Semen Pantalikin

Por Javier Pardo de Santayana

(San Benito. Acuarela de F.J. Castro, 2º Premio del Concurso de pintura rápida de Valladolid 2010)(*)
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Arkadi Averchenko es un escritor ruso nacido el siglo XIX, creador del personaje de Semen Pantalikin, al que llegué a conocer gracias a D. Adolfo Lizón, profesor de Lengua y Literatura del Instituto Español de Lisboa.

Adolfo Lizón es un literato oriolano autor de obras tan interesantes como “Gentes de letras. Cuentos de la mala uva”, una descripción crítica de los cenáculos literarios, y una biografía de su paisano Gabriel Miró. Ni él ni Barbarín, también profesor en el mismo Instituto, fueron para mí unos simples profesores; fueron, sobre todo, unos grandes maestros. Barbarín, que además de sabio era un hombre tan despistado que vino alguna vez a clase con un calcetín de cada color, nos hablaba de los pliegos de cordel con el entusiasmo de un enamorado, y el joven Lizón, muy ligado a los escritores alicantinos de su época – google le relaciona con Miguel Hernández y Gabriel Sijé, acerca de los cuales nos ilustró magistralmente hace unos días nuestro foramontano José María Arévalo – nos hacía aprender y recitar poesías de muchos de los autores españoles de la época, y entre ellas, las de Antonio Machado y Alberti: autores a los que la propaganda oficial de nuestros días presenta como si hubieran sido proscritos por el Régimen. Recuerdo a mi improbable lector que nuestra guerra había terminado sólo unos pocos años antes, y que el director del Instituto era D. Eugenio Montes, de la Real Academia Española y destacado falangista, al que creo no haber visto más que una vez.

Adolfo Lizón nos hacía escribir, y entre las redacciones recuerdo una sobre la entrada de los rusos en Berlín que hubimos de hacer el mismo día en que se estaba produciendo, o sea que no sólo nos inició en la literatura, sino también en el periodismo de urgencia. Escritor brillante y precoz, me lo han situado no ha mucho por Madrid, muy en su estilo de siempre, con su típica capa y su buena pipa. ¡Cuánto daría por verle de nuevo ahora que soy ya mayor! Pero no sé siquiera si vive aún, porque yo, por mi parte, ya cumplí los setenta y siete. Y me da rubor recordar que en cierta ocasión auguró para mí un futuro en las letras cuando, estando yo por los catorce o los quince, me adjudicó la condición de “escritor nato”.

Decía yo que fue él quien me presentó a Semen Pantalikin. Y haré saber a mi improbable lector que, al indagar en Google sobre este personaje infantil, encontré en primera página un buen número de citas en portugués. Desconozco las razones para esta curiosa coincidencia, como también el que, muchos años después, aquel cuento que quedó grabado en mi memoria llegara a mis manos a través de una recopilación portuguesa de cuentos rusos.

Semen Pantalikin es un personaje prototípico. “¡Estoy perdido!” era la frase con que nuestro amigo solía reaccionar ante cualquier cosa que le pasara, ya que tendía a dramatizar hasta los sucesos más triviales. Y esto cuadra bien, no sólo con el proverbial pesimismo del sufrido pueblo ruso, sino también con la atormentada realidad de mucha gente de cualquier parte del planeta; ya que, si en nosotros encuentra un espíritu independiente y soñador, nuestra circunstancia habitual, constreñida casi siempre por preceptos administrativos y obligaciones convencionales, puede agobiarnos considerablemente. Y éste era precisamente el caso del simpático Pantalikin.

“Malditas matemáticas” es el título del cuento, en el que Averchenko describe una clase determinada en un colegio cualquiera. El elemento perturbador es un problema que podría calificarse como típico: dos labradores, A y B, salen en momentos distintos y a distinto paso desde un punto 1 a un punto 2. El maestro ha proporcionado los datos a sus alumnos: hora de partida del primer labrador, separación en tiempo entre ambos, velocidades respectivas y distancia entre A y B, que deberá calcularse en función del dinero que se ganaría vendiendo un número de barriles de vino equivalentes al número de días que suman los siete primeros meses del año 1888. La cuestión es a qué hora y cuánto tiempo después del segundo llegará a B el primer labrador, que sería el primero en emprender el camino pero iría más despacio.

Pero un problema matemático puede ser el paradigma de cualquier otro problema que se nos presente en la vida, y por tanto, de algo que viene a perturbar nuestra existencia. Semen Pantalikin ha de resolverlo, y esto le preocupa. Y para resolverlo tiene que entrar en situación.

Un espíritu imaginativo y soñador como el de nuestro personaje, inadaptado a un mundo de personas mayores que se dedican a plantear cosas inútiles, encontrará un escollo para él fundamental. ¿Cómo resolver una cuestión que afecta a dos señores neutros e innominados, conocidos exclusivamente como labrador A y labrador B, y a puntos descritos por unos números sin sentido?

Y Seme Pantalikin, después de pasar unos tres minutos afilando el lápiz y otros dos alisando su hoja de examen, intenta poner cara a las cosas. 1 y 2 serán unas ciudades australianas a las que llamará Melboum y Bómbola; dos lugares de un lejano continente donde cualquier cosa es posible, y A y B se llamarán Guillermo y Rodolfo. Guillermo será en realidad el famoso Guillermo Bloker, un bandido que tiene aterrorizado al país, y que partiría “cuando el sol no doraba aún las copas de los gigantescos baobabs”.

El método deductivo propio de la imaginación de nuestro pequeño y atormentado alumno le llevará a suponer que Rodolfo, de apellido Couters, un honrado squatter australiano, recela del tal Guillermo, que podría intentar robarle la famosa llave del Rinoceronte Rojo. Pero se duerme acechándole y luego ha de perseguirle aprovechando su mayor velocidad.

Algo ocurre en algún lugar del mundo, y Semen Pantalikin lo está viendo y lo está viviendo. Nuestro amigo ha superado la insensatez de una situación insulsa e imposible cuajada de letras y números sin alma, y la ha convertido en algo verdaderamente grandioso. Algo por lo que vale la pena interesarse.

Transcurridos los veinte minutos concedidos para el desarrollo del problema, y justamente en el instante en el que, desde la alta rama de un gigantesco eucalipto, Guillermo, que ha permanecido allí al acecho, dispara a Rodolfo y lanza luego una carcajada siniestra, surgirá la voz del maestro de escuela para señalar que la prueba ha terminado. Naturalmente, Semen Pantalikin despertará de su sueño y, convencido de que sería inútil explicar que B nunca llegara al punto 2 porque acaba de morir en un lugar perdido del continente australiano, exclamará: “¡Estoy perdido!”

Dígame usted, improbable lector mío, si usted mismo no se ha sentido alguna vez como nuestro pequeño amigo ruso. O sea, si no se ha sentido usted acogotado por la cosificación matemática, por un entorno hostil organizado por esos hombres adultos e implacables que ahora, ya a la edad que usted tiene, serán los banqueros o los políticos, o los medios afines a éste o al otro partido, o simplemente una administración sin alma. Dígame si no se ha dado usted de bruces alguna vez contra un muro de números o de disposiciones, o de organizaciones que nunca acaban de darle una razón auténtica, o de mecanismos sin imaginación que nunca proporcionarán una respuesta comprensible porque no ponen cara a las personas.

No sé lo que hará usted, querido amigo, pero yo le confieso que ante tanto tiburón como anda suelto, ante tanta estructura inhóspita, antes tantas situaciones que no entiendo, anta tanta mentira y tanta falta de autenticidad en los comportamientos, también me he sentido muchas veces con ganas de exclamar: “¡Estoy perdido!”


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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