Crónica de un viaje... turbulento

Egipto: «Las lágrimas de Osiris»

Egipto: "Las lágrimas de Osiris"
Pirámides de Giza Paul Monzón

El 31 de octubre del 2015, un avión ruso, Airbus A321, con 224 personas a bordo, que cubría la ruta Sharm el-Sheij, Egipto – San Petersburgo, Rusia, se estrelló en el norte de la península del Sinaí, Egipto. En un principìo se creyó que habría sido causa de un fallo técnico, pero luego se reveló que fue un ataque terrorista. Incluso fue reivindicado por el mismísimo Estado Islámico.

Ante la noticia que causó un gran impacto mundial y el clima de incertidumbre que se vivía en Egipto, el pánico no tardó en cundir entre los miles de turistas que disfrutaban de sus vacaciones en la Tierra de los Faraones, y en especial en el paradísiaco balneario de Sharm El Sheij.

Cuales gigantescas riadas de marabuntas, los aeropuertos empezaron a agolparse de turistas que buscaban desesperadamente salir del país sea como sea. Rusia y el Reino Unido fletaron aviones para hacer posible la evacuación de sus connacionales ante la posibilidad de que fueran un posible blanco del terrorismo yihadista. El caos parecías reinar.

Por aquel entonces yo contaba con una invitación para visitar este milenario destino con el cual había soñado de niño. Y al igual que yo, casi dos decenas de periodistas más, o eso creí yo porque a la hora de la hora, sólo viajamos nueve.

Algunos amigos me advirtieron que era una locura viajar a un país tan inestable y peligroso, cuando al contrario miles estaban intentando salir. Siempre he creído que cuando te toca, te toca.

DÍAS MARAVILLOSOS EN EGIPTO

Tres semanas después del atentado, precisamente el 21 de noviembre del 2015 arribé a El Cairo.

Nada más llegar no percibí un gran despliegue policial en el aeropuerto. Pero, eso sí: me retuvieron un cuarto de hora en el control de pasaportes porque el policía de fronteras creía que mi pasaporte era falso. El susodicho lo revisó una y otra vez a la par que me miraba fijamente. Luego utilizó una lupa para revisar mis datos, etc. No contento con ello llamó a otro agente para que se llevara mi documento y lo revisara minuciosamente en otra oficina, por decir algo.

Veinte minutos después regresó y me devolvió el pasaporte, y adiós buenas. Puede que la culpa la tenga mi pasaporte que estaba algo viejito de tanto vagabundear por el mundo, pero creo que la cosa no era para tanto. En fin, ya estaba en Egipto, uno de mis sueños de infancia.

Aquella noche nos recogió nuestro guía Ahmed, quien nos llevó al Hotel Fairmont, perteneciente a una cadena canadiense y que aglutina hoteles por todo el mundo.

Nada más llegar al hotel nos dimos de bruces con las extraordinarias medidas de seguridad para entrar en el mismo. Primero, había que sortear como una garita de control y una vez que se accedía a la puerta del establecimiento, había que pasar -sí o sí- a través de un arco de seguridad. Los equipajes corrían la misma suerte pero a través de un escáner. Todo idéntico como cuando vas a viajar en avión y te encuentras con esos molestos controles, pero necesarios para garantizar tu seguridad y la de los demás.

Este bendito ritual tuvimos que sortearlo casa vez que entrábamos y salíamos del hotel. Debo que resaltar las medidas para garantizar de alguna manera la seguridad de los potenciales turistas que quieran visitar o se encuentran en Egipto, aunque molestas, son óptimas.

Las mismas medidas: escáner, y arco de seguridad incluido, te encuentras cuando vas a visitar los templos arqueológicos de Luxor, las Pirámides de Giza, Sáqqara, Philae, etc. o incluso para entrar en algún restaurante de moda. Nadie se libra de ser «escaneado».

Fue una pena constatar in situ que el turismo receptivo había caído estrepitosamente, pero no el turismo interno que es el que te podías encontrar si visitabas las pirámides o viajabas en crucero por el Nilo.

Unos días después, tras navegar por el Nilo en el formidable barco Amarco 1, tuve la gran suerte de visitar en su penúltima parada, el Templo de Abu Simbel; o mejor dicho: el Templo del faraón Ramses II en Abu Simbel.

Los 300 kilómetros de carretera bien asfaltada que hay desde Aswan hasta el complejo arqueológico, al cual los egipcios lo califican como la octava maravilla del mundo (y lo es) los recorrimos en caravana de autocares fuertemente escoltados.
Hay que recalcar que la escolta policial ya se daba antes del incidente del avión ruso, y no es una medida nueva de protección. El regreso de Abu Simbel se dio bajo las mismas medidas de seguridad hasta nuestra llegada al barco.

Para abordar cualquier crucero hay que sortear las mismas medidas de seguridad que en cualquier parte. Y me quedo corto al decir que entrar al aeropuerto de El Cairo es lo más estricto que uno se pueda imaginar.

Primero, si no tienes tarjeta de embarque o el respectivo billete de avión no te dejan entrar. Si pasas este control te espera otro en el cual hay un escáner y arco de seguridad. Cuando haces el respectivo checking, no te libras de pasar otra vez por el escáner y otro arco de seguridad. Incluso los agentes te pueden cachear para asegurarse de que no eres un peligro o llevas algo que pueda atentar contra la seguridad de los pasajeros o del avión.

En mi caso, que llevo cables, baterías, enchufes, cámaras, videocámara, trípode, ordenador portátil, tableta, siempre levanto sospechas porque, para empezar, mi mochila pesa lo que no está escrito y los escáner tienden a alucinar con tanto aparato.

El exceso de celo entre los agentes se hace notar. No quieren que se les pase nada de nada. En aquella ocasión me decomisaron las pilas del flash. Protesté, pero comprendí que no llegaba a nada así que pasé del asunto. Y pensé: «Un rifi rafe de estos no me va a hacer olvidar los días maravillosos que he pasado en la tierra de los faraones».

EGIPTO HOY

A pesar que Rusia aseguró que el artefacto explosivo que derribó el avión de Metrojet, en el cual fallecieron 224 personas en su mayoría rusos, fue obra de yihadistas con la colaboración de algún trabajador del Aeropuerto de Sharm El Sheij, lo cierto es que aún no hay un veredicto unánime de lo que pasó aquel día, y lo más importante: quién está detrás.

El turismo receptivo en Egipto se ha reactivado en el último año. Inlcuso proliferan los viajes organziados vía vuelo charter desde España y otros países.

Aún así, visitar Egipto se ha convertido hoy por hoy en un dilema para muchos potenciales turistas que sueñan con conocer las Pirámides, el Templo de karnak, o navegar en crucero por el Nilo. Muchos países, entre los que se incluye España, desaconsejaron a sus connacionales viajar a la «Tierra de los Faraones» porque nada garantizaba su seguridad personal.

Y yo me pregunto: ¿Y en París alguien tenía garantizada su seguridad en la Sala Bataclán?; ¿O quizás los turistas, o franceses de a pie, estaban más que seguros aquel fatídico viernes 13 -sangriento- mientras departían al calor de un café en aquellos restaurantes cuando fueron acribillados por terroristas?

El terrorismo, al igual que el mundo, también se ha globalizado.

Al igual que el dios Osiris, un rey de Egipto primitivo, quien fuera asesinado por su hermano Seth y luego resucitara victorioso, el turismo en Egipto ha renacido cual Ave Fénix, aunque haya tenido que verter rios de lágrimas.

Los días de sangre, o viles atentados tales como el del avión ruso, parecen lejanos. El turismo, el pueblo y la milenaria historia de la Tierra de los Faraones, se merecen que las cosas sigan así.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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