Hace decenios que dejé de seguir las Olimpiadas y Eurovisión. Por mi salud mental. Pero no puedo evitar que la actualidad me salpique y me moje hasta el tuétano. Lamentablemente.
Ambas exhibiciones de estulticia me permiten afirmar sin pudor ni rubor que Europa está en crisis, en varias crisis, social, económica, cultural, ideológica y mental, sobre todo mental. Y más.
Rusos, chinos y musulmanes en general, por razones diversas, se están partiendo el esternón con nuestras debilidades, con nuestras infinitas flaquezas; ellos saben que son el futuro y no tienen más que sentarse a esperar a que este desesperante ciclo occidental vaya quemando etapas.
Eurovisión se convirtió hace tiempo en un muestrario del ridículo absurdo en que se ha convertido Europa, una exposición itinerante de todas las limitaciones neuronales -interprétenlo en un amplio sentido- de una cultura agonizante. Y los europeos nos complacemos en mostrar a propios y ajenos nuestra degeneración. Imbéciles.
La exhibición de ayer en la apertura de los JJ. OO. demuestra nuestra inconsciencia, nuestra renuncia a nuestros valores, nuestra burla de nuestros orígenes, nuestra necesidad imperiosa de autoflagelarnos. Peor, demuestra nuestros complejos.
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