V Centenario de la Revolución Comunera

Por José María Arévalo

(Cuadro la ‘Ejecución de los comuneros de Castilla’, de Antonio Gisbert Pérez.1860)

En la primavera del presente año 2020 se han cumplido 500 años del estallido de la Guerra de las Comunidades de Castilla que acabaría con la decapitación de los líderes comuneros el 23 de abril de 1521 en Villalar. Con esto de los rebrotes no sé si se habrá celebrado, pero estaba previsto que los días 3 y 23 de agosto se desarrollaran actuaciones teatralizadas en las inmediaciones de la Catedral de Ávila en memoria de la Revolución Comunera con este motivo de su V centenario, a propuesta del Consistorio avulense, y para conmemorar que hace 500 años se firmó la primera Constitución Española en la Sacristía de la Catedral del Salvador.

En Toledo, el Partido Castellano organizó un homenaje a los comuneros de Castilla en febrero, en la plaza de Zocodover, recordando a María Pacheco, esposa del general comunero Juan de Padilla, quien asumió el mando de la sublevación castellana y resistió en Toledo a las tropas reales de Carlos I, la última ciudad castellana que sostuvo el envite del emperador, aunque finalmente tuvo que capitular y María Pacheco terminó exiliada en Portugal.

La primera revolución de la época moderna

Veo en la red un artículo, del 5 de febrero, de Alberto Vaquero titulado “La sal y el combate por la historia. Reflexiones sobre el silenciamiento del Quinto Centenario de la Revolución comunera”, en el que sugiere que “Si alguna vez visitan ustedes la preciosa ciudad de Toledo, no duden en pasar por la Plaza de Padilla, hasta hace poco un solar vacío presidido ahora por una estatua del comunero homónimo, reivindicada ya desde principios del siglo XIX por los primeros liberales patrios, aunque tuvo que esperar a ver la luz en 2015. Pero no siempre hubo allí una plaza; mucho antes se hallaba la casa de los líderes comuneros Juan Padilla y María Pacheco. Al ser derrotada la Revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1522), el emperador Carlos V mandó tirar la casa y sembrar el terreno de sal para que no volviese a brotar nada en dicho solar, con el objetivo de que en modo alguno pudiera mantenerse el recuerdo de aquella pareja de rebeldes, y con ellos, el de la que muchos afirman que fue la primera revolución de época moderna.

La sal –continúa Alberto Vaquero-, como símbolo de la desmemoria, parece que persigue a este episodio de la historia que poco a poco fue siendo rescatado por los liberales del siglo XIX, que encontraron en los comuneros un precedente de la lucha por las libertades constitucionales. Un precedente a nivel mundial que, como muchos otros episodios de nuestra historia, parece haber sido más valorado desde fuera de nuestras fronteras. La ley Perpetua de Ávila, redactada por la Santa Junta Comunera en 1520, y que fue seguramente el primer intento de constitución del mundo, hasta sirvió de ejemplo en los debates constituyentes americanos en la Convención de Filadelfia de 1787, pero aquí sin embargo es una total desconocida”.

Y nos recuerda que en abril de 2018, los parlamentos regionales de Madrid, Castilla y León y Castilla – La Mancha firmaron el convenio de colaboración para conmemorar el V Centenario de la Revolución Comunera. “Estamos ya de lleno en 2020 –escribe- y de todo lo acordado no se ha llevado a cabo nada: ni un programa común de actividades, ni una Declaración institucional en los respectivos parlamentos, ni la prometida Ley de declaración de «acontecimiento de excepcional interés público», ni la creación de la anunciada Comisión Nacional para la conmemoración del Quinto Centenario. Ninguno de los puntos del convenio de colaboración se ha cumplido.

Y concluye: “Alguien podría esperar que las universidades castellanas fueran a estar a la altura de las circunstancias, y a rescatar el tema aunque solo fuera por un ejercicio de erudición y respeto a nuestra historia, pero de momento parecen estar más interesados en los delirios nacional-imperialistas rescatando a Blas de Lezo, los Tercios de Flandes o a aquella Armada Invencible que nos iba a llevar a poner a nuestros pies a la mismísima reina de Inglaterra con la invasión fake que tenía preparada Felipe II. O los últimos de Filipinas.

(“Insurrecta” de Gonzalo Borondo en Segovia)

Parece que un acontecimiento histórico de dicha magnitud, que sirvió de palanca a todo el liberalismo español del XIX, que representó un símbolo para personajes como El Empecinado o Rafael de Riego, hasta tal punto de presidir los nombres de Padilla, Bravo y Maldonado las paredes del Congreso, o que, debido a una confusión histórica, consagró el color morado como referente del republicanismo y las ideas progresistas en nuestro país, no merece ser atendido. Solo a través de las redes sociales, la voluntad de un grupo de jóvenes aficionados a la historia parece haber empezado a mover una humilde campaña para recuperar la memoria de estos 500 años de hilo morado comunero”.

Esto ocurría, ya decimos, el 5 de febrero. Sin embargo, este mes de agosto Villalar de Comuneros ha acogido la presentación del libro ‘Proceso contra Bernardino de Valbuena, el comunero de Villalpando’, de Tomás López, profesor de Geografía e Historia en el Colegio Nuestra Señora de los Infantes de Toledo, en el que Ediciones Universidad de Salamanca ha presentado el primero de sus estudios dedicado a conmemorar la efeméride. Con un precio de 20 euros impreso y tres en edición digital –se publicita-, el libro recorre una de las primeras revoluciones de la Edad Moderna, la de las Comunidades de Castilla. En su transcurso se enfrentaron las ciudades de la meseta con Carlos V, el primer monarca de la dinastía de los Habsburgo en España. Dos proyectos políticos con puntos de vista diferentes en lo político, económico y social se disputaron el poder entre 1520 y 1521.

Revolución urbana

Recoge el libro cómo la nueva dinastía acercó a las coronas de Castilla y Aragón a una realidad imperial y paneuropea, muy distinta a la que habían conocido en el reinado de los Reyes Católicos. Las Comunidades de Castilla tuvieron un marcado sentido urbano en su origen, si bien el desarrollo de la contienda en el ámbito rural llevó a la revolución por derroteros antiseñoriales; principalmente en aquellos territorios en los que la revuelta desafió el dominio de la aristocracia, como ocurrió en la Tierra de Campos.

El libro acerca al conocimiento de la revolución a través de un personaje, Bernardino de Valbuena, que fue decisivo en el movimiento comunero de la Tierra de Campos y que se mantuvo fiel a la causa comunera hasta el final, pues producida la derrota de Villalar se sumó a la resistencia toledana, aglutinada en torno a la figura de María de Pacheco. Tras la caída de Toledo se refugió en Portugal, donde vivió exiliado hasta su muerte.

En general se sabe poco sobre los líderes comuneros. La mayor parte de las veces sólo conocemos sus nombres. En este caso, gracias al proceso judicial conservado en el Archivo Histórico Nacional (Sección Nobleza), se ha podido averiguar que Bernardino de Valbuena era un joven hidalgo y que su padre había desempeñado cargos importantes del poder señorial en Villalpando.

Exceptuado del perdón general de Carlos V, fue condenado a muerte por sus actuaciones contra los intereses del Condestable de Castilla. Tras la derrota de Villalar marchó a Toledo con un pequeño ejército y se alió con el ala más radical del movimiento.

El papel de Bernardino de Valbuena, como el de otros hidalgos comuneros, fue decisivo en la configuración y organización del ejército comunero.

La conclusión del libro es que el movimiento de las Comunidades fue un movimiento fundamentalmente urbano, pero a medida que se desarrolló se ligó con las zonas rurales. De manera que cuando estas zonas quedaron bajo dominio realista, comenzó a gestarse la derrota comunera.

Se ofrece la edición íntegra y el estudio histórico del proceso judicial contra el comunero Bernardino de Valbuena, líder de la revuelta en una de las principales poblaciones del Condestable de Castilla en Tierra de Campos: la villa zamorana de Villalpando.

Los comuneros recordados por Borondo en Segovia

También Segovia fue uno de los escenarios principales del levantamiento comunero. Para conmemorar aquel acontecimiento, el ayuntamiento de la ciudad castellana ha presentado en 32 vallas publicitarias ubicadas en 17 localizaciones urbanas de libre acceso la exposición “Insurrecta” de Gonzalo Borondo (Valladolid, 1989).

En este museo al aire libre, desarrollado en colaboración con Acción Cultural Española, Borondo invita al visitante a descubrir los cinco capítulos de “Insurrecta”, tratando de generar con ello reflexiones e indagar en el sustrato cíclico de la historia, tomando como eje aquella fracasada revuelta. Además, la elección del soporte no es casual, el artista conecta la reapropiación de la tierra por parte de los comuneros con la reapropiación del arte en las vallas.

(Otra de las vallas de Borondo en Segovia )

Las obras se plantean en código de metáfora visual e hilan de forma sugerente hechos históricos con una lectura personal y crítica hacia nuestra contemporaneidad. A la vez, el artista descubre al visitante un espacio visual de Segovia menos conocido, impulsando la visibilidad de los denominados ‘No Lugares’.

Borondo –nos explica la web hoyesarte.com- rinde homenaje a los Comuneros profundizando en la idea de revuelta y extendiendo el análisis de las luchas de poder más allá del marco establecido, aplicándolo a otros frentes, tales como la humanidad enfrentada a la naturaleza, el discurso de lo urbano en el paisaje natural, los efectos de la imposición en la sociedad, la reapropiación de espacios por parte de diferentes agentes o los cambios en el statu quo.

En el proyecto se han utilizado diferentes técnicas; sin embargo, todas las obras presentan como matriz común el monotipo, técnica que usa las herramientas del grabado pero generando una sola copia, con la que Borondo quiere homenajear la intención divulgativa de las series de grabados Los caprichos y Los desastres de Goya.

Para hacer de cada obra una experiencia en sí misma, el artista aplica diversas técnicas plásticas que condensan o expanden su contenido más allá del soporte en sí mismo: esculturas de hierro y paneles microperforados rebosan algunos de los marcos; la cianotipia en busca de un realismo onírico propio de las primeras fotografías; el uso de la animación en otras expande el proyecto más allá del soporte original y, por supuesto, la yuxtaposición de la propia valla con su entorno, juega con las perspectivas y paisajes de la zona, pasando a formar parte de la obra.

Los visitantes cuentan con un mapa de las 17 localizaciones, que incluye un relato de la revuelta por cada una de las intervenciones, además de marcar en cada parada la perspectiva ideada para la contemplación, aunque se invita a tomarlo con la mayor libertad.

“El trabajo de Gonzalo Borondo –comenta Hoyesarte- conecta la pintura figurativa y las instalaciones con sus propios contextos físicos y psicológicos, y está guiado por su voluntad de entender al ser humano en sus complejidades más simbólicas. Sus obras rompen el límite de lo impuesto por la inercia de un lugar, mientras que lo respeta y rinde tributo a su legado. Asimismo, su lenguaje personal está formado por las contradicciones humanas, por la simbiosis de las imágenes opuestas.

Después de más de diez años desarrollando su carrera artística fuera de España, Borondo vuelve a residir en Segovia”.

En fin, un centenario no tan olvidado como parecía, quizá perjudicada su celebración por el confinamiento del coronavirus, aún no concluido, como tampoco las celebraciones de este V Centenario.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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