El nombre le viene ni que pintado. ‘Sin identidad’ es un producto sin demasiado carácter, un quiero y no puedo a medio camino entre ‘Revenge’, ‘Niños robados’ y ‘Dallas’ (el remake). Ojo, esto no es malo (no del todo). La nueva serie de éxito de A3 (un 25,7% de cuota de pantalla en su estreno) necesita recorrido. Eso es lo malo; que no se ha cogido el toro por los cuernos y no se ha arrancado de la manera correcta. Lo mejor: Megan Montaner y ciertos puntos de la historia. Lo peor: Jordi Rebellón. Sin más.
Atención: chica mona, pero con una cicatriz en la cara, está encerrada en una cárcel de China. La reclusa se escapa en plan Conde de Montecristo y como tal, se transforma en una especie de Nikkita muy rica y un chino le arregla el rostro. Luego se va a Rusia a visitar un orfanato para después partir hacia España. Ya en Madrid, se alquila un pisazo, pone cara de intensa, enciende su Mac último modelo y sale en busca y captura del que, digo yo, será el malo de la historia. Todo esto en cinco minutos y sin diálogos. Toma ya.
El arranque es absolutamente surrealista y absurdo, pero los que disfrutan con productos como ‘Scandal’ imaginaban que ‘Sin identidad’ iba a ser eso; un placer culpable y desquiciado de malas malísimas con pelazo, frases lapidarias y cliffhangers a lo «uyuyuyuy». Pues va a ser que no. De hecho, hay pelucas.
Tras tan intenso epílogo (que en realidad queda como un pegote), la historia retrocede al 2001, cuando la prota (Megan Montaner), antes de ser Mata-Hari, era una niña pija, pero de corazón rebelde, hija de un juez corrupto (Jordi Rebellón)y una afligida ama de casa con peluca (¿en serio han tenido que ocultar la melena de Lydia Bosch? Si es el mejor talento que tiene).
La chica, primero, cree que es adoptada para luego descubrir, gracias a una monja mala y muy torpe, que es … ¡tachan! … una niña robada. Dramón. La cosa se complica, sin embargo, cuando el padre se carga a un tipo ante los ojos aterrados de su hijita.
Lo que tenían que haber hecho los creadores de ‘Sin identidad’ es haber entrado a machete. Haberse ventilado el pasado con un par de flashbacks y centrarse en lo que mola, en ver a la prota repartiendo leches y ‘justicia’ contra los que le amargaron la existencia. Es decir, hacer un ‘Revenge’ a la española. Sin complejos. No nos engañemos, es así como nos han vendido la serie. No hay que avergonzarse de nada, en este país estamos acostumbrados a las adaptaciones ‘no oficiales’ de producciones extranjeras.
De momento, la única intriga en la que se sustenta ‘Sin identidad’ es en saber cómo ha llegado la protagonista a una cárcel china y por qué se ha convertido en una especie de Beatriz Montañez con más clase, pero misma mala leche. Por todo esto, merece la pena seguir la historia. Ojalá se merienden el ‘pasado’ en un par de capítulos y pasemos pronto a lo que realmente importa. Otra vez, va a ser que no.
El origen de la serie era bien distinto. De hecho, comenzó siendo una nueva revisión del drama de los niños robados sin más interés, pero que ante la sobrecarga de producciones de temática similar, se decantaron, a última hora, por el thriller. Me temo, pues, que la parte más ‘molona’, la de la venganza, la darán a cuentagotas. Esto es lo que pasa cuando las cadenas no saben lo que quieren y no se ponen de acuerdo con los creativos.
LO MEJOR
Además de lo que promete, lo que más gustó de ‘Sin identidad’ fueron varias cosas: el meter (no se sabe por qué) el 11-S (en un país donde nuestras series casi nunca hacen referencia a hechos concretos, el contexto se agradece). La puesta es escena y la fotografía son más que aceptables. El reparto, por su parte, es solvente. La mejor, sin duda, es Montaner, seguida de cerca por (no me creo que vaya a escribir esto) Lydia Bosch y Eloy Azorín.
LO PEOR
Lo peor del primer capítulo había que buscarlo en un montaje abrupto en muchas secuencias,en una falta de ritmo abrumadora, en unos diálogos pelín avergonzantes y, sobre todo, en Jordi Rebellón. Este es el clásico actor que como trabajó en una serie de éxito (era el olvidable doctor Vilches de Hospital Central’) se le toma por un buen intérprete. La cruda realidad, señora de Cuenca, es que no lo es. Para nada. Tanto Rebellón como su personaje son tan malos que tengo la impresión de que los guionistas le dan la peores frases sólo para reírse de él.



