(José M. Vidal).- Un documento de los obispos españoles sobre los pobres y la crisis. Profético y arriesgado. Desde una Iglesia que quiere situarse como instancia de autoridad moral. Porque sólo así dispondrá de libertad para denunciar a los poderes políticos y económicos que crean empobrecidos. Un documento valiente, que sólo es posible, porque en Roma está el Papa Francisco y porque, en Añastro, ya no manda el cardenal Rouco Varela. Un documento que va a simbolizar el cambio de rumbo de la Iglesia española, que se lanza, con armas y bagajes, a la primavera de Bergoglio.
Sólo se puede edificar «Iglesia pobre y para los pobres» desde la pobreza. O dicho de otra forma, no hay ni puede haber Iglesia para los pobres sin Iglesia pobre. Este principio básico y radical en la eclesiología de Francisco comienza a hacerse carne en la jerarquía española.
Tras mirar durante décadas hacia el lado de la defensa de los privilegios (que algunos prelados siguen llamando ‘derechos’), los obispos españoles quieren pasar página. Y comienzan a hablar de una Iglesia pobre, es decir sin privilegios ni prebendas. Sin dineros. Sin áticos ni palacios. Con sueldos de crisis. Y volcada en la solidaridad y en los preferidos de Cristo: los más pobres.
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