El tercer capítulo de ‘Pesadilla en la cocina’ fue de lo más previsible, pero también de lo más dramático. Chicote se acercó (de puntillas) al drama de los desahucios e intentar ayudar a una mujer que iba a perderlo todo por haber ayudado a su hijo.
¿MANSIÓN O PICADERO?
Los protagonistas de la semana eran La Mansión de Navalcarnero, un restaurante hotel situado en el suroeste de Madrid, y sus dueños, José Luis, un tipo que salía en ‘Lo que necesitas es amor’ (¡!) y su pobre madre, Amelia, que trabaja como la que más y a la que su hijo ha arrastrado económicamente hasta el punto de que podría perder su casa.
¿Cuál era el problema? Pues que ahí nadie quería estar. Un camarero era actor, la otra esteticista, y el cocinero, literalmente, odiaba estar allí. La comida y el servicio, por lo tanto, menos que terribles. Y todo esto, al musculitos del dueño le daba igual, él estaba más pendiente de crear un espacio hortera que más tenía que ver con un prostíbulo de carretera que en un hotel restaurante (y encima, hablamos de un edificio tipo victoriano digno del Cluedo, que si bien tiene posibilidades, tal y como lo tenían parecía una mezcla entre la casa de Psicosis y el casino más cutre de Las Vegas).
De hecho, Chicote cuando hizo acto de presencia y vio esas habitaciones con jacuzzi, espejito, bolas de discoteca y luces rojas (que te daban gratis para una siesta si habías consumido en el resturante 50 euros) , sentenció:
Esto es el picadero de Navalcarnero.
Todo era tan de los 90, tan desfasado y tan poco estético qe incluso para el espectador se le antragantaba a la vista.
Chicote probó la comida y, obviamente, estaba todo malísimo (si no, no habría ido).
Si por algo destacó este capítulo fue porque, si bien siguió la escaleta clásica del programa, el montaje era más dinámico que en anteriores entregas. Todo parecía ir más rápido y las secuencias iban en paralelo. Por ello, mientras Chicote comía, podíamos ver cómo, en la cocina, el cocinero se cabreaba con todo el mundo y la madre del dueño, Amelia, ejercía de capataz para que todo el mundo entrase en vereda. Obviamente, no le hacían ni caso.
LA GRAN BRONCA CON EL COCINERO
El chef de laSexta , tras tirar todos los platos, se pasó por la cocina y se percató, de inmediato, que al cocinero «se la sudaba» completamente su trabajo, que lo suyo era la fotografía y fumar.
Comida en mal estado, suciedad y caos, así estaba la estancia por lo que Chicote se cabreó y llamó «guarro» al cocinero. Éste, muy chulo, se enfrentó al invitado:
Si me llamas guarro a lo mejor te digo yo otra cosa. Si te da tanto asco eso, lo tiras tú. A mí no me llamas guarro. Venga, me la suda, vamos a sacar más trapos sucios.
Otro problema que salió a la luz es que los trabajadores eran multiusos, que el propietario no afrontaba las responsabilidades y que los camarero se dedicaban a reírse y a cotillear de todo el mundo.
El paso siguiente de cada capítulo de ‘Pesadilla en la cocina’ (¡por favor, que cambien un poco la escaleta!) es cuando Chicote es testigo de un servicio de cenas. Y más que desastroso, aquello daba pena, mucha, mucha pena. Al ver a Amelia, tan mayor, friendo las patatas mientras no podía ni mantener la freidora, se me caía el alma a los pies.
Chicote se enfurecia y el resto, directamente se descojonaba y le atacaba. Así, el chef se marchó haciendo el paripé de que no volvería por allí nunca más.
Y otra vez, uno se pregunta: Con la crisis que hay ¿por qué la gente se toma su trabajo tan a la ligera? ¿Por qué no se despide a los que no valen o a los que dan problemas? Porque sino, no habría programas como éste, supongo.
«O PAGAS O TU MADRE SE QUEDA EN LA CALLE»
Chicote volvió y no hubo sorpresas. Se reunió con José Luis y con su madre y les cantó las cuarenta.
Eres Misterescaqueitor, cada vez que te pregunto una cosa, me sales con otra.
Le dijo el chef a un dueño que no se quitaba la sonrisita de la cara, incluso cuando dijo que confesó que le pidió a su madre que hipotecara su casa para salvar el negocio. Pero ahora, la deuda era de 40.00 euros y la buena señora se iba a quedar en la calle.
Ya con la motivación clara, Chicote se puso manos a la obra. Su primera decisión fue abroncar al cocinero, que más que pasota, estaba quemado y no se obsesionaba con que el de laSexta le había llamado «guarro».
UNA ‘GRAN’ RENUNCIA
Al final, el cocinero montó otro numerito y dijo:
Ahora, el que se va soy yo. Tiro la toalla.
Y el tal J.L , el dueño, salió corriendo tras él por las calles de Navalcarnero.
En plena plaza del pueblo, Manuel, el cocinero, y Chicote hablaron a solas y sin micros. La conclusión fue que el primero no volvería jamás a pisar la ‘Mansión’.
Sin cocinero , había que servir la comida y José Luis se dispuso a ocupar su lugar. Colapso total. Para empezar, no entendía a cuento de qué se puso ese modelito de cocina super ‘chic’ ( este chaval se pasaba el día posando). Obviamente, el propietario no daba pie con bola. No se aclaraba con las raciones y no sabía cocinar.
Este negocio está hundido. La Mansión no sale del hoy ni de coña. Esto se va a la mierda.
Le gritó Chicote a la cámara.
Luego, la esteticista, perdón, la camarera, se ponía a llorar y su compañero, el actor, sólo criticaba por criticar.
Y luego, otra vez el corazón en un puño al ver a Amelia destrozada al ver que a su hijo le daba igual que le quitaran su casa.
UNA ESCAPADA A LA PLATAFORMA DE LOS AFECTADOS POR LAS HIPOTECAS
En la parte coach del capítulo Chicote se llevó a José Luis de excursión a la plataforma de afectados por las hipotecas. ¡Toma ya!. Allí le dijeron que la cosa estaba muy mal para su madre y que el desahucio era inmediato. Hombre, todo era muy dramático y eso pero ya nos lo habían contado.
Y como siempre, el dueño del restaurante cambió de actitud en cinco minutos y, de pronto, todo cambió. Más o menos.
¿FINAL FELIZ?
Chicote se fue a convencer al Manuel, el cocinero fugitivo para que regresara y tras practicar el tiro con arco (¡!) le convenció. No entendemos por qué, ya que, para empezar, este tipo era bueno en su trabajo.
Mientras tanto, en ‘La Mansión, el equipo de diseño de ‘PELC’ convirtió lo que antes era un prostíbulo griego, en un prostíbulo de diseño (como siempre). La cocina también se reformó y eso fue más práctico y menos hortera.
Llegó la reapertura y todo funcionó, con tensión, pero funcionó. Chicote se encargó de entrenar a Manuel y mientras, el camarero se hizo el gracioso y cuando le llamaron por el interfono contestó con el chiste más viejo del mundo:
«¿Encarna? ¿Encarna de noche?
Y Chicote, sin cortarse gritó:
Deja de hacer el gilipollas, coño . Este tío no tiene curro ¿o qué?
Las comandas tardaron en llegar, hubo un pelín de caos y finalmente, José Luis se puso las pilas.
En definitiva, un capítulo emotivo por lo de los desahucios pero terriblemente previsible.