Es el estreno más esperado. Uno de esos que corren el riesgo de la decepción gracias a una campaña promocional machacona. Tranquilos, ya hemos visto ‘Lo imposible’ y el resultado es excesivo, abrumador y magistral.
En mitad de la vorágine económica que se va a llevar al cine patrio por delante, Juan Antonio Bayona se ha erigido como paladín de la utopía y ha creado ‘Lo Imposible’. Un macroproducto etiquetado como uno de esos que no parecen españoles y que, por pura falta de autoestima, resulta que es una definición positiva.
Tal y como hizo hace cuatro años con ‘El Orfanato’, Bayona metamorfosea los clichés del blockbuster y, como todo buen discípulo, se lo lleva a su terreno. Ahora, ha cambiado fantasmas por olas gigantes pero la esencia sigue siendo la misma: contar el cómo nos enfrentamos a la pérdida, a la amputación física y emocional dentro de las relaciones entre padres e hijos.
Partiendo del viacrucis real que pasó una familia española durante el Tsunami que arrasó las costas de Tailandia el 26 de diciembre de 2004, Bayona y su guionista de cabecera, Sergio G. Sánchez (también responsable del libreto del ‘Orfanato’) se olvidan casi al instante de la excusa argumental (el clan protagonista es separada en dos y ambas partes luchan por reencontrarse) para hacer una película más impresionista que narrativa.
Cada plano, cada movimiento, cada nota de la banda sonora está diseñado para emocionar. La producción es, como la catástrofe natural que retrata, un torbellino visceral y casi bulímico con una sola razón de ser: trasladar al espectador hasta el epicentro de la tragedia. Y madre mía si lo consigue.
La película es una auténtica violación de nuestras retinas. Uno llora sin ni siquiera darse cuenta. Una anécdota: tras terminar la proyección, un servidor tuvo que taparse con una chaqueta al comprobar que tenía la parte superior de la camisa empapada de lágrimas -se recomienda encarecidamente una buena provisión de Kleenex o sucedáneos-.
El prólogo -con esa familia llamémosla ‘normal’, disfrutando de sus vacaciones navideñas en el paraíso- es engañosamente calmado. Bayona coje lo mejor del ‘Tiburón’ de Spielberg y crea tensión, no con una aleta amenazante, sino con el mismísimo mar. Esos planos del agua en calma con esos efectos de sonido exagerados ponen los pelos de punta.
Y a los cinco minutos ¡zash! Toma impacto. Da igual que hayamos visto la escena en los trailers o que sepamos lo que va a ocurrir. Todo lo que acontece en la primera hora de película es asombroso y brutal. J.A. B. no escatima en crudeza pero no cae en lo grotesco -esa escena de Naomi Watts llorando en brazos de unas nativas que intentan cuidar de ella no voy a olvidarla en mucho, mucho tiempo-.
Bayona ha dicho en la promoción que los mejores efectos especiales de su criatura son los actores, en especial Watts y el actor que interpreta a su hijo, un portento llamado Tom Holland que como no le nominen al Oscar este año yo me pongo en huelga. El director no se equivoca. Tanto despliegue de medios hubiese sido inútil sin ese reparto en estado de gracia.
Lo peor, sin embargo, es que no hay personajes. Hay apuntes muy pequeños de su personalidad pero que levante la mano quien pueda decirme cómo son. Eso se echa de menos porque, como ya he mencionado, aquí no se trata de contar una historia -si se van a encontrar o no los protagonistas es algo que ya se sabe y que carece de importancia-.
¿Pero qué iban a hacer? ¿Colarnos un melodrama insoportable del estilo ‘Titanic’ para que al final, lo único que importe sea la catástrofe en sí? ‘Lo imposible’ no es una disaster movie al uso. Es un fresco de trazo gordo que va directamente a las entrañas. Aplaudamos su valentía, su honradez y, por supuesto, su nacionalidad.
Lo mejor: Los actores, la puesta en escena, el montaje, su falta de complejos. Todo.
Lo peor: Los personajes, directamente, no existen como tal.
La escena: La del Tsunami -dividida en dos- y la de Ewan McGregor hablando con sus familiares por teléfono (sin palabras).