Alberto Chicote ha conseguido lo imposible: plantarle cara a Gran Hermano en su semifinal. Y es que, el pasado jueves 13 de junio de 2013, ‘Pesadilla en la cocina’ (laSexta) consiguió no sólo un gran 13% de share frente al 17,6 % de GH, sino que se llevó el minuto de oro del día. ¿Cómo? Pues con un capítulo fresco, algo light pero emotivo.
Luismi era el dueño de ‘El parador de la Villa’, nombre pretencioso para un bareto (ni siquiera un bar) a las afueras de Madrid en el que servían comida americana de, como dicen los jóvenes de hoy, ‘guarripeich’. Si el negocio en sí ya era un despropósito, lo del dueño era otro cantar. Hablamos de enésimo usurpador que se piensa que la restauración es el paraíso perdido para todo aquel que no tiene dónde caerse muerto.
Señoras y señores, aquí viene la frase de la que está hablando todo el mundo, aquella por la que el programa triunfó y por la que ‘Pesadilla en la cocina’ es tan grande:
Mis cursos de cocina fueron la película ‘Ratatouille’. Tres veces la vi, la película.
¡Bravo! El señor que te sirve la comida ha aprendido su oficio viendo a una rata cocinar. ¡Que desaparezca el MIR! ¡Adiós a los másters! Yo soy adicto a ‘Anatomía de Grey’. Que me manden una traqueotomía que la hago con una mano mientras me ligo a una enfermera.
Yo me imagino la situación. Tu bar va fatal y obviamente, la aparición en ‘Pesadilla en la cocina’ te viene de perlas. Te renuevan el sitio gratis y te hacen publicidad. Un chollo, vamos. Pero la competencia es dura ¿Qué haces? Pues te inventas esta frase y te pillan fijo. Es una teoría, pero es que cuesta creer que lo de ‘Ratatouille’ sea cierto.
Además de sus preferencias cinematográficas por las películas de PIXAR, el tal Luismi era un obseso del orden (repito, aprendió cocina de una rata de dibujos) por culpa de su anterior trabajo en un restaurante americano (que no en la cocina).
El resto del personal lo componían Antonio y Josue, los camareros que estaban a lo suyo. El primero no daba pie con bola y el segundo no levantaba la mirada del WhatsApp.
Chicote llegó y se encontró con un cartel de ‘Se traspasa’. Mal empezamos y peor seguimos. La comida, ¡oh, sorpresa!, era horrorosa. Muy americana no era pero salía muy rápido, la verdad.
El local era un desierto triste y de máquinas tragaperras, madera oscura y sillas tapizadas de verde botella. Ni un cliente. La única que se acercó por allí fue Esther, la mujer del ‘Ratatouille’, quien dijo que el problema del restaurante era que «no nos hemos especializado en nada y, al final eres uno más». ¡Que tu marido cocina imitando una peli de Disney! ¿Cuántas veces tendremos que repetirlo?
Y así, de pronto, la panacea. ¡Tres clientes! Obviamente el servicio fue espantoso. La comida quemada y el personal pasota. El dueño era como el último eslabón de la Santa compaña:
Mi sensación ahora mismo es de vacío (como su local)
Dijo un desesperado y cabizbajo Luismi.
Chicote habló con la mujer del dueño, que era la que llevaba las cuentas y según contó la buena mujer:
Estamos al borde del abismo.
La solución de Chicote fue muy simple. Cargarse el local sin que le temblase el pulso.
Se acabó el ‘fast food’ y vamos a cambiarlo por el ‘Good Food’.
Con la comida que tenían en la despensa improvisaron un menú barato pero curioso en aspecto (que no en sabor). El problema es que la rapidez de la que antes presumian se había esfumado. Problema: El tal Luismi que era un ser de estructuras fijas y sin habituales normas organizativas se desbordó. Además, yo entiendo que si un bar esta siempre vacío y, de pronto se llena de gente, es lógico que uno ande oxidado.
Me da vergüenza salir. No sé ni cómo he vuelto a la cocina. ¿Volvemos a lo de antes? Piénsalo bien. Yo me voy (..) Lo mejor es que traspaséis el bar y punto.
Le dijo Chicote al dueño. Obviamente, era un órdago barato de guión para enganchar a la audiencia.
Al día siguiente, la sesión de coaching se basó en llevarse al matrimonio a ver caballos (¡!). Allí, Alberto Chicote le dió el típico discurso de «¡tú sí que vales!» a Luismi y éste se quedó tan feliz.
El local cambió por completo, incluso de nombre, ahora se llama ‘Prost’. El diseño era un pelín excesivo pero estaba bien. Los platos eran de ‘diseño moderno y barato’, muy rollo VIP’s y para completar la reapertura, Chicote se fue a una Universidad de la zona e invitó a los estudiantes a cenar. Hubo problemas con la lentitud. Chicote se enfadó pero todo terminó bien.
Y finalmente, el dueño se olvidó de ‘Ratatouille’ y se hizo un máster en laSexta. Si es que no hay mejor escuela que la tele.