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Venezuela: Atraco en Caracas

Venezuela: Atraco en Caracas
Caracas Paul Monzón

(Paul Monzón) – Un viaje siempre tiene sus riesgos. Vayas a donde vayas puedes sufrir un accidente, pasarlo de perlas, enfermar, o ser atracado. A mi me ha pasado de todo. Pero, «ser atracado», sólo un par de veces…y no precisamente por delincuentes, sino por las mismísimas fuerzas del orden, que paradójicamente están para evitar eso: ser atracado.

Contacto Travellers @monzonpaul

Sucedió en Caracas, Venezuela. Fue a finales de octubre del 2013, cuando, tras asistir a la Feria Internacional de Turismo de Venezuela (Fitven 2013), celebrada en la ciudad de Mérida, concluía mi periplo por esta bella tierra.

Fue la tercera y última vez que pisaba el país llanero, hoy en día destrozado por una narco-dictadura que ha provocado la más increíble podredumbre, caos social, y la mayor diáspora que se haya visto jamás en América Latina.

Aquella mañana, junto con la delegación de periodistas extranjeros, visitábamos el Centro Comercial Sambil, el más importante de la ciudad. Algunos colegas buscaban comprar algún souvenir. Yo quería adquirir una maleta para poder meter mi ropa. La mía la habían medio destrozado los operarios del Aeropuerto de Maiquetía a mi llegada al país.

En Maiquetía, como después pude comprobar, el equipaje de los turistas y demás pasajeros era sistemáticamente robado. A algunos malos individuos les daba igual destrozarte la maleta y robarte lo poco o mucho que tenías. Y según las noticias de actualidad parece que la cosa no ha cambiado, al contrario: se ha incrementado.

En Venezuela, en ese entonces y ahora, impera la ley de la selva y los malos modos. Y me quedo corto.

EL ATRACO

Decía, me encontraba en el Centro Comercial Sambil en busca de una maleta. Y la mayoría, para mi decepción, eran de origen chino, aunque los dependientes te las querían vender como si fueran marcas de calidad. Incluso las zapaterías, que en otros tiempos imagino que la mercadería sería de calidad, o de marcas conocidas, pero en ese entonces sólo vendían zapatos chinos y a precios desorbitados. Su olor característico los delataba.

Conversando con una dependienta, esta me confesó que de un tiempo a esta parte, todo iba en caída libre. Por ejemplo, su sueldo mensual era como 2.500 bolívares (según creo recordar). Y bueno, la maleta mala, remala, pequeña y de origen chino, valía la friolera de 3.500 bolívares.

A Génesis (supuesto nombre), trabajando un mes y ganando un miserable sueldo, aún le faltaría mil bolívares si quisiera comprar una maleta, y de las malas. Y eso que ella era por aquel entonces una de las afortunadas de tener trabajo y ganar un sueldo «decente».

Así estaban las cosas en la tierra de los bolivarianos e iluminados.

No había mucho que ver en el Centro Comercial, tanto así que hasta daba la impresión que sus tiempos de gloria eran cosa del pasado. Tal como dijo Génesis, todo empezaba a desmoronarse por ese entonces.

Aburrido por no ver nada interesante salí del centro comercial con la intención de hacer una foto panorámica del mismo para mi archivo de imágenes. Y ese fue mi error: alejarme del grupo de prensa por mi cuenta y sin avisar.

Afuera hacia un calor tremendo. El bullicio de la ciudad era apabullante. Y como el Sol apretaba, decidí hacer un par de fotos a toda prisa y regresar para resguardarme del calor.

Me disponía a hacer la primera foto cuando observé que seis policías se acercaban a mí. Por sus miradas percibí que algún «problema» iba a tener. Y pensando en ello sucedió lo más increíble, nauseabundo y rastrero que uno pueda sufrir. Y más aún proveniente de las fuerzas del orden.

Uno de los «agentes de la ley» me requirió mi documentación. Le enseñé mi pasaporte y acto seguido me espetó sin cortarse un pelo: «Me has estado haciendo fotos y te tengo que requisar la cámara». Inmediatamente me quitó la mochila mientras sus compañeros me rodeaban como para que nadie viera lo que estaba sucediendo.

Yo tengo muy malas pulgas y por un momento pensé en resistirme y hacerles frente. Pero en un país ajeno, donde no podía pedir auxilio a nadie, tendría todas las de perder. Sería mi palabra contra la de ellos. Guardé la calma.

Entre ellos se iban repartiendo mis cosas: cámara de fotos profesional Nikon, una potente videocámara JVC Full HD; flash, baterías, filtros, teleobjetivos, incluso mis gafas de Sol Oakley que me los quitó la única agente femenina.
Era un atraco, con «placa oficial», en toda regla.

Aparte de la indignación, por un momento me embargó una profunda pena. No me podía creer que tras visitar Venezuela en tres ocasiones y conocer lugares tan espectaculares como el Salto Ángel, la paradisíaca Isla Margarita; la Gran Sabana; subir al teleférico más largo y alto del mundo; hacer nuevos amigos, y disfrutar de un país que muy bien podría vivir del turismo, unos hijos de puta me estuvieran robando.

Pero en eso sucedió lo que no figuraba en el guion de estos delincuentes: del centro comercial salió la delegación de periodistas extranjeros acompañados por funcionarios del MINTUR, Ministerio de Turismo de Venezuela. Estos últimos iban ataviados con su uniforme oficial: camisas rojas, cuales «jemeres rojos» del otrora siniestro y genocida Polpot.

El grupo de prensa y funcionarios se detuvieron en la puerta, imagino que esperándome ajenos a mi odisea. Los agentes estaban a lo suyo y no contentos con robarme mi equipo de prensa, me revisaban los bolsillos en busca de dinero.

Por un momento sonreí y me dije: «estos se van a cagar». Y es así que levantando mis brazos y haciendo aspavientos, grité: «¡Soy Paul, estoy aquí!». Lo repetí un par de veces.

Tras escuchar mi «llamada de auxilio» los agentes de la autoridad se quedaron quietos. Uno de ellos volteó y, tras percatarse de la presencia de funcionarios del MINTUR, me dijo con voz contrita: «Nada, pana, es una broma». Y le pidió a sus compañeros-compinches que me devolvieran mis cosas. Y acto seguido se fueron como alma que persigue el Diablo.

Magdamélia, la jefa de prensa del MINTUR, cuando me acerqué a la delegación, me preguntó:».
«¿Qué quería la policía de ti?».
Y le respondí: «Me estaban robando».

Uno de los funcionarios del MINTUR quiso ir tras ellos, para entonces los agentes se habían esfumado.

Mientras escribo esta crónica he consultado un par de veces la hemeroteca del Google para darme una idea de cómo está la situación en Venezuela en cuanto al robo «institucional» se refiere. Está mil veces peor que antes.

Y claro, si «los de arriba» (llámense presidente, generales, ministros, etc) roban a sus anchas, por qué no lo van a hacer los subalternos.

Venezuela se desangra por capítulos mientras unos cuantos se hacen de oro. Así las cosas.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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