Chicote ha sido puesto a prueba. En el nuevo capítulo de la segunda temporada de ‘Pesadilla en la cocina’ (laSexta), el chef más mediático de España es cuestionado por el dueño del restaurante italiano que intenta rescatar.
¿Es Chicote el gran cocinero que dice ser? Mucho drama, mucha pizza y muchas sorpresas en un episodio flojillo por falta de grandes broncas pero emocionante al fin y al cabo. Por algo, el capítulo consiguió récord de audiencia el pasado 20 de junio de 2013 con un estupendo 16,3% de share.
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Chicote: «Eso es lo que quiero ver, coño, sangre en las venas»
No hubo gritos, ni enfrentamientos, ni amenazas, ni ratas cruzando por la cocina. No fue un capítulo controvertido, pero aún así, la audiencia lo respaldó. ¿Por qué? Primero porque a Chicote ya no hay quien lo pare, ya puede estar dos horas sentado ante una lata de lentejas, que la gente lo va a ver y segundo, porque fue un episodio principalmente emotivo, triste y esperanzador.
El problema es que se tomó el estado depresivo clínico (o supuesto estado depresivo) como un simple bajón y no como un problema diagnosticado que requiere un tratamiento profesional, no una charla con orondo cocinero ataviado con delantales de Agatha Ruiz de la Prada y que repite como un loro los topicazos del cualquier libro de autoayuda. Da igual, esto es tele. Aquí no hay problemas que duren más de cinco minutos, ni tragedias que se resistan a un buen cheque o una reforma.
El capítulo, emitido el 20 de junio de 2013, se centró en el Vivaldi, restaurante antaño referente de la cocina italiana de Barcelona ( por ahí comieron personalidades como Pau Gasol o Nina -si es que a ésta última se le puede llamar ‘personalidad’-) pero que estaba en horas bajas, a saber: salón desértico, mierda en la cocina, comida de bote, falta de personal y ¡horror de los horrores! manteles de papel y mamparas de cristal con florecitas…
Tan triste como el local era su dueño, Giuliano, un tipo ojeroso y lánguido que vivía de las rentas de lo que que fue años atrás pero que, a diferencia de otros cocineros que han pasado por el programa y que se dedican a vociferar a todo el mundo, a éste le importaba un bledo lo que ocurría a su alrededor. El motivo: que su mujer le había dejado por un cliente años atrás.
El drama era bueno. Obviamente, no tenía que ser fácil para el tal Giuliano ir a acudir a trabajar todos los días al mismo sitio donde su señora esposa le había puesto los cuernos.
Menos mal que andaban por allí los dos hijos del dueño,Alex y Giu. El primero ni me enteré que existía pero el segundo fue el gran protagonista del episodio. Hablamos de un chaval de 17 años, ¡padre! de un bebé de pocos meses y con una madurez mental envidiable para cualquiera.
El caso es que con esa información y viendo la cara de corderillo degollado que se gastaba el pobre Giuliano, cualquier psicólogo le hubiese diagnosticado una depresión de las que salen hasta en las coplas. Pero como en ‘Pesadilla en la cocina’ no se andan con tonterías freudianas, Chicote llegó y les puso a todos a raya. No lo tuvo fácil.
Tras ver el local, charlar con el dueño, flipar con los apliques en forma con de mariposa de las lámparas y con la falta de limpieza, Chicote comió sin opción a pedir. Giuliano le fue sacando platos con un objetivo oculto: poner a prueba al famoso Chef. Que pedía unos ñoquis con gorgonzola, el dueño le daba boloñesa.
El gran momento llegó con la pizza. Al probarla, Chicote dijo:
A esta pizza le falta de todo. Para empezar, este queso azul que no es gorgonzola. Lo único bueno es la masa.
El tal Giuliano se fue contento con la crítica porque , tal y como le dijo a su hijo en la cocina:
Chicote me ha dicho que la masa es buena pero que los ingredientes no le han gustado. normal, si le ponemos queso azul en vez de gorgonzola. Lo he hecho para ver si reconoce lo que es cada cosa. Lo ha reconocido y me ha gustado. Como un profesional. Es así, yo le estoy probando a él también.
Este tipo de ‘trampas culinarias’ se sucedieron durante gran parte del capítulo y hay que decir que nos parece bien. Uno también tiene derecho a mirarle el diente al caballo regalado. La ayuda no sirve de nada si no confías en tu ‘salvador’.
Chicote pasó las pruebas y se enfadó, como siempre, al ver la cantidad de suciedad que reinaba en la cocina y, lo que es peor, la actitud pasota del dueño. El de laSexta dijo que si aquello no se limpiaba, no se abría el restaurante esa noche, pero tras la limpieza, todo seguía igual. ¿Chaparon el sitio? Claro que no. En la tele no hay tiempo que perder y mantener a todo el equipo de producción es caro.
El primer servicio de cenas fue un drama. Comida horrible, servicio lento, platos sucios y Chicote gritando. Vamos, lo de siempre.
Pero a sus problemas cotidianos, el Vivaldi suma el peor de los contratiempos: la sombra del desahucio. Un fantasma que poco antes de la visita de Pesadilla en la cocina se convierte en realidad mediante documento oficial. Si no se hacía nada por evitarlo, en 10 días estarían en la calle.
Giu, el hijo, habló con Chicote y nos dio a todos una lección de madurez y sinceridad. El chico, se lamentaba no sólo por su situación económica, sino por el terrible estado de depresión en el que vivía su padre.
El chef Chicote pidió ayuda al hermano de Giuliano, Marcelo, que tenía otro restaurante cerca del Vivaldi, y no con éstas, el protagonista del capítulo reaccionó.
Se acabó el engañarme. Yo a ti no te voy a enseñar a cocinar porque eso ya lo sabes. Vamos a trabajar ya. Siempre, detrás de la comida está el que la hace, por eso tu cocina es triste, como tú.
Le dicho Chicote a un Guiliano deshecho en lágrimas.
El siguiente paso fue un segundo servicio de comidas y, de nuevo, todo fue desastroso y eso que contrataron a un antiguo camarero del local para ayudarles.
El siguiente paso de Chicote fue llevarse al equipo del Vivaldi a una escuela de cocina (por aquello de la publicidad, vamos), retrasar el desahucio unos cuantos meses (no sabemos cómo lo hizo, pero hubiese sido bueno saberlo) y reformar el local con motivos musicales. Pero aún quedaba lo más importante.
¿Cómo se ‘cura’ la depresión según Alberto Chicote? Con un bebé. El chef, para ‘despertar’ a Guiliano, se lo llevó a un mirador (no sé, quedaría bonito pero daba un poco de pena verles muertos de frío) acompañado de su hijo Giu, su chica y su bebé. Y así, con la criatura entre sus brazos, el dueño del Vivaldi juró ponerse las pilas y darles a los suyos lo mejor. No lo consiguió.
Lo mejor del capítulo llegó con el clímax. A la reapertura del Vivaldi acudieron la directora de la escuela de cocina que habíamos visto antes y una proveedora de productos italianos que había abastecido ‘desinteresadamente’ al restaurante con todo tipo de víveres. Guiliao comenzó bien pero perdió el control. Se hizo un lío y no daba pie con bola hasta que su hijo de 17 años tomó las riendas y sacó las comandas él solito.
El final fue agridulce. Los chicos consiguieron un curso gratis en la ya mencionada escuela de cocina, pero la ‘depresión’ del padre no desapareció. Y es que hay cosas que ni la tele puede solucionar. Es un alivio.