlos Boyero se fue a El País–, escribieron sus despedidas menos crípticas:
LA SALIDA DE ‘EL MUNDO’ DE JAVIER ORTIZ EN SUS PROPIAS PALABRAS
«Esta mañana he comunicado a la dirección de El Mundo que abandono mi labor como columnista de ese periódico. Lo he hecho mediante una carta al director, Pedro J. Ramírez. Pensé en telefonearle para darle cuenta de mi decisión, pero luego reparé en el hecho de que ya hace unos cuantos años que él no se ha puesto en contacto directo conmigo para justificar ni una sola de las decisiones que ha tomado a mis expensas –algunas de ellas muy importantes para mi situación laboral–, lo cual indica que, con el paso del tiempo y por las razones que sea, ha considerado que prefería relacionarse conmigo de manera oblicua. Me he avenido a sus preferencias y yo también he optado por utilizar una vía indirecta.» LEER TEXTO COMPLETO
