Profesiones en el olvido. Campaneros

Hace tiempo tuve la oportunidad de hablar con un buen amigo mío. Me llamó nos tomamos un café y a medida que avanzaba la conversación pude descubrir que se trataba de una persona íntegra, de las que ya casi no quedan. Su nombre era José Miguel Dólera, todos le conocen como Pepe el Campanero. Y es que su profesión es campanero. Hace años fundó una empresa llamada Campaneros Murcianos, la más antigua de todos los campaneros de Murciaque está especializada en la restauración, mantenimiento y puesta en marcha de campanas y todo lo relacionado con el mundo de la relojería monumental.

Estábamos sentados en una terraza y me pidió permiso para fumar. Sacó su Pipa, su tabaco para pipa, y la encendió. Reconozco que me sorprendió ya que hacía mucho tiempo que no veía a nadie fumar así.

Entre calada y sorbo de café me invitó a que un día lo acompañara a él y a su equipo en uno de sus trabajos y viera cómo es de cera el trabajo de campanero.

Le tomé la palabra y los acompañé en uno de los lugares más emblemáticos de los que ellos llevan el mantenimiento. Sólo estar ahí arriba ya es un privilegio, pero si además ves cómo unos artesanos miman y cuidan las campanas para que estén listas para el repicar y el volteo.

En un momento del trabajo, lanzaron una cuerda y se colgaron con cuerdas a más de 50 metros de altura para arreglar una campana con un peso descomunal. Estuvimos toda la mañana en el lugar, para arreglar 3 campanas. Allí Pepe me contó que no todo es oro lo que reluce, que su trabajo no está bien remunerado y además tampoco los tienen muy en consideración. A mí me parecía uno de los trabajos más maravillosos del mundo, por la mística, por la simpleza, pero a la vez por la técnica elaborada…

Este post no tiene nada de tecnología, nada de internet ni nada de marketing, pero me pareció tan maravilloso que sería digno de contarlo en un artículo mío en Periodista digital, sobre todo para reivindicar que se tenga en cuenta y se dé el valor necesario a una profesión tan antigua como las propias iglesias, que pasa por tiempos extraños y donde todo tiene cabida, hasta el desprecio por la artesanía.