En España seguimos empeñados en hacer productos que no parezcan españoles. Nos acomplejamos ante los estadounidenses e intentamos imitarlos. Un claro ejemplo es ‘Homicidios’, una gran serie que estrenó Telecinco el martes 20 de septiembre de 2011 que comete el error de no entender los gustos del espectador patrio.
Lo primero que hay que decir es que ver ‘Homicidios’ es confirmar que nuestra TV está madurando. Primero; la dirección es no sólo vistosa- ese manejo del enfoque, esos planos generales, su profundidad de campo, su fotografía nítida, casi cinematográfica y su montaje rítmico-, si no eficaz, no muy gratuita.
La serie no es ornamental, ni bulímica. No hay una brillantez técnica para cubrir un vacío. La historia es solvente. La trama sigue la tradición moderna de serie de misterio con personaje carismático que resuelve crímenes. El guión del piloto es entretenido, sabe dosificar las sorpresas pero no se para en la mera presentación de personajes.
Se nota, y mucho, que sus creadores se creían iluminados por las nuevas tendencias televisivas impuestas por el mercado ‘yanqui’, a saber; virtuosismos, acción y poca sensiblería. ‘Homicidios’ es el enésimo intento por hacer un producto de los mal llamados adultos, lo que normalmente se traduce en oscuridad, violencia y falta de una historia de amor o sentimental como si esto fuese la peste.
Eduardo Noriega es la ‘estrella’ indiscutible de la función. Un psicólogo especializado en psicopatologías que ayuda a la policía a dar caza a un asesino en serie que puede que sea más cercano para él de lo que se imagina. El actor es solvente pero lo que chirría es el personaje. Su Tomás Sóller carece de un rasgo identificativo. No es suficiente para dar entidad al conjunto. Se echa en falta algún momento de brillantez deductiva. Nunca va por delante del espectador. Podría aprender de ‘El mentalista’, ‘House’ o de la espléndida ‘Los Misterios de Laura’ (TVE). Todas estas, series con un protagonista carismático y diferente.
En España no cuaja el género negro en estado puro ya que nuestros gustos -o al menos el del espectador potencial (mujeres y niños)- es más colorista, más apasionado. Aunque al final del capítulo descubrimos que, efectívamente, hay continuidad narrativa, no es suficiente enganche como para ver la siguiente entrega. Aún así, ojalá funcione. Es un trabajo limpio, agradecido, ni demasiado fácil ni demasiado pretencioso. Si le inyectasen un poquito más de emoción sería redondo.