Crítica de la nueva serie de Antena3 protagonizada por Belén Rueda

‘La embajada’: La corrupción más incoherente y aburrida de la televisión

Trama absurda, 'culebronera' y una falta absoluta de naturalidad en el nuevo proyecto de Bambú Producciones ('Velvet')

Un casting de rostros conocidos, una productora en racha- Bambú- y una trama supuestamente novedosa (la corrupción política) han hecho que ‘La embajada’ haya sido un éxito en su estreno en Antena3 el 25 de abril de 2016. Cuatro millones de espectadores (22,5%) siguieron un capítulo que, a pesar de la expectativas, resultó tedioso y decepcionante.

No cabe duda de que los de Bambú Producciones saben vender sus series. Todas ellas, desde ‘Hispania’ a ‘Velvet’, pasando por ‘Gran Hotel’ o ‘Bajo Sospecha’, parten de varios reclamos que suelen ser infalibles: Un reparto cuajado de actores conocidos (que no buenos), una premisa argumental atractiva (que se desvanece en el capítulo tres) y un empaque visual cuidado hasta el más mínimo detalle.

Si algo caracteriza a las series de Bambú es que son ‘bonitas’. Suelen ser muy potentes en lo visual, es su marca de la casa. Por ello nos quedamos más que sorprendidos al ver lo que han hecho con su última criatura.

Para empezar, ‘La embajada’ no es ‘El Ministerio’, por ejemplo, porque, según nos quieren vender sus creadores, el hacer una serie enmarcada en Tailandia era como más atractivo, más chic. Estupendo, pero si uno emprende una empresa así tiene que llegar hasta el final, no se puede quedar a medias.

La Tailandia de ‘La embajada’ no es Tailandia. Se creen que por bañarlo todo de amarillo ya es tropical. Pues va a ser que no. Sólo con ver los setos de los jardines de las casas ya sabes que estás en Majadahonda, no en Bangkok. Y no hablemos de esos chromas poco acertados que aparecen con cuentagotas como para sorprender al espectador y que sólo consiguen arrancarnos una carcajada (o un chillido de espanto).

Pero el aspecto visual de ‘La Embajada’ es pecata minuta para lo que realmente falla en la serie: El guión.

Se nos vende como una trama de denuncia pero la corrupción que se muestra es digna del Club Disney. Es todo demasiado obvio, tremendamente previsible. La ilegalidad se reduce a un tipo muy malo que pasa por allí (y que encima lleva bigote) y a una panda de personajes o personajillos que hablan en clave y ponen cara de intensos.

Hay que admitirlo, La embajada es una serie para mujeres. Vale. Genial. Por ello, aquí la corrupción es eclipsada por la clásica trama culebronera. A saber: Belén Rueda cree que su marido, el embajador, le pone los cuernos y se va al barrio más chungo de Bangkok (es lo que tiene estar deprimida) y allí se encuentra a un guapo argentino que sabe tailandés y que la salva de unos malhechores. Después se tira al jovenzuelo en el polvo más ortopédico jamás rodado (ella vestida y él no, haciendo posturas imposibles) y luego se entera no sólo de que su esposo es inocente sino que su nuevo amante es el novio de su hija. Todo muy normal. Muy de Bambú.

Y no nos importaría lo poco sutil de la historia si no estuviera todo tan mal contado. Nada en esa Embajada es creíble. Desde el hecho de que los protagonistas hablen en español y repitan las mismas frases en inglés ante los tailandeses, hasta la sorpresa de que el embajador no tenga intérpretes (en plural) y confíe en el primero que pasa (el amante de su mujer, por cierto).

Pero la traca final se la lleva esa escena en la discoteca (una de las peores rodadas que se recuerdan) en la que a Úrsula Corberó se le olvida oportunamente el bolso y un tipo que pasa por allí -perfectamente iluminado por un foco- le cuela un paquetito de droga para que, un segundo después, llegue la policía y la arreste. ¿No se podía haber escrito esa secuencia con un poquito más de sentido de la intriga? No sé, no es tan difícil no ser obvio (Y por cierto, en mi cuarto de baño cabe más gente que ese club).

Todo en ‘La embajada’ huele a falso, a cartón piedra. Desde el pelo de Belén Rueda y sus extrañas poses semidesnuda en el armario, a esas largas pausas entre frase y frase lapidaria.

Esta es una serie que si bien encara una temática pseudo novedosa en nuestro país (cosa que aplaudimos) engola demasiado la voz, se toma demasiado en serio a sí misma y ya se sabe que no hay nada como la falta de sentido del humor para caer en el mayor de los ridículos. Buen intento. Fallido pero intento al fin y al cabo.

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Autor

Sergio Espí

Sergio Espí, guionista y crítico de televisión de Periodista Digital, responsable de la sección 3segundos.

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