Durante la guerra de Bosnia, en 1993, los conflictos bélicos se paraban, por ambos lados, durante una hora al día. Eran 60 minutos sin disparos ni bombas. ¿Razón? Una telenovela; la venezolana Kassandra.
Este dato es verídico. Las tropas militares y la ciudadanía se olvidaban de sus miedos y sus odios por un momento y sufrían con las andanzas de los protagonistas latinoamericanos.
La novela rosa, telenovela o «culebrón», siempre ha sufrido de una mala prensa. Hablamos de tramas retorcidas,irreales, de diálogos ridículos, de malversación de las emociones. Pero hablamos de amor.
Los seriales televisivos suelen recorrer los tópicos más elementales y mostrar los instintos más primarios del ser humano. Lo hacen de manera burda, a veces, cierto, pero ahí radica su grandeza.
El amor es un lenguaje universal. Es a sí de simple y tópico. En cualquier lugar del mundo, se hable la lengua que se hable, un individuo entiende lo que es el odio, la venganza, el cariño, la alegría y el sufrimiento.
La fórmula secreta de los «culebrones» es la de entretener, dejarlo todo muy «masticadito», castigar a sus protagonistas pero asegurar, siempre, un feliz desenlace. Ese es el trato que se le plantea al espectador. Hacerle sufrir sabiendo que al final, todo va a salir bien. ¿Quién no quiere que eso le suceda en su propia vida?
Un buen producto «telenovelesco» es aquel que sabe conjuntar lo cortés con lo agresivo, lo sublime con lo rastrero, lo adulto con lo infantil. El problema, y esa es la cruz de estos formatos, es que son producciones de usar y tirar. La rapidez con la que se realizan provoca ciertos desatinos argumentales que, o bien escandalizan al espectador o bien le hacen pasar uno de los momentos más divertidos de su vida (Ver el vídeo adjunto, extracto de la telenovela mexicana Valeria).
Malos o buenos, los «culebrones» han tenido, tienen y tendrán un poderoso trono dentro de la ficción televisiva. Le pese a quien le pese.
