Cuando las televisiones y la prensa se prostituyen más que las putas

Cuando las televisiones y la prensa se prostituyen más que las putas

El periodista y escritor Arcadi Espada analiza en su columna de hoy en El Mundo el comportamiento de los medios de comunicación ante la ‘noticia’ de la orgía nazi del presidente de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA). En un artículo titulado ‘El oficio más viejo’, afirma: «Basta un hombre conocido y una agente doble para que los medios violen el lindar de la alcoba y un acto privado se juzgue como un atentado a la moralidad pública. (…) Los medios hacen de todo, y también en eso se parecen a ellas [las putas]. Se han metido en la cama de alguien y han cobrado por ello»

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Por su interés, reproducimos a continuación el artículo:

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El oficio más viejo

ARCADI ESPADA

Despunta una generación de señoritas que cobran por hacerlo y por contarlo. Ultimamente han liquidado a un gobernador y a un alto dirigente del deporte. Podría pensarse que van a perder clientes con la doble práctica. ¡Quia! Los medios son ya sus principales clientes, pagan mejor que cualquiera y les dispensan un trato afectuoso, humanísimo, donde sobresale la consideración de víctima de la enriquecida. Los medios aún no han reflexionado un porciento sobre su relación con las señoritas. Hasta ahora se limitaban a publicarles sus anuncios, pero la demanda se ha ido sofisticando; y ha llegado a un punto en que el anuncio de mayor atractivo será el que diga, después de las medidas: «No se lo cuento a nadie». Ni que decir tiene que los medios lo publicarán sin problemas. Los medios hacen de todo, y también en eso se parecen a ellas.

Hasta ayer los medios tenían la coartada de la doble moral. Es decir, los testimonios de las señoritas se utilizaban para reflejar la distancia entre los vicios privados y las virtudes públicas. El caso del gobernador americano respondía idóneamente a este género del cazador cazado. Sin embargo, la coartada ya no es necesaria. El caso del dirigente deportivo lo explica muy bien. Basta un hombre conocido y una agente doble para que los medios violen el lindar de la alcoba y un acto privado se juzgue como un atentado a la moralidad pública. Para guardar las apariencias los medios fingen hipócritas vahídos: «¡Montaron una orgía nazi!». Las señoritas lo corroboran. No sólo eso. Las señoritas corroboran que participaron en la orgía sabiendo que tendría «una temática nazi» y que cobraron por ella 3.000 euros, cifra que se antoja parca, dado el perfil de la fiesta y el número de señoritas implicadas. No parece que se quebrara ningún pacto de conducta entre los participantes. El que alguien se disfrace de nazi para un carnaval sexual me parece un detalle interesante, aunque ya muy tratado, sobre la naturaleza humana. No estaría de más recordar, sin embargo, que los modelos del disfraz no pertenecen a la vida real sino a su estilización ficcional. Quiero decir que el oficial nazi que se lleva en mente tiene siempre la cara de Helmut Berger. Y ya puestos no estaría de más recordar la abominación que supone llamar nazi a alguien sólo porque se haya disfrazado de nazi. Sería como decir, francamente, que ellas aman.

Los vahídos se producen porque los medios, groseramente, fingen no distinguir entre ser un nazi y jugar a nazis. Las aventuras del cliente británico y sus pupilas no son de naturaleza diferente a las de un grupo de niños que se repartieran los papeles en la escenificación de un suceso de guerra. Pero los medios fingen no entender porque de otro modo la cruda realidad asoma: se han metido en la cama de alguien y han cobrado por ello.

(Coda: «En materia de sentimientos cuanto puede ser evaluado carece de valor». Chamfort.)

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