Otro grande ha caído. Ocho temporadas ha tardado ‘House’ en espirar y lo ha hecho repasando sus lugares comunes, recordando personajes míticos y ofreciendo un juego tan retorcido como obvio. El capítulo final es ‘correcto’, a secas. Lloras, ríes pero no es lo apoteósico que soñábamos.
¿QUÉ LE DEBEMOS A ‘HOUSE’?
Dos cosas: la que es posiblemente la mejor creación de personaje principal del siglo XIX (con permiso de Toni Soprano y Don Draper) y una de las más envidiables coherencias narrativas de la televisión moderna. En ocho temporadas, House siempre ha sido House. En una época en la que las tramas se vician y los protagonistas que nos venden como ‘políticamente incorrectos’ terminan por apestar a conservadurismo del rancio, nuestro Gregory, nunca se ha traicionado así mismo. Pero ésto no excluye el cambio.
Al médico genio, cínico, putero y sociópata le ha pasado de todo. Se ha enamorado, ha visto a colegas suicidarse, ha perdido, ha ganado, ha sido secuestrado, apaleado e incluso ha estado en la cárcel. Los acontecimientos, si bien no le han mutado en otra persona, si que le han descubierto en toda su plenitud.
Pero quizá haya sido esa lealtad narrativa la que ha jugado en contra del producto. Los capítulos eran redondos, emocionantes, se reinventaba el género médico (y mira que es complicado a estas alturas) con cada enfermedad inverosímil pero el final siempre era el mismo: House, tiene razón.
Y cómo todas las series autoconclusivas y de misterio, la creada por David Shore fue agotándose hasta que se hizo necesaria la eutanasia. Y de eso va el último capítulo de este fenómeno social: de la muerte. De la muerte como alternativa, como el enigma menos misterioso de todos.
ÚLTIMO CAPÍTULO: LA TRAMA
Agradecemos de antemano a Fox España el esfuerzo requerido para emitir el evento a la vez que en Estados Unidos. El martes 21 de mayo de 2012, a las 06.30, hora española, le dijimos adiós con tristeza a Don Gregory House.
Y a partir de aquí, aviso a navegantes: OJO, SPOILER. No seguir leyendo si no se quiere averiguar más de la cuenta.
House ha llegado a su límite. Tras salir de la cárcel -estuvo ocho meses por destrozar la casa de su ex pareja y ex jefa, Cuddy, Greg volvió al Princeton-Plainsboro con un equipo semi-renovado (Parks y Adams eran las nuevas, mientras que Chase y Taub eran rescatados) y enfrentándose a problemas económicos y a su nuevo e implacable jefe, Foreman. Pero los últimos capítulos de la octava temporada han estado marcados por un hecho trágico: el bueno de Wilson tiene cáncer. Ni la quimio ni la radio han tenido efecto en él y el mejor amigo de House se prepara para pasar sus últimos cinco meses de vida.Y para rizar más el rizo (o atarlo todo bien, tal y como comprobamos luego). Gregory tiene todas las papeletas para volver en la cárcel.
El episodio final, comienza con el protagonista inconsciente, tirado en el suelo de un edificio en llamas con un cadáver a su lado. Una figura se adivina en la oscuridad. Primera sorpresa de la noche. ¡Es Kutner (Kal Penn)! el discípulo de House que se suicidó en la temporada cinco. Y en dos minutos ya sabemos lo que vamos a ver: es uno de esos juegos de montaje semilaberíntico y de realidades oníricas a los que ya nos tienen acostumbrados los creadores.
Y sin querer destripar todos los detalles, la trama es la siguiente: House va a morir. Ha ido a acompañar a un paciente moribundo y adicto a consumir heroína a un edificio abandonado y se ha producido un incendio. A través de su inconsciente, el doctor va viendo a seres de su pasado que le hacen reflexionar sobre lo que significa la vida para él y lo que puede llegar a ser su desaparición.
La muerte no es un enigma guay
Lo dice Kutner antes de dar paso al siguiente ‘fantasma’ de House: Amber. ¡Cómo hemos echado de menos a esta rubia alias ‘la zorra implacable’ que murió en brazos de su amado Wilson!
Y mientras Greg reflexiona sobre lo poco que le importa seguir con vida, el espectador va descubriendo lo que le ha ocurrido en las horas anteriores: además de intentar salvar al drogadicto, Foreman no cede y decide mandarle de nuevo a la cárcel. Es entonces cuando House le pide ayuda a James para que sea él el que cargue con el «marrón». Y aquí asistimos a uno de los momentos cumbres de la serie; cuando se disecciona la verdadera naturaleza paterno filial de esta relación. Es hora de que House aprenda a caminar solo ya que, a partir de ahora, no va a tener a nadie que le arregle los estropicios.
No importa la cárcel, ni la muerte de Wilson. Lo único que importa es el enigma.
Esto lo dice el tercer fantasma de la particular Navidad del doctor House, su ex-novia Stacy. Mientras, las llamas están a punto de devorar al protagonista aunque queda un último ‘visitante’ de su inconsciente: la mismísima Cameron. La joven doctora es la más cañera y le da un mensaje claro al moribundo:
La muerte es una liberación. Acabar con el dolor es mejor que el dolor.
Y justo cuando Wilson y Foreman llegan al lugar del incendio y ven a House acercarse a la puerta…Todo se derrumba. ¿Adiós doctor?
MORALINA FINAL
Y hasta aquí podemos leer de este cuento de Dickens para espectadores inteligentes. El capítulo es un homenaje a la propia serie, un decálogo de todos sus leit-motiv: el eterno «todo el mundo miente», las putas, los abusos a los enfermos en coma, las reflexiones filosóficas y las frases lapidarias. Pero sobre todo era un aplauso al personaje, una reflexión sobre su propia naturaleza. Es por ello que aunque nos esperábamos el giro final de la trama, no deja de ser una traición a todo lo narrado antes. ¿Desde cuando en este show nos han colado una moralina con tan pocos escrúpulos? Bueno, había que contentar al mundo entero y no es fácil.
Eso sí, nos quedamos con las últimas y grandiosas palabras de la era ‘House’:
El cáncer es aburrido.