Ha sido la gran sorpresa de la temporada 2012-2013 –con permiso de ‘La Voz’ (T5)– y eso que pocos apostaron por el formato cuando arrancó. ¿Cómo es posible que MasterChef (TVE) se estrenase con un 11’5% de share y trece semanas después se haya despedido triplicando esa cifra, es decir, con un 33%? La receta ha sido simple: buena realización, elegancia, tensión, cambio de actitud de los miembros del jurado, invitados de renombre y comida, mucha comida.
El éxito de ‘MasterChef’ demuestra muchas cosas de las que debemos aprender. Primero: un mal comienzo no condena un producto. El 10 de abril de 2013 , el talent-show de la pública decepcionó a sus responsables al hacerse con un flojo 11% de la audiencia. Pero ya entonces fuimos muchos los que señalamos al formato como una de las mejores propuestas de la temporada. No nos equivocamos. Desde aquel día, el concurso culinario creció y creció sin tocar techo, no sólo en audiencia sino en calidad e innovación.
La segunda lección que hemos aprendido de MasterChef es que TVE aún no está muerta. Que la gente va a regresar a su cuna siempre y cuando no le vendan gato por liebre o propaganda disfrazada.
Otra cosa más: No hace falta recurrir a la carnaza, a la polémica, a los fuegos artificiales, al ‘teta-culo-pedo-pis’ y a los famosos de segunda (o tercera) para que la gente te vea. MasterChef es la panacea de los que critican la televisión sensacionalista. Ojo, no nos equivoquemos, aquí tampoco hemos encontrado ñoñerías didácticas de esas que mal llaman ‘familiares’. No, simplemente es un concurso sin pretensiones cuyo único objetivo ha sido entretener. ¿Cómo? Manteniendo una tensión casi operística (amén de un montaje soberbio), haciendo alarde de la elegancia sin evitar los momentos más polémicos y usando sabiamente los ingredientes con los que jugaba.
Y por último: la comida nos une. Y cómo. Sí, ya sé que este es un formato importado, que ya ha cosechado laureles en muchísimos países. Pero hay que caer en que esta España nuestra es principalmente agrícola y orgullosa de su patrimonio culinario. Por ello también es comprensible que a MasterChef le costase arrancar. Y es que esto no es una escuela de cocina para el espectador. Aquí uno no aprende a hacer los platos (sólo si se hace uso de la aplicación para móviles o del libro, que, por cierto, no le hace justicia al programa) por lo que se es incapaz de valorar si el concursante ha acertado o no. No es un formato participativo.
Pero la cocina es más que sabores. Es un universo lleno de colores, espectáculo, ruido y estrés. No importa si tú, desde casa, no puedes probar los manjares, simplemente se disfruta del proceso de elaboración. Además, y aunque los haya con más talento que otros, todos podemos ponernos delante de un fogón. Esta es la diferencia con formatos parecidos pero expertos en otras disciplinas. No todo el mundo puede cantar, por ejemplo, pero sí cocinar. Se haga mejor o peor, se puede.
MasterChef, aún siendo un programa grabado, ha sabido evolucionar a lo largo de sus trece entregas. El primer cambio que he notado ha sido en el jurado de chefs. En un principio, Samantha Vallejo-Nájera, Pepe Rodríguez y Jordi Cruz resultaron falsamente severos. Su cara de palo no era más que una impostura que no dejaba lugar para el carisma o la empatía. Pero poco a poco los tres se han ido suavizando. Bueno, más que ellos, su guión. Porque seamos sinceros, aún les falta soltura ante las cámaras y recurren con demasiada facilidad al texto.
En definitiva, el trío de jueces no ha despuntado como lo han hecho, por ejemplo, los coaches de ‘La Voz’ (dónde eran realmente las estrellas de la función aunque se pasasen con sus papeles) pero sí que podemos decir que hemos asistido al nacimiento de una nueva revelación, la de Jordi Cruz. El más joven de los chefs ha unido físico, talento y compostura y se ha comido sin esfuerzo a sus compañeros. Eso sí, le sigue muy de cerca Pepe Rodríguez con su tono de malote de buen corazón (yo, en realidad, me quedo con éste).
Y de los concursantes hay que decir que no han tenido problema en ser las auténticas estrellas del programa. ¿Por qué? Muy simple, porque con ellos se agrupaba a un espectro social muy amplio en el que cabían amas de casa, jovencitos, guaperas, soñadores, parados, expertos, aficionados o ‘tocapelotas’. Todo muy empático, vamos.
LA GRAN FINAL: RENCILLAS, JUSTICIA Y ADRIÁ
Pero finalmente, el premio se lo disputaron tres: Fabián (el yogurín del grupo) , Eva (la creativa) y Juan Manuel ( el que comenzó haciendo platos combinados y que evolucionó hasta la alta cocina).
La última gala fue de infarto. Hubo muchos, demasiados, momentos de resumen y/o recordatorios; pero aún así, no faltó la emoción. La primera prueba consistió hacer una caldereta de pescado para 25 personas, los 12 concursantes expulsados y sus familiares. Fue en esa comida cuando vimos el momento más ‘Sálvame’, cuando Maribel le echó en cara al polémico José David lo mal compañero que ha sido. Ella tenía razón, sólo había que ver lo aislado que estaba él del resto del grupo. Pero bueno, como esto es MasterChef, no llegó la sangre al río y ahí se quedó la cosa.
El jurado probó la caldereta, la de Fabián estaba sosa, la de Eva quemada y la de Juan Manuel perfecta. Solución: Fabián para su casa, no por ese plato sino porque realmente Eva se lo curró más durante todo el concurso.
El benjamín de MasterChef, sin embargo, se fue con premio: un curso en Certificado de Fundamentos de Cocina Española de Le Cordon Bleu Madrid para que pueda seguir desarrollando sus conocimientos culinarios.
Y tras esta primera expulsión llegó la sorpresa más evidente de la noche. Si durante semanas el programa ha invitado a conocidisimos chefs de nuestro país, para la gala final no podía faltar el mejor de todos ellos, el visionario Ferran Adrià, quien, junto al resto del jurado, valoró los tres platos que prepararon Eva y Juan Manuel.
Y como era de esperar, fue el chico el que se llevó el título a mejor MasterChef de España, 100.000 euros, la publicación de un libro de recetas, la oportunidad de seguir aprendiendo con el Grand Diplome, otorgado por la escuela de alta cocina Le Cordon Bleu Madrid y podrá además, trabajar un restaurante de la cadena Bilbao-Berria.
Fue una decisión justa. No sabemos a qué saben sus platos, pero J.M. representa representa la superación, la evolución, el esfuerzo y el compañerismo.
Por su lado, Eva no se fue tampoco con las manos vacías. La mujer cursará el Diploma de Cocina en la misma escuela y recibirá un contrato de trabajo en el complejo turístico Mayakobá de México.
Adiós a MasterChef, a su emoción y a su eficacia como producto de entretenimiento. Y mientras esperamos a la segunda edición nosotros hacemos caso a Pepe Rodríguez cuando dijo:
Comiendo se aprende.
Pues eso, ¡a comer!