Imágenes de Mozambique: Los makonde y la Historia

Por Javier Pardo de Santayana

(Tallas makonde, en ikuska.com)(*)

Cerca de donde vivimos veo una casucha cochambrosa y en ella un letrero: “Arte makonde”; también oigo hablar de arte makonde referido a unas piezas de tela típica mozambiqueña. E intento ilustrarme sobre el pueblo de este nombre, conocido principalmente por la fuerza expresiva de sus danzas rituales y de sus máscaras y figuras talladas en madera.

Por lo que leo parece que el término “makonde” no responde propiamente a una etnia como algunos sostienen, sino a una mescolanza de tribus que recalaron en las tierras altas de Tanzania y del norte de Mozambique. Era, por lo que dicen, un matriarcado en el que los bienes familiares pertenecían a la línea materna, pero siempre tuvo fama de guerrero. Se comprende por qué: descender al llano era correr el peligro de ser borrado del mapa, e incluso había que defender a las mujeres cuando éstas bajaban a por agua. Claro que el objetivo más frecuente de sus propias correrías era la captura de nuevas compañeras, y que las disputas internas giraban en torno al mismo tema.

Naturalmente, en la sociedad makonde subsistía una clara diferenciación entre los papeles del hombre y la mujer, tal como ha sido ley por los siglos y los siglos y en todas partes del mundo por la razón sencilla y esencial de que la capacidad de parir es exclusiva del sexo femenino. Los varones makonde tardarían mucho en asumir la responsabilidad de algún trabajo agrícola.

Pero en la historia de este pueblo dos elementos nuevos irrumpirían como sendos bienes esenciales: los tejidos, y las armas. Los tejidos, traídos por los comerciantes norteafricanos, eran ofrecidos a los jefes locales como regalo para sus esposas y acabarían provocando una auténtica revolución: primero como expresión de estatus social, luego como parte de la personalidad de quienes los vistieran, y más tarde como auténtico símbolo de la nación. El equivalente de las multicolores telas ghanesas del mercado de Makola sería aquí la “capulana”, una tejido-prenda “multiusos” que hoy se identifica plenamente con el país. Luego, el importante papel de los tejidos en la vida de los makonde como parte esencial de la dote sería compartido por las armas hasta que los portugueses prohibieron la circulación de éstas entre los nativos.

Tan larga trayectoria, aquí comprimida en unas pocas líneas, será parecida, digo yo, a la de muchas otras tribus del país y africanas en general. Y también, supongo, en algunos aspectos concretos, a la de nuestros iberos, celtas y celtííberos; talvez incluso a la de los antecesores de éstos. Porque la historia de éste y otros pueblos africanos es muy rudimentaria. Pero precisamente por eso nos hace cavilar.

Para mí lo más curioso es que el descrito panorama histórico de los makonde subsistiese todavía en pleno siglo XX, es decir, en el siglo en que nací y en el que ha transcurrido la mayor parte de mi vida. Hecho que no por repetido nos asombra menos. El aislamiento en las zonas altas y de difícil acceso permitió a los makonde mantenerse libres del acoso de los esclavistas y de la influencia de otros pueblos. O sea que mantuvieron sus costumbres – gran cosa ahora para los estudiosos del folklore africano – pero no evolucionaron apenas. Desde luego no tuvieron sus sumerios y sus hititas ni sus griegos, romanos y cartagineses, ni sus faraones y sus papiros, ni, por supuesto, un Herodoto o simplemente un hombre de pensamiento autóctono que no venga ya de nuestros días, ni libros escritos antes de la invención de la imprenta como es el caso tanto de Asia como de Europa. Aquellas escenas que recordamos de los libros de viaje del pasado siglo – en las que se nos mostraba a las nativas usando faldas de paja – representaban la realidad misma de una época relativamente reciente.

Hoy, aquí en Mozambique, aún vemos lugares, escenas y situaciones que a los ojos de muchos europeos no diferirían demasiado de la impresión causada por aquellos grabados antiguos; la representación de un mundo absolutamente primario si lo comparamos con el nuestro. Pero el país es un hecho y funciona de forma organizada según los criterios del siglo. Ante lo cual uno se plantea cosas tan esenciales y típicas como si es bueno o malo intentar “modernizar” a los indígenas puesto que “eran felices como estaban”, o si hacerlo es o no una obligación moral, o si la colonización fue siempre un absoluto desastre o ha de verse como producto de un devenir histórico que suele acabar con un final más bien feliz. Y aquí repasa uno lo que fue ocurriendo, y comprende las ansias de libertad y la resistencia natural al cambio, pero también algunos de los excesos provocados ante un entorno hostil, y la grandeza de los descubrimientos, y la dureza en uno y otro lado de unos hombres bregados en las dificultades, las limitaciones, la enfermedad y el peligro nuestro de cada día. Como también constata la inadmisible crueldad del comercio africano, árabe y europeo de esclavos.

Y comprueba una realidad constantemente repetida: que cada país africano es diferente de los demás aunque entre ellos tengan también muchas cosas en común. Hasta en los tejidos – ya que han sido citados aquí y puesto que fueron convertidos en un símbolo – podemos apreciar la diferencia: colores brillantes y luminosos en Ghana, tristes y apagados los de aquí. Una religiosidad explosiva y omnipresente allá, junto al Golfo de Guinea, más contenida acá, a orillas del Índico. ¿Influencia del carácter portugués? No creo. “¿Influencia, entonces, de la propia historia del país? Tampoco; que lo que fue la “Costa de Oro” del golfo de Guinea está jalonada de fuertes esclavistas. Y es que los países son, simplemente, distintos.

En fin, estemos agradecidos a la Historia que regaló a nuestros viejos países de Europa la herencia de una cultura tan rica como antigua, pero no caigamos en el error de la “artificialidad”: no construyamos ahora un futuro despegado de la realidad esencial del ser humano, un mundo intrincado de construcciones absurdas en el que cada uno vaya encerrándose cada vez más en sí mismo y solo salga para protestar de todo. No edifiquemos una sociedad con leyes tan injustas como las de los antiguos negreros, ahora para cargarse en el seno materno a los futuros ciudadanos que nos estorban; un mundo insolidario de tuiteros exigentes de lo inalcanzable, una sociedad de engreídos en el fondo inútiles. Y de corazones de sílex obsesos por el dinero y el confort.

Un buen pensamiento para la Cuaresma, éste que propongo desde Maputo, Mozambique.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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