Nací en Bilbao y soy vasco -y por lo tanto español- por los cuatro costados.
Con 20 años decidí seguir los pasos de mi abuelo, un pionero de la aviación que apareció en Guecho, Vizcaya, en su artefacto volador procedente de Biarritz en el año 1913... y no llegó a la playa, donde le esperaba la banda de música y todo el pueblo. Mi abuelo se fue al agua (que fallara el motor era bastante normal en aquellos tiempos) y llegó a la playa en un bote, con un queso que traía de Francia para mi bisabuela. El capó de su avión, con el agujero por donde reventó un cilindro, lo doné recientemente al museo de la Fudación Infante de Orleans, que con enorme mérito se dedica a restaurar aviones antiguos.
Mi abuelo voló hasta los ochenta años y yo sólo llevo volando 34. Actualmente soy comandante de una compañía aérea, pero para llegar hasta aquí tuve que emigrar y trabajar muy duramente: estuve seis años en Estados Unidos y México.
En EE.UU. enseñó a volar a mucha gente, incluida mi mujer, pero antes fregué platos, aparqué coches, trabajé de camarero y también de cocinero, con bastante éxito por cierto, en un restaurante vasco de Miami y en un hotel de Carolina del Norte.
También volé el reactor privado de un millonario en México, donde nació mi hija mayor.
Ya de vuelta en Bilbao di clases de vuelo, remolqué carteles de publicidad aérea, hice fotografías y rodé películas desde una avioneta, para acabar encontrando trabajo en una compañía charter a la que vi quebrar poco después... y vuelta a empezar.
En treinta años he vivido en Menorca, Florida, Monterrey, Carolina del Norte, Bilbao, Mallorca, Madrid... Toda la vida con la familia de un lado para otro y con el petate al hombro.
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