Desahogos callejeros

(Ramón Baltar).- Los trentoditas tienen todo el derecho del mundo a ruar su rechazo de las leyes que tratan de remediar el sufrimiento que padecen los niños transexuales, pero el suyo no anula el del vecindario a hacerles saber que su demanda es impertinente. El modo indelicado de presentarla y la pobreza de los argumentos con que la adoban lo certifica.

Concedido que los mensajes publicitarios han de tener mordiente y saltarse las constricciones de la corrección política, la naturaleza del asunto aconsejaría extremar el cuidado en el uso del lenguaje con que se sirven. Pensamos con palabras, y por estas se conoce si las razones están bien o mal concertadas: expresión basta revela pensamiento mal labrado. Puede decirse que el envoltorio no ayuda a adquirir la mercadería que tratan de colocar los partidarios de prohibir los tratamientos de reasignación de sexo.

No tiene la sociedad civil motivo ninguno para hacer suya la pretensión de condenar a un ser humano a la pena de vivir en un cuerpo que contradice el género sentido, con la aquella de que ajustarlos apareja transgredir las leyes biológicas. Se supone que los que quieren hacerse oír deberían por coherencia pedir también que se prohiban todos los tratamientos médicos que permiten corregir enfermedades o malformaciones de nacimiento, pero ni por pienso. Omisión que desenmascara enfoque ideológico.

La doctrina moral católica tocante al sexto trae su origen, no de la concepción judía del amor humano (léase el biblico Cantar de los Cantares, donde tan bellamente se contiene), sino por malos de nuestros pecados de la concepción dualista de las filosofías griegas que explicaban el hombre como compuesto de cuerpo y alma, símbolos de lo bajo y lo elevado respectivamente. Posición reaccionaria si las inventó el demonio.

Acusa el integrismo montaraz a los Parlamentos de aprobar una imposición tiránica y de atacar a la libertad de conciencia. Estarían en lo cierto si las leyes cuestionadas fueran coactivas, pero de hecho son permisivas.