(José María Castillo).- Túnez, Egipto, Libia…. La cosa está clara: cada día que pasa, las gentes de nuestro mundo, de nuestro tiempo, y de la cultura que se va imponiendo, soportamos menos la represión (y sobre todo la privación) de la libertad.
Esto quiere decir que los poderes absolutos tendrán menos posibilidades de subsistir y, por tanto, de seguir imponiendo la dominación en cualquiera de sus formas y sean cuales sean los argumentos sobre los que pretendan sustentarse.
Hoy es impensable la esclavitud legalizada, la inquisición legalizada, la monarquía ilimitada legalizada y tantas otras formas «legales» de someter a la gente.
El problema más patente que todo esto conlleva es que los procedimientos de dominación y sometimiento han alcanzado formas tan refinadamente disimuladas de imponerse y obligar a que la gente haga lo que no querría hacer, que la enorme mayoría de los ciudadanos pensamos que somos libres cuando en realidad no lo somos.
Esto sería largo de analizar. Pero con lo dicho basta para dar que pensar a más de uno. Y quiero destacar que, al decir esto, me parece que estoy tocando uno de los problemas más graves que tenemos planteados en este momento.
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