(Antonio Aradillas).- Como siempre, pero más en esta ocasión, me sirve de mentor -«ayo o maestro»- , el diccionario de la RAE. Este explica que «anticlericalismo es animosidad contra lo que se relaciona con el clero», a la vez que define el «clericalismo» como «influencia excesiva del clero en los asuntos políticos» en su primera acepción, en la segunda como » intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide o dificulta el ejercicio de los derechos de los demás miembros del pueblo de Dios», y en la tercera como «marcada afección y sumisión al clero y a sus directrices».
«Desclericalización» no es término todavía aceptado, pero en su día podría equivaler a «higienización» , es decir, limpieza o aseo , conservación y «mejoramiento de la salud personal, colectiva o social». Es posible que, contando con la colaboración y buena voluntad hermenéutica de académicos y teólogos, no resulte difícil interpretar el sentido y contenido de las siguientes sugerencias:
El anticlericalismo como tal, y en rigurosa, equilibrada y sanante aplicación a comportamientos personales e institucionales, y a determinadas ideas, no podría ser proscrito ni vilipendiado por la Iglesia, sino todo lo contrario. Hasta debiera llegar a convertirse en tema fundamental del proceso de la educación- formación elementalmente religiosa en la pluralidad de expresiones de su relación con Dios y sus misterios. Excesos verbales, junto con conductas frívolas, malintencionadas unas, y otras -las más-, sospechosas de ya caducadas bizarrías y jactancias antirreligiosas de por sí, y sin más, crearon, fomentaron e impusieron temperos de rechazo universal a cuanto oliera a incienso, o hubiera sido asperjado con agua bendita.
Hoy, por fin, y gracias sean das a Dios, a los «anticlericalismos impíos y blasfemos» anteriores, dentro y fuera de la Iglesia, se les entreabren puertas de comprensión y de recibo, no solo al dictado ascético de la misericordia, sino a consecuencia de la comprobación de la existencia de motivos y razones sobradas como para que, de alguna manera, se justificaran determinadas reacciones personales y corporativas.
Hay anticlericalismos salvadores de la verdad de la Iglesia, que contribuyeron, y contribuyen, a la limpieza y legitimación de la misma. A la luz de la fe y del evangelio, proclaman y testifican ya algunos, que ni la idea primigenia ni la apuesta que por Ella hizo Cristo Jesús jamás intentaron irrumpir en esferas político- terrenales, y menos en hacer de sus jerarcas otros tantos administradores, en calidad de representantes del único y verdadero Dios, «dueño y señor del universo» y de cuanto en el mismo se contiene, iniciando y efectuando tal tarea- ministerio por imperativo de la misma teología y de interpretaciones bíblicas.
El anticlericalismo interpretado, y que pretende vivir el Papa Francisco, es – está siendo ya–, testimonio de comportamiento acendradamente cristiano, que «ipso facto» coloca las cosas en su sitio, es decir, en conformidad con el plan de Dios sobre el mundo y sobre quienes lo habitaron, lo habitan y lo habitarán.
Aunque en ocasiones a algunos les dé la impresión de que la Iglesia, sobre todo en España, se somete, o la someten, a procesos de «desclericalización», es de justicia reconocer que el ritmo es desesperadamente lento, y más si se tienen en cuenta cuales y cuantas son las prisas que presiden y estimulan determinados hechos, ideas y comportamientos ya en la actualidad. Los casos que lo demuestran, todavía con cierto pudor, se asoman a los medios de comunicación, pero son ciertamente elocuentes, sinceros y significativos. El clericalismo está inscrito en la historia y en el DNI., de los hispanos con rasgos efectivos y hasta nominales que imprimen carácter de modo y manera indelebles.
Por exigencias tanto semánticas como cristianas, urge servirse de las palabras que recoge y sanciona el Diccionario para poder ser y ejercer como ciudadanos y como miembros de la Iglesia, evitando situaciones de desunión y desencuentro, que es lo que de verdad destruye todo intento de convivencia y de entendimiento humano y divino. Higienizar -«desclericalizar»- las aguas estancadas – también pueden estarlo las bautismales-, es compromiso permanentemente cristiano.
Cultivar anticlericalismos desde posiciones y santos convencimientos humildades y penitenciales, es, fue y será, argumento y ministerio primordial de los evangelios, que sempiternamente delimitan con fidelidad la figura de Jesús, laico, servidor y hermano de todos.
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