La actividad física en la infancia y adolescencia es fundamental para el desarrollo físico y psicológico del niño. Pero también lo es para mantener
continuamente en óptimas condiciones los recursos mentales. Esto lo consigue la actividad física al con- sumir el exceso de hormona cortisol producido por el estrés.
El exceso de cortisol, además de obstaculizar el procesamiento mental consciente, potenciar los miedos y afectar a la memoria, interfiere también en otros sistemas como el inmune, el cardio-respiratorio, el muscular y el digestivo.
Lo ideal es que acostumbremos al niño a incorporar la actividad física a su vida diaria, haciendo que opte por la acción frente al sedentarismo; por ejemplo caminar cuando podamos evitar los vehículos, usar las escaleras en lugar del ascensor, salir de excursión en lugar de ver la televisión o incluir juegos de actividad.
De forma complementaria podemos fomentar actividades deportivas que, además de beneficiar a sus habilidades motoras y cognitivas, también potenciarán sus habilidades sociales y contribuirán a fortalecer su autoestima y el respeto por sí mismo.
Explore nuevas actividades y aún mejor si lo hace en familia.
Pida al niño que le acompañe y ayude en actividades físicas como cuidar el jardín, lavar el coche a mano o dar largos paseos con el perro.
Motívelo con incentivos internos como las alaban- zas o el reconocimiento y tenga presente que también en este área, con su ejemplo, además de beneficiarse usted mismo, puede ayudar al niño a ser activo y en consecuencia aumentar sensiblemente sus probabilidades de ser feliz.
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