Pío XII y el nazismo.

Escribe Rubén Kaplan: “Profundo malestar y rechazo produjo entre historiadores y la comunidad judía en general, la posibilidad que Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, conocido como el Papa Pío XII, y quien fuera considerado antisemita , sea pronto canonizado.

El actual Pontífice de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, de redimido pasado en las Juventudes Hitlerianas, celebró el jueves 09.10.08 de una misa en el Vaticano en el marco del duodécimo Sínodo de Obispos, con motivo del 50 aniversario del fallecimiento de Pío XII. En esa ocasión, Benedicto XVI defendió la memoria del extinto, y se pronunció partidario de su beatificación.

Una de las voces más airadas de protesta que se alzaron, fue la del rabino Jefe de Haifa, Shear Yashuv Cohen, quien fue invitado al aludido Sínodo y que muy contrariado por el proyecto de beatificación de Pío XII, fustigó a éste por no haberse pronunciado contra el régimen de Hitler.

«Creemos que no debería ser beatificado o tomado como modelo quien no levantó la voz, aunque sí de manera secreta intentó ayudarnos».


Un día después de las declaraciones del rabino de Haifa, presuroso, el secretario de Estado de la Santa Sede, Tarsicio Bertone, en un artículo publicado en el diario vaticano L’Osservatore Romano, indicó que Pío XII ordenó a las instituciones religiosas católicas que protegieran a los judíos y refugiados durante la ocupación nazi de Italia.

Bertone se basa en un estudio italo-americano de la monja Mary Margaret Marchionne publicado estos días por la editorial del Vaticano.

Muy diferente opinaba el doctor Dagobert D. Runes, autor de «El judío y la cruz» y de más de 30 libros sobre filosofía social e historia y del Dictionary of Philosophy.

«No hay en realidad ningún acontecimiento público de la era de Hitler, en Alemania y en Austria, donde las iglesias cristianas no hayan participado alborozadamente. Durante todo ese tiempo, el Cardenal Innitzer de Viena, firmaba su correspondencia con un «Heil Hitler».

Y el por entonces obispo de Roma, el Papa Pío XII, ex nuncio papal en Berlín, se negó a formular una súplica de piedad a favor de un millón de niños judíos que eran diezmados con gas en vagones herméticos y en cámaras letales.

Sin embargo, ese mismo papa no vaciló en absoluto en alzar su vibrante y enfática protesta al presidente Roosevelt y al primer ministro Churchill porque aviones aliados bombardeaban el monasterio de Monte Casino.

En los sótanos del monasterio se albergaban valiosos incunables y en los techos un puesto de avanzada nazi.

A pesar de los pedidos procedentes de todas partes, el Papa Pío XII sostuvo fríamente que quería preservar su neutralidad y que cualquier exhortación en beneficio de los judíos, aunque se tratara de niños, mancharía la inmaculada prescindencia que había observado hasta entonces.

El mismo Pontífice honró, sin embargo, a numerosos jerarcas del nazismo con prolongadas entrevistas personales y distinciones extraordinarias a destacados funcionarios laicos alemanes, el más notorio de los cuales fue von Papen, diabólico mentor de Hitler».

En la era nazi, hubo un sólo clérigo alemán, apellidado Lichtenberg que se animó a enfrentar con admirable coraje a Hitler y calificó abiertamente de crimen imperdonable contra el Espíritu Santo, al asesinato de hombres, mujeres y niños judíos. Su valentía le costó la vida en un campo de concentración.

En febrero pasado Benedicto XVI manifestó, en la recepción de los miembros de la fundación Pave the Way Foundation, formada por judíos y cristianos, que Pío XII «no ahorró esfuerzos» para ayudar a los judíos perseguidos por los regímenes nazi y fascista.

El Pontífice destacó que de ese Papa, al que le tocó vivir los años de la Segunda Guerra Mundial, «se ha hablado mucho y no siempre se ha hecho justicia con su labor».

Hacia fines de 1938, Pío XI, el antecesor de Pío XII, se animó a pergeñar un documento en el que se aprestaba a denunciar el antisemitismo del régimen nazi y los racismos en general, pero esta Encíclica que llevaba el título provisional de Humani Generis Unitas (La unión de las raza humana) que nunca fue publicada por su enfermedad y posterior muerte.
Escondido por Pío XII, su borrador fue descubierto en el año 2001, después que el papa Juan Pablo II desclasificara los documentos secretos relativos al Pontificado de Pío XI.

A la par de algunos defensores que alegan que Pío XII intentó parar el 16 de octubre de 1943 la deportación de 1.090 romanos judíos y abrió la puerta de iglesias, conventos y monasterios para albergar a refugiados, muchos sobrevivientes e historiadores, denuncian su silencio e inacción.

La foto del candidato a ser beatificado, Pío XII, es exhibida en Yad Vashem, el Museo del Holocausto, junto a otros que no hicieron nada para impedir el mayor crimen de la historia de la humanidad.


El papa Benedicto XVI no visitará Israel mientras no se suprima la frase bajo la fotografía de Pío XII en Yad Vashem, el Museo del Holocausto, en la que se cuestiona su conducta ante el exterminio de judíos en Europa, según reveló Peter Gumpel, postulador de la causa de beatificación de dicho Pontífice, Pío XII (1876-1958), que fue Papa entre marzo de 1939 y octubre de 1958.

«Hasta que el epígrafe no se elimine, Benedicto XVI no puede acudir a Israel porque sería un escándalo para los católicos», añadió Gumpel.

En ese epígrafe se afirma que cuando los informes sobre el Holocausto llegaron al Vaticano, Pío XII no reaccionó ni con protestas escritas ni verbales, que en 1942 no se asoció a la condena del exterminio formulada por los Aliados y que tampoco intervino con respecto a la deportación de los judíos de Roma a Auschwitz.

Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli llegó al Vaticano en 1901, a la edad de 24 años, reclutado para especializarse en cuestiones internacionales y derecho canónico.

Colaboró con su superior, Pietro Gasparri, en la reformulación del Código de Derecho Canónico que se distribuyó en 1917 a los obispos católicos de todo el mundo.

A la edad de 41 años, ya arzobispo, Pacelli partió hacia Munich como nuncio papal para comenzar el proceso de eliminar los desafíos legales a la nueva autocracia papal y procurar un tratado entre el papado y Alemania como un todo, que reemplazará todos los arreglos locales y se convirtiera en un modelo de las relaciones entre la Iglesia Católica y los Estados.

En mayo de 1917 recorrió Alemania, destruida por la guerra, ofreciendo su caridad a gente de todas las religiones.

Sin embargo, en una carta al Vaticano, reveló tener menos amor por los judíos. El 4 de septiembre de 1917 le informó a Gasparri, que era cardenal secretario de estado en el Vaticano, que un doctor Werner, el rabino jefe de Munich, se había acercado a la nunciatura para rogar un favor.

Con el fin de celebrar Sucot, los judíos necesitaban hojas de palmeras, que normalmente llegaban de Italia.

Pero el gobierno italiano había prohibido la exportación, vía Suiza, de unas palmeras que los judíos habían comprado y que estaban retenidas en Como.
“La comunidad israelita – continuaba Pacelli – busca la intervención del Papa con la esperanza de que abogue a favor de los miles de judíos alemanes”.

Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli le dijo a Gasparri que no le parecía apropiado que el Vaticano “los ayudara en la práctica de su culto judío”, era el 4 de septiembre de 1917, muchos años antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Gasparri respondió que confiaba completamente en la “astucia” de Pacelli, coincidiendo con que no sería apropiado ayudar al rabino Werner.

Dieciocho meses más tarde reveló su antipatía por los judíos de una manera más abiertamente antisemita, cuando estuvo en el centro de una revuelta bolchevique en Munich.

En una carta a Gasparri, Pacelli describió a los revolucionarios y a su líder, Eugenio Levien: “Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro, dando órdenes, y en el medio, una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los demás”, daba vueltas por las salas con sonrisas provocativas, degradantes y sugestivas.

La jefa de esa pandilla de mujeres era la amante de Levien, una joven mujer rusa, judía y divorciada.

….. Este Levien es un hombre joven, de unos 30 o 35 años, también ruso y judío. Pálido sucio, con ojos vacíos, voz ronca, vulgar repulsivo, con una cara a la vez inteligente y taimada”.

Hitler que había logrado su primer gran triunfo en las elecciones de 1930, quería un trato con el Vaticano porque estaba convencido de que su movimiento sólo podía tener éxito si se eliminaba al catolicismo político y sus redes democráticas.

Luego de su ascenso al poder en enero de 1933, Hitler hizo una prioridad de su negociación con Pacelli.

El Concordato del Tercer Reich le garantizó a Pacelli el derecho a imponer un nuevo Código de Leyes Canónicas sobre los católicos de Alemania.

A cambio, Pacelli colaboró en el retiro de los católicos de la actividad política y social.

Luego Hitler insistió en la disolución “voluntaria” del Partido Central Católico Alemán”.

Los judíos fueron las primeras víctimas del Concordato: luego de su firma, el 14 de julio de 1933, Hitler dijo a su gabinete que el tratado había creado una atmósfera de confianza “especialmente significativa en la lucha urgente contra el judaísmo internacional”.

Aseguraba que la Iglesia Católica le había dado su bendición pública, en el país y afuera, al nacional – socialismo, incluida su posición antisemita.

Durante los años 30, a medida que el antisemitismo nazi crecía en Alemania, Pacelli no se quejó ni siquiera en nombre de los judíos convertidos al catolicismo: para él, era cuestión de política interna alemana.

En el verano de 1938, mientras agonizaba, Pío XII se preocupó por el antisemitismo en Europa y encargó la redacción de una encíclica dedicada al tema.

El texto que nunca vio la luz del día, se descubrió hace poco. Lo escribieron tres jesuitas, pero presumiblemente Pacelli estuvo a cargo del proyecto.

Los judíos, dice el texto, eran responsables de su destino, Dios los había elegido, pero ellos negaron y mataron a Cristo.

Y “cegados por su sueño de triunfo mundial y éxito materialista” se merecían “la ruina material y espiritual” que se habían echado sobre sí mismos.

El documento advierte que defender a los judíos como exigen “los principios de humanidad cristianos” podría conllevar el riesgo inaceptable de caer en la trampa de la política secular.

La encíclica llegó a los jesuitas de Roma a fines de 1938; hasta el día de hoy, no se sabe por qué no fue elevada a Pío XII, Pacelli, convertido en Papa el 12 de marzo de 1939, sepultó el documento en los archivos secretos y les dijo a los cardenales alemanes que iba a mantener relaciones diplomáticas normales con Hitler.

Pacelli conoció los planes nazis para exterminar a los judíos de Europa en enero de 1942.

Las deportaciones a campos de exterminio habían comenzado en diciembre de 1941. A lo largo de 1942, Pacelli recibió información confiable sobre los detalles de la solución final provista por los británicos, franceses y norteamericanos en el Vaticano.

El 17 de marzo de 1942, representantes de las organizaciones judías reunidos en Suiza le enviaron un memorándum a través del nuncio papal en Berna, donde detallaban las violentas medidas antisemitas en Alemania, en sus territorios aliados y en zonas conquistadas.

El memorándum fue excluido de los documentos de la época de la guerra que el Vaticano publicó entre 1965 y 1981.

En septiembre de 1942, el presidente norteamericano Franklin Roosevelt envió a su representante personal, Mylon Taylor, a que le pediera a Pacelli una declaración contra el exterminio de los judíos.

Pacelli se negó a hablar porque debía elevarse sobre las partes beligerantes.

El 24 de diciembre de 1942, finalmente, Pacelli habló de “aquellos cientos de miles que, sin culpa propia, a veces sólo por su nacionalidad o raza, reciben la marca de la muerte o la extinción gradual”.

Esa fue su denuncia pública más fuerte de la solución final.

Pero hay algo peor. Luego de la liberación de Roma, Pio XII pronunció su superioridad moral retrospectiva por haber hablado y actuado a favor de los judíos.

La asombrosa antipatía de Pacelli por los judíos venía de 1917, lo cual contradice que sus omisiones fueron hechas de buena fe y que “amaba” a los judíos y respetaba su religión.

Pacelli le reconoció al Tercer Reich que sus políticas antisemitas eran asuntos internos de Alemania.

El Concordato entre Hitler y el Vaticano creó un clima ideal para la persecución de los judíos.

Pacelli no avaló la protesta de los obispos católicos alemanes contra el antisemitismo.

Pacelli intentó mitigar el efecto de las encíclicas de Pío XII al darle garantías diplomáticas privadas a Berlín, a pesar de conocer la abierta persecución de los judíos.

Pacelli estaba convencido de que los judíos se habían procurado su suerte: intervenir a su favor sólo podía llevar a la Iglesia hacia alianzas con fuerzas hostiles al catolicismo.

Enfrentamiento entre la Iglesia Católica y Nazismo.

La ley de esterilización obligatoria de alemanes “arios” enfermos mentales del 5 de diciembre de 1933 y que entró en vigor a inicios de 1934 se convirtió en el primer motivo de enfrentamiento entre las autoridades vaticanas y las del nuevo Reich germánico, decidido a aplicar sus teorías eugenésicas en materia de selección racial: teorías que Pío XI había condenado abiertamente en la encíclica «Casti Connubii» de 1931.

A petición de la Santa Sede, el episcopado alemán hizo todo lo posible (incluidas cartas pastorales, contactos personales con dirigentes del régimen, etc.) para lograr la modificación de la ley sobre la esterilización. Esta movilización del mundo católico alemán llevó, de hecho, a modificar el reglamento de aplicación de la ley.

Tuvo más éxito, en 1941, la denuncia de algunos obispos alemanes contra el programa (secreto) de eutanasia de personas con enfermedades hereditarias, en particular los enfermos de mente -los mismos que habían sido esterilizados en virtud de la ley de 1933 – cuya manutención era considerada como demasiado cara para el Estado-.

El obispo de Münster, Clemens August Graf von Galen, en una homilía del 3 de agosto de 1941, reveló detalles sobre la manera en que eran asesinados los enfermos en casas especialmente preparadas para ello y la manera en que se comunicaban noticias falsas a sus seres queridos sobre su fallecimiento.

El obispo condenó con fuerza estos hechos, definiéndoles auténticos delitos, y pidiendo que se castigara a sus responsables.

La falta de respeto de la vida humana, denunció, llevaría a la eliminación física de todas las personas consideradas discapacitadas para el trabajo, como los enfermos graves, los ancianos, los soldados heridos que regresaban del frente.

La homilía causó una profunda conmoción entre la población civil y entre los soldados alemanes que combatían en el frente.

Los jefes nazis reaccionaron con violencia: algunos pidieron incluso que von Galen fuera ahorcado, acusado de alta traición.

El Führer el 3 de agosto de 1941 bloqueó oficialmente la ejecución del programa de eutanasia.

En los años sucesivos, a pesar de la orden de Hitler, se siguió aplicando en algunas situaciones particulares; pero el programa oficial no se reanudó.


El programa nazi para higienizar la raza aria, Aktion
T4


«60,000 marcos es lo que esta persona que sufre un defecto hereditario cuesta a la comunidad durante su vida. Alemán, ese es también tu dinero», con este lema un cartel de la Oficina de Políticas Raciales apelaba al bolsillo de los alemanes para justificar un programa nazi que pretendía eliminar a aquellos que Hitler definía como los que «no merecían vivir», el programa que oficialmente duró desde el 1939 al 1941, serviría de ensayo para el posterior Holocausto de los judíos en Europa.

La idea de higiene racial, había formado parte de la ideología de Hitler desde el principio.
Los judíos eran considerados un bacilo que debía eliminarse del «cuerpo racial alemán» y los discapacitados “arios” eran vistos como una parte enferma de este y no merecerían tampoco un final mejor.

En Julio del 1933, al poco de llegar al poder los Nazis, estos promulgaron la «Ley de prevención de la descendencia de personas con enfermedades hereditarias».

Esta ley imponía la esterilización obligatoria para personas que sufrían las que se suponía que eran enfermedades hereditarias como la esquizofrenia, epilepsia, enfermedad de Huntington y la «imbecilidad».

También debían ser esterilizados los alcohólicos crónicos y los que presentaban otras «desviaciones» sociales como prostitutas callejeras.

Los tribunales de Salud Hereditaria (Erbgesundheitsgerichte) se encargaban de inspeccionar los asilos, casas de acogida, prisiones y las escuelas especiales para seleccionar los que debían ser esterilizados.

Un total de unas 360.000 personas fueron esterilizadas como consecuencia de la aplicación de la Ley entre 1933 y 1939. Aunque algunos sugirieron que la aplicación de la ley se extendiera también a las personas con defectos físicos, finalmente no fue así, tal vez porque algunos jerarcas nazis hubieran tenido que sufrir su propia medicina como Goebels o Bouhler.

La falta de mano de obra que sufrió Alemania a partir del 1937 cuando el país se encontraba en pleno rearme, hizo que el ritmo de las esterilizaciones decayera.

Hitler se había mostrado siempre favorable a eliminar las personas que no «merecían vivir», sin embargo era consciente que la opinión pública no aceptaría este tipo de medidas en tiempos de paz, pero en una una guerra todo sería más fácil.

De hecho el estallido de la guerra hizo que este tipo de personas fuera visto como más costoso aún, pues a parte de los recursos que necesitaban, ocupaban sitio en hospitales e instituciones que eran necesarios para atender a los soldados heridos o gente evacuada de las ciudades bombardeadas.

El Doctor Hermann Pfannmüller dijo «La idea insoportable que lo mejor, la flor y nata de nuestra juventud, tenga que perder su vida en el frente para que los imbéciles y elementos asociales e irresponsables tengan una existencia cómoda en un asilo».

Hitler decidió crear en mayo de 1939 –cuando ya había decidido invadir Polonia- el Comité para el Registro Científico de las Enfermedades Hereditarias y Congénitas Serias, que sería dirigido por su médico personal Karl Brandt.

Inmediatamente se inicio los asesinatos de niños alemanes “defectuosos”.

Los médicos eran obligados a informar de todos los casos de recién nacidos con enfermedades graves.

El objetivo del plan eran todos los niños menores de 3 años de los que se pudiera sospechar que sufrieran alguna de las enfermedades hereditarias, a las que se le añadía síndrome Down, microcefalia, hidrocefalia, malformaciones, ceguera, sordera o parálisis.

Un tribunal de expertos médicos daba su aprobación para que el niño fuera asesinado.

Muchos padres “arios” no eran partidarios de aplicar este tipo de medidas con sus hijos, particularmente los padres de áreas católicas.
Por lo que se recurría al engaño, haciéndoles creer que sus hijos iban a ir a centros especiales donde recibirían los mejores cuidados o incluso disfrutarían de unas vacaciones.

En realidad su estancia en estos centros se limitaba a escasas semanas donde era «evaluados» y posteriormente asesinados por inyección letal, sus muertes eran registradas como «neumonía».

Posteriormente se aprovechaba el cadáver para realizar una autopsia y se procedía tomar muestras del cerebro para ser usada en posteriores investigaciones médicas.

Curiosamente este último paso, dentro de la brutalidad, lejos de remover la consciencia de los médicos alemanes y personal sanitario implicados, les hacía sentirse mejor, pues «la muerte no había sido en vano, sino que servía a la ciencia».

Con el estallido de la guerra en 1939, el proceso de selección y evaluación se relajó y se extendió a niños mayores y adolescentes, delincuentes juveniles y por supuesto a los niños judíos, que serían utilizados para «experimentos médicos».

A su vez muchos padres empezaron a sospechar lo que estaba ocurriendo, pues se hizo muy evidente cuando se estaba procediendo a eliminar las instituciones que se encargaban del cuidado de estos niños.
En estos casos se pasaba a las amenazas de quitarles la custodia o trabajos forzados. En 1941 el número de niños asesinados ya se elevaba a más de 5.000.

La guerra también fue aprovechada para extender el programa a adultos con discapacidades, los primeros serían pacientes de instituciones de la recién invadida Polonia, en total unos 17.000 entre fusilados y gaseados.

Esta práctica se adoptaría también en Alemania, donde llegaría se llegaría a aplicar de manera sistemática.

Así se ordenó que los hospitales y los centros de cuidado de niños y mayores debían informar del estado de los pacientes que llevaran más de 5 años internados, muchos doctores exageraban la gravedad del estado de estos enfermos pues pensaban que la intención era emplearlos en trabajos forzados.
Los pacientes judíos fueron asesinados durante el 1940.
Para entonces el programa T4 ya contaba con seis instalaciones de gaseamiento.

Como pasaba con los niños un tribunal médico examinaba cada caso y al igual que ocurrió con ellos a medida que la guerra avanzaba el rigor de estos tribunales era menor, muchas veces los médicos que decidían ni si quiera veían el paciente.
También los métodos de eliminación evolucionaron pasando de la inyección letal a las cámaras de gas.

Con la finalidad de confundir a las familias primero se enviaba a los enfermos a hospitales de tránsito y finalmente llegaban los centros de «tratamiento especial», con la excusa de la guerra se decía a las familias que las visitas estaban restringidas, aunque realmente los enfermos eran asesinados a las 24 horas de su llegada a estos centros. Posteriormente las familias recibían un certificado de defunción con una causa y fecha ficticia y una urna funeraria con cenizas que se suponía que eran de su familiar, pero rara vez lo eran porque las ejecuciones se realizaban en masa. A veces incluso se pedía a las familias que sufragaran los costes funerarios.

Conscientes que el programa T4 despertaría el rechazo de la opinión pública, las autoridades nazis lo intentaron mantener en secreto, aunque fue del todo imposible debido al gran número de doctores, enfermeras y funcionarios implicados, algunos llegaron a explicar más que lo que debían, algunos cuando estaban borrachos.

Aunque el programa fue ampliamente aceptado por los médicos.

El programa T4 finalmente se convirtió en un secreto a voces.

Unas veces las causas de muerte que aparecían en los certificados eran imposibles, apendicitis en un enfermo sin apéndice.

Otras veces, casualidades difíciles de creer como que todos los niños «especiales» de un mismo pueblo que habían ido de colonias y murieran por neumonía el mismo día.

También despertaban sospechas los autobuses cargados de enfermos de los que nunca más se sabía nada más, excepto los inquietantes humos que salían de las chimeneas de estos centros.

Otros casos son aún más siniestros como la aparición de cenizas con pelo humano en las calles de Handamar, pueblo que albergaba uno de los centros de «cuidados especiales».

Un rumor, en este caso falso, que afirmaba que los soldados mutilados provenientes del frente ruso corrían la misma suerte, incrementó los temores y alentó las voces críticas incluso dentro del partido nazi.

Finalmente fue en 1940, cuando las protestas y presión populares aumentaron, especialmente en círculos católicos. Varios obispos pero en especial el de Münster, Clemens August von Galen, denunció el programa en varias pastorales y escritos.

Sus sermones no fueron publicados por la prensa alemana pero circularon en panfletos ilegales. Galen no fue arrestado por el temor a una revuelta popular, aunque se tiene constancia de que había planes de eliminarlo «después de la victoria final».

Las protestas se acabaron extendiendo a Baviera, donde una multitud increpó a Hitler en persona, la única vez durante sus 12 años de mandato.

((nunca hubo rechazo social alguno en Alemania ni en Austría respecto al exterminio de judíos, sino todo lo contrario))

Finalmente Hitler consciente que no se podía permitir una confrontación con la Iglesia en tiempos de guerra decidió cancelar el programa el 24 de Agosto de 1941.

Por otra parte la invasión de la Unión Soviética posibilitaba nuevas oportunidades al personal del T4 para aplicar sus conocimientos en la «solución final del problema judío».

En 1942 se reemprendió aunque de manera local y a menor escala, las victimas ya no eran asesinadas en instalaciones de gaseamiento centrales, sino por inyección letal o sobredosis de drogas en varias clínicas dispersas por toda Alemania y Austria, si bien otras veces se optaba por dejarlos morir de hambre, sin duda más barato y cruel.

Pío XII únicamente sólo tuvo interés en mostrar su rechazo contra el asesinato de niños “arios” cristianos “defectuosos”.

Ahí acabó su enfrentamiento contra el nazismo.

Ningún interés por las víctimas judías que eran asesinadas por el mero hecho de ser judías.

SOPORTE GRÁFICO:

Puede pulsar sobre los siguientes enlaces, y juzgue por si mismo.

http://www.nobeliefs.com/nazis.htm

http://www.nobeliefs.com/Hitler1.htm

http://www.nobeliefs.com/mementoes.htm

http://www.calvin.edu/academic/cas/gpa/uah/uah12.htm

http://www.calvin.edu/academic/cas/gpa/uah/uah14.htm

http://www.calvin.edu/academic/cas/gpa/uah/uah22.htm

http://www.gdw-berlin.de/index-e.php

http://www.bluecorncomics.com/hitler6.htm

http://www.spartacus.schoolnet.co.uk/GERchristianity.htm

http://www.nobeliefs.com/nazis.htm

http://www1.yadvashem.org/about_yad/what_new/temp_what_new/temp_index_pope.html

http://www.taringa.net/posts/1239392

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