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(Jorge Costadoat, sj).- Años atrás Juan Bautista Libanio, célebre teólogo brasileño, ya muerto, diagnosticó un cisma blanco en la Iglesia. Dentro de muy poco también puede hacer un cisma rojo.
Libanio tuvo razón: el distanciamiento entre los católicos y la institución eclesiástica es enorme y creciente. ¿Quién tiene la culpa del foso que se ha creado? Es difícil atribuir responsabilidades. La cultura ha cambiado una enormidad. En quinientos años ha dejado de ser teocéntrica para convertirse en antropocéntrica. A la gente de nuestra época le interesa más esta vida que la eterna. Con este divorcio entre la fe y la cultura se ha desplomado también la cristiandad: se acabó la alianza entre el poder político y el poder eclesiástico.
El poder eclesiástico ha perdido la posibilidad que le facilitaba el poder político de reunir a sus fieles bajo un mismo ordenamiento civil y moral. Todo lo cual ha desembocado en una significativa liberación de los fieles respecto de la enseñanza oficial. Hoy, de hecho, las mayorías católicas no se sienten interpretadas por la jerarquía eclesiástica, al menos en las regiones tradicionalmente cristianas. Muchos se van. Otros se quedan pero emocionalmente descolgados. Hay cisma blanco: los que se quedan prescinden de la institucionalidad eclesial, salvo cuando les conviene.
Ahora último la discordia ha eclosionado en el ámbito más sensible. El Sínodo sobre la familia a realizarse entre el 4 y 25 de octubre, comienza a agitar las aguas. En ningún terreno la distancia entre la enseñanza del Magisterio y la opinión de los católicos es mayor que en el de la moral sexual y familiar. Desde el Sínodo celebrado en 2014 hasta ahora, se ha levantado una discusión eclesial de extraordinaria importancia.

No es fácil para una institución de dos mil años avanzar unida manteniendo una doctrina común para culturas de cinco continentes, y que por otra parte deje conformes a conservadores y progresistas. El Papa Francisco con un arrojo impresionante lanzó a los católicos treinta y ocho preguntas sobre todos los asuntos atingentes, incluidos los «intocables». Entre las respuestas, la principal de todas confirma que la distancia señalada es real. El Cardenal Kasper, mano derecha del Papa en esta materia, ha hablado recientemente de «cisma práctico».
Los temas en los que la disparidad entre la doctrina y el parecer mayoritario de los católicos son: la enseñanza de la encíclica Humanae Vitae (1968) contraria a los métodos artificiales de control de natalidad; las relaciones sexuales fuera del matrimonio; la homosexualidad; y dar o no dar la comunión en misa a los divorciados vueltos a casar. Este último asunto concentra la discordia porque compromete la doctrina. Unos dicen que esta no puede cambiar porque el mandato de la indisolubilidad del matrimonio remonta a Jesús mismo. Como ha indicado el cardenal Medina, las personas que conviven en un segundo matrimonio lo hacen en adulterio y, en consecuencia, no pueden comulgar. Otros piensan que esta exclusión es despiadada. Creen, en cambio, que la tradición de la Iglesia debiera admitir innovaciones doctrinales. El Evangelio sería el fin, las formulaciones doctrinales meros medios. Si la Iglesia ha innovado en su enseñanza muchas veces en su historia, no se ve por qué no pueda hacerlo en este campo.
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