(PD).- El maestro José Tomás, torero grande y valiente, no permite que entren las cámaras en cualquier festejo taurino en el que él intervenga. Como es un genio, y está por encima del bien y del mal, pues el empresario de turno se lo permite (por poner un ejemplo de otro tipo de arte).
Así, en el pasado festival de Rock in Río, Dylan no permitió que se retransmitiera el concierto en directo por televisión de acuerdo al contrato que tenía firmado.
Permitió que se grabase una única canción, para los resúmenes de las televisiones sobre el Festival. Uno debe agradecerlo, claro. Lo mismo con Amy Winehouse o Neil Young o por ejemplo Franz Ferdinand, que llevaba un concierto apoteósico, hasta que la publicidad, en un programa en directo, hizo acto de presencia.
El grupo escocés iba a interpretar cuatro canciones de su nuevo álbum, y no quería que la piratería sacase beneficio de ellas, por lo que obligó a la televisión a emitir publicidad durante la interpretación de esas canciones. ¿Entendible? ¿Defendible?
Escribe Antonio Toca en Vayatele que se supone que todos estos artistas apuntan estas restricciones como detalle a todas aquellas personas que pagan su entrada por asistir al concierto. ¿Pero por qué unos sí ponen trabas y otros no?
Lo cierto es que no entiendo que tengan miedo a compartir con un número x de seguidores sus actuaciones, como si la culpa de todo la tuvieran los espectadores que deciden asistir desde sus casas a los conciertos porque no pueden ir.
¿Significa todo esto un mecanismo de autoprotección? ¿Son menos discos vendidos el hecho de que se vean sus canciones por televisión?