La primera serie española original de Netflix. La expectación está servida. ‘Las chicas del cable’, producida por Bambú, bebe (se emborracha) del espíritu de ‘Velvet’ y aunque decepciona por muchos motivos, termina satisfaciendo al espectador.
EN NETFLIX NO TODO ES BUENO
Netflix no es sólo ‘House of cards’, ‘The Crown’, ‘Orange is the new black’, ‘Making a murder’o ‘Stranger Things’. No. En la plataforma audiovisual online más importante del mundo también están ‘Ingobernable’, ‘Marsella’, ‘Estocolmo’, ‘Frontera’ ‘Paranoia’ o ‘Club de cuervos’, productos mediocres y, en su mayoría, malos. Sí, malos. Porque en Netflix también hay basura.
Netflix es una plataforma global. Se ve en todo el mundo y en todo el mundo hay muchos tipos de público. Nos creemos que allí sólo vamos a encontrar productos de nicho para intelectuales pero la señora de Cuenca es universal y también existe en México, Estados Unidos o China.
Como ‘Velvet’ les funcionó muy bien sobre todo en el mercado latino, Netflix España le pidió a Bambú que copiase la fórmula. Querían tener su propio ‘Velvet’. Así nació ‘Las chicas del cable, una serie de marcado carácter culebronero que no esconde lo que es aunque debería.
Respeto, mucho, la forma de trabajar de Bambú Producciones. Excepto en un par de casos, sus ficciones están cuidadas a nivel visual y se venden como churros. Son maestros del buen gusto y de la manipulación del público masivo. Es por ello que cuando uno ve los primeros compases de ‘Las chicas del cable’ llega a una incuestionable conclusión: Esto no ha dependido de ellos (Bambú). Aquí han metido mano muchos otros (Netflix). Por eso que el resultado es un Frankenstein de escasa movilidad.
Soy un fanático del culebrón, de su locura, de la adicción que provocan y soy consciente de lo costoso que es hacerlos y escribirlos. Su lenguaje es puro, directo, sin espacio a las sutilezas, lo que no significa que sean productos baratos o fáciles. Hay que saber contar telenovelas y ‘Las chicas del cable’ no está bien narrada. Al menos no al comienzo.
LO PEOR DE LAS ‘CHICAS DEL CABLE’
El arranque de la serie es de los peores que un servidor ha visto en años (ese robo express, esa muerte montada deprisa y corriendo y ese chantaje sacado de la manga). Hay demasiados atajos en el guion en ‘Las chicas del cable’. Se le pide al espectador que tenga unas tragaderas muy anchas para comprar ciertos recursos (se abusa de las casualidades y de los eventos sin explicar) y tras ver los dos primeros episodios dan ganas de tirar la toalla.
La serie es un patio de colegio en el que juegan todos los clichés del género: Chica pobre, chico rico, amor del pasado, lío de herencias, triángulos amorosos, millonarios malvados, lucha de clases, macguffins que se olvidan pronto (primero el dinero, luego unos planos supuestamente valiosos), secundarios pobres y graciosetes, mujeres unidas, cuernos y un casi nulo acercamiento histórico
Bajo la cortina de humo del feminismo, ‘Las chicas del cable’ narra las travesuras de cuatro operadoras de la primera compañía de Telefonía española. Y aunque se supone que es una serie que celebra el empoderamiento femenino, lo cierto es que, al final, la trama se resume en una historia de amor de las de toda la vida.
Con todo esto podríamos condenar a ‘Las chicas del cable’ al ostracismo pero lo bueno que tiene Netflix es que se puede ver la temporada completa del tirón y es el mejor favor que s ele puede hacer a la serie.
Tras unos primeros episodios, repetimos, indignos, la ficción se va liberando, como sus protagonistas, y llevándote a un mundo amable en el que apetece estar.
Si la comparamos con ‘Velvet’, la que nos ocupa es peor porque es más obvia, pero mejor porque pasan cosas, muchas cosas. De hecho, los cliffhangers de los últimos 4 capítulos (son 8 en total) son dignos de un final de temporada de cualquier serie española.
Otra diferencia con ‘Velvet’ es que en ‘Las chicas del cable’ se abordan temas que en aquella estaban casi vetados: malos tratos, rebeldía ciudadana, bisexualidad… No es que se haga un retrato fiel y creíble de la época (años 20), pero al menos no se ognora la situación política como se hacía en la serie protagonizada por Paula Echevarría.
Tengo la sensación que en Netflix no sabían qué pedir ni a qué público se dirigían. Creo que querían que todo quedase bien masticadito para que nadie se perdiera y de ahí decisiones tan erróneas como esa voz en off de Blanca Suárez que es, en todo momento, cursi, obvia, pastelosa y gratuita.
Eso sí, como no podía ser de otra manera, a nivel técnico, la serie cumple. No te deja con la boca abierta pero esos decorados y esa gran vía de principios de siglo lucen muy bien.
Párrafo aparte merece la banda sonora. No me parece mal el anacronismo de colocar canciones modernas en una trama de época pero la elección musical no es la más acertada. Resulta irritante, cansina y mal incorporada ( rompe la tensión de muchas secuencias).
A nivel actoral, están mal Martiño Rivas y Ana Fernández pero se lucen, mucho, Nadia de Santiago y, sobre todo, Maggie Civantos, que se quita de un plumazo su Maca de Vis a vis’ y nos regala un personaje entrañable que, en manos de otra actriz, hubiese caído en la parodia.
AL FINAL, ‘LAS CHICAS DEL CABLE’ MERECE LA PENA
Vista la primera temporada de ‘Las chicas del cable’ puedo decir que no me lo he pasado mal. La serie te recompensa tras sufrir sus primeros compases. Te engancha y no dudo de que la respuesta del público va a es excepcional.
Voy a resumir brevemente lo que es ‘Las chicas del cable’: A mi madre, que es alérgica a toda tecnología, le he regalado una subscripción a Netflix sólo para que pueda ver la serie y le ha encantado. Objetivo cumplido.