(A. Beizama).- La elección de Jorge Bergoglio como Obispo de Roma y sucesor de Pedro en el ministerio de la unidad y la comunión de la Iglesia, ha sido acogida con alegría, incluso con euforia, por la inmensa mayoría de los católicos. También amplios sectores de la sociedad y del mundo, sea de forma personal o colectiva, se han sumado a este optimismo desbordante.
De cara al mundo, el nuevo pontífice representa el rostro de una Iglesia más sensible a los gozos y las sombras del hombre contemporáneo. Hacia dentro, hacia el interior de la propia Iglesia, el talente de Francisco, es percibido por un nutrido número de creyentes como el soplo de un nuevo aire del Espíritu Santo.
Sus gestos y su sencillo y cotidiano magisterio, han insuflado renovadas esperanzas en las posibilidades de edificar una Iglesia más evangélica, más humana, más fraterna. Corren aires nuevos, aires respirables, que oxigenan el alma y hacen crecer y ensanchar el corazón en la fe, la esperanza y la caridad. Deseamos fervientemente que esos aires lleguen a todos los rincones de la Iglesia, que no queden concentrados en Roma, en el organigrama y estructuras vaticanas, y lleguen también a sentirse sus efectos sanadores en las Iglesias locales.
La renovación está ya en marcha, pero sabemos que necesita tiempo, mucho tiempo, para alcanzar a toda la Iglesia. Nada cambia de un día para otro y menos en la vida de la Iglesia, caracterizada desde antiguo por una actitud de prudencia, e incluso de prevención conservadora, ante la novedad. Pero, además, hay que contar con el rechazo implícito de las minorías remisas y contrarias a lo que supone y propone el papa Francisco.
Una minoría que ha copado algunas parcelas de poder en la Iglesia y en la que hay que incluir a un considerable grupo de obispos. Muchos de estos últimos, aun refiriéndose frecuentemente al magisterio papal, siguen ejerciendo su autoridad en la diócesis sin permitir que se abra un resquicio por el que pueda colarse el espíritu del nuevo pontífice.
Las puertas y ventanas de muchas diócesis continúan cerradas a cal y canto y los pulmones de sus comunidades cristianas siguen teniendo que conformarse con el irrespirable y rancio aire que las conduce a una muerte lenta pero segura. Es de suponer que continuarán haciendo todo lo que esté en sus manos para ralentizar lo que algunos consideran que es imparable, justificando su posicionamiento y actuación desde la convicción de servir al bien de la Iglesia.
También en la Iglesia particular de San Sebastián nos preguntamos con cierta impaciencia y expectación cuándo seremos rodeados y abrazados por el suave torbellino de Francisco. Las últimas noticias que ya corren por nuestra diócesis nos conducen a la desilusión y a la desesperanza. Nuestras expectativas, incluso con respecto a las esperanzas depositadas en la persona de Francisco, se van diluyendo al escuchar que las autoridades del Vaticano, revocando e impugnando lo determinado por el papa emérito mediante rescripto rubricado por el que aún detenta la Secretaría de Estado, el cardenal Tarsicio Bertone, van a permitir que nuestra diócesis sea campo de pruebas del restablecimiento y expansión de una asociación de fieles erigida en Córdoba y que fue fulminantemente disuelta y desmantelada en la etapa final del pontificado de Benedicto XVI.
Las contundentes razones que se esgrimían para tamaña determinación fueron desoídas por el obispo de San Sebastián desde el principio, negándose a llevar a efecto la disposición vaticana y dando cobijo en un monasterio de su diócesis a un grupo de mujeres reducidas al estado laical. Al parecer, nuestro obispo, suponemos que apoyado por algunos de sus homónimos, está a punto de lograr que el Vaticano retroceda en la decisión tomada, cuestionando con ello al papa emérito, y reconvertir este grupo de mujeres en una institución de índole religiosa, de acuerdo con las posibilidades que ofrece el Derecho.
Se espera que el «cónclave» que este mes de agosto reunirá a más de 150 de ellas en el monasterio de Bergara, junto con algunos obispos venidos de distintos países, abra un proceso que culmine en la readmisión de estas mujeres como entidad de vida religiosa, dejando de lado las gravísimas razones que condujeron al pastor supremo a tomar la determinación de disgregarlas.
Para los cristianos de Guipúzcoa resulta curioso que Bergara vuelva a ser el campo de experimentación de los hermanos Munilla. Ya lo fue hace más de dos décadas. Ambos hermanos, una vez sacerdotes, ejercieron en Bergara y sus alrededores su ministerio presbiteral. Este ejercicio supuso el inicio de la ejecución de una estrategia pastoral que debería acabar con «la Iglesia de Setién».
Particularmente, fue su «pastoral vocacional» lo que conmocionó a propios y extraños e incluso, como puede verificarse en los medios escritos del aquel momento, muchos creyentes se preguntaron si no se hallaban ante una secta católica. Bergara, principio de las estrategia pastoral de D. José Ignacio que proyecta construir una diócesis en la que los cristianos den prioridad a su ideología (la de D. José Ignacio) sobre la propia conciencia, en la que la ciega obediencia a su persona, sustituya a la libertad de los hijos de Dios, en la que se dé mayor importancia a su discurso que a la Palabra de Dios.
D. José Ignacio pretende levantar los cimientos de una comunidad cristiana que le reconozca y acepte como centro, fuente y el criterio único, exclusivo y absoluto de la vida cristiana. En esta Iglesia, intenta, y en no pocas ocasiones logra, que los presbíteros sean meros instrumentos de su proyecto, sin personalidad propia y, el resto de los bautizados, agentes pasivos que doblen su rodilla ante él Estas muchachas, sumisas, obedientes, controladas semanalmente mediante el sacramento de la Penitencia, constituyen sin lugar a dudas, una inestimable contribución a dicho proyecto eclesial.
Nos preguntamos si todo esto acontece con el beneplácito de la Santa Sede, si los cardenales Tarsicio Bertone, Philippe Barbarin y monseñor Henri Brincard y otras autoridades eclesiásticas implicadas personal y directamente en tan turbio asunto van a cruzarse de brazos. ¿Será acaso que, en este momento, en el seno de la Iglesia se está dando, aunque sea de manera solapada, una especie de conflicto o guerra entre poderes?
Y nos preguntamos ¿qué puede hacer el papa Francisco para reconducir todo esto por los caminos del Evangelio? ¿Actuará? ¿Respetará la determinación de su antecesor o permitirá lo que parece ser el resurgimiento de aquella asociación religiosa?
Continuamos a la espera, mientras languidece nuestra esperanza. Deseamos y necesitamos los aires frescos y saludables que, según el testimonio de muchos, trae consigo el papa Francisco, para la animación y renovación de la vida evangélica de nuestra diócesis. Recientemente, D. José Ignacio le ha invitado a visitar la cuna de san Ignacio de Loyola… ¡ojalá, se haga presente y nos envuelva en su vendaval de Evangelio!
Más en Religión
CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL
QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE
Buscamos personas comprometidas que nos apoyen
CONTRIBUYE
Home