Ni los fines de semana se toman un respiro. El sábado 13 de abril de 2013 se estrenó ‘Las bodas de Sálvame’, una perezosa y poco original mezcla del cortijo y ‘Hay una cosa que te quiero decir’ el intento rentable por suavizar la imagen del programa estrella de T5.
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Cristian y Carolina se dan el ‘sí quiero’ en ‘Las bodas de Sálvame’
En la misma semana en la que se estrenó (el martes) ‘El Don de Alba’ serie fallida producida por Disney que no cuajó entre el público, T5 emitió el primer banquete de ‘Las bodas Sálvame’ cinco días más tarde y consiguió liderar la sobremesa del fin de semana como no se hacía desde el 2009 (con un 16,4% de cuota de pantalla).
Saco a relucir estos dos estrenos porque ejemplifican, por enésima vez, lo que hace callar a los que detestan la tele que tenemos. Los números son muy claros: ¿para qué voy a intentar hacer una serie de ficción creativa y de coste considerable cuando puedo tirar de los de siempre y hacer un programa en cinco minutos costándome cuatro duros y que, encima, va a ver mucha más gente?
‘Sálvame’ se puede defender por ser un programa visceral, evasivo y, sobre todo, muy entretenido pero sus ‘bodas’ no tienen excusa. El nuevo spin-off del cortijo es pobre de ambiciones y sus creadores lo saben. Lo que pasa es que, a estas alturas ya tienen una fórmula precocinada que funciona.
‘Las bodas de Sálvame’ es un híbrido, como decíamos, entre su original y los miles de realities de sorpresas que llevan siglos intentando haciéndonos llorar. La fórmula de vida desgraciada que cambia gracias a la tele, se ha hecho desde ‘Lo que necesitas es amor, ‘Sorpresa, sorpresa’, ‘hay una cosa que te quiero decir’ , ‘Cambio radical’, ‘Reforma sorpresa’ o cualquier talet-show del tipo ‘OT’. Estos productos funcionan como propaganda de que no son los políticos ni las instituciones las que pueden cambiarnos la vida, sino las cadenas de TV y, por lo tanto, los anunciantes que pagan.
Ahora, los afortunados se casan y se casan con sus admirados contertulios de todas las tardes. Se dice pronto. La novia viste lo que las marcas patrocinadoras le obligan.Todos lloran cuando la cámara les enfoca y no hay intimidad ni tampoco la quieren. Ya no se estila lo del álbum de fotos que se pasa de generación en generación, ahora los hijos podrán ver como se casan sus padres metiéndose en Telecinco.es. Y no sólo la boda sino lo desgraciados que eran antes de dar el sí quiero.
Todo esto daría exactamente igual si el producto fuese, al menos, divertido. No digo que echase en falta mala leche, no es un programa para eso. Se pueden hacer cosas blancas sin provocar somnolencia.
En el estreno no hubo ni una sola sorpresa. Podías adivinar cada plano, cada diálogo y cada ‘brilli brilli’ choni de los vestidos de las madrinas. Cristian y Carolina, vendedores ambulantes y padres de una criatura de cinco meses sin mucho dinero, estaban felices y alegres ante tanto rosa, tanto foco y tanta música hortera, gentileza de la aparición ‘estelar’ de Carlos Vives que, de paso, venía promocionar su disco.
Algo que sí que llamó la atención es que vendieron el programa como la puesta de largo de Kiko Hernández como presentador y de eso nada. El colaborador fue un colaborador. Punto. hay el que manda es el de siempre, Jorge Javier, cada día más ubicuo y que se zampó con naturalidad y humor las dos horas de programa. Hernández correteaba tenso y demasiado vehemente para la ocasión interrogando a los protagonistas.
Marc Giró estuvo irritante. El experto en bodas debería ser un personaje divertido y entrañable, no un chuleta que torturaba a la novia con vestidos tipo boda de Farruquito. Ya que estamos, mejor haber puesto a Víctor Sandoval en su lugar, al menos tiene más locura, más gracia.
Pero la señora de Cuenca se lo pasó bien. Hubo cardados, brillos, tirabuzones, gomina, y, cómo no, la canción de Titanic. Y de las bodas pasaremos al telediario. quiero, exijo, ver a Raquel Bollo retransmitiendo las elecciones venezolanas. Tiempo al tiempo.
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