(Josep Miquel Bausset osb).- La Santa Sede ha concedido a las diócesis valencianas, a petición del arzobispo de València, Antonio Caizares, un Año Jubilar con ocasión del VI centenario de la muerte de San Vicent Ferrer, patrono del País Valenciano y gran taumaturgo. Este Año Jubilar comenzará el día de la fiesta de San Vicent, el próximo mes de abril y acabará en abril del año que viene. Creo que este jubileo en honor del valenciano más ilustre, que siempre predicó en nuestra lengua, sería una ocasión propicia para introducir el valenciano en la Iglesia, ya que esta lengua se encuentra proscrita, salvo honrosas excepciones, en los templos valencianos.
Cuando el 15 de febrero de 2016 el papa Francisco llegó a Chiapas, se encontró con una diócesis marcada por la solicitud pastoral y cultural del obispo Samuel Ruiz.
Méjico no tenia conciencia de identidad y los indígenas fueron marginados y tratados como un apéndice molesto que había que eliminar. Y es que la mirada homogeneizadora de la conquista, no tuvo en cuenta a las culturas autóctonas, que los colonizadores españoles disolvieron.
Cuando Samuel Ruiz llegó a Chiapas en 1959 como nuevo obispo, se encontró con una diócesis, San Cristóbal de las Casas, con un millón y medio de habitantes, de los cuales el 79% eren indígenas. Samuel Ruiz llegó a Chiapas con una mentalidad «conquistadora» y por eso pensó enseñar español a los habitantes de esta zona, porqué ¿como podía evangelizar Chiapas, si tenia como mínimo cinco lenguas derivadas de la antigua lengua maya? Samuel Ruiz descubrió que sus predecesores en el episcopado también habían intentado (con poco éxito) enseñar el español a aquella gente. Y es que a menudo la acción misionera había provocado la destrucción de las culturas indígenas, que habían estado pisoteadas, incluso desde punto de vista eclesial.
Con el tiempo, el obispo Samuel reconoció que al principio, su encuentro con las lenguas indígenas fue un choque: «Yo veía las lenguas indígenas como un obstáculo para la evangelización».
Después comprendió que «cuando vas a un país, no puedes exigir, para comunicar-te, que la gente del lugar hable tu lengua. Comprendí que era más sencillo que los agentes de pastoral aprendieses las lenguas de los lugares donde trabajaban, en vez de pretender que la comunidad entera aprendiera la lengua española».
Fue el Concilio Vaticano II, con el Decreto «Ad Gentes», que hizo entender al obispo Samuel el mundo indígena de una manera diferente, no asimilando a la gente a la cultura española, sino respetando y valorando la dignidad de las culturas indígenas. En vez de imponer la cultura Occidental como único medio de expresión de la fe, el obispo Samuel se dio cuenta que había de respetarse la identidad cultural de cada pueblo, realidad que aun no han comprendido los obispos del País Valenciano, que continúan marginando la lengua de los valencianos.
El obispo Samuel descubrió que para vivir la fe, no hacía falta despojarse de la propia identidad e injertar el cristianismo en el seno de una cultura extranjera. Así, gracias a los obispos africanos presentes en el Vaticano II, Samuel Ruiz entendió que era preciso respetar las culturas indígenas. Y es que el Concilio defendió que todas las culturas son el receptáculo de una presencia reveladora y salvadora de Dios. También la valenciana.

Por eso el obispo Samuel cambió de actitud y de dominador, se convirtió en defensor, ya que tuvo una gran sensibilidad por la condición indígena, defendiendo la presencia de la Iglesia en esas comunidades y la supervivencia de sus culturas. Si desde siglos la historia de América no fue sino un apéndice de la historia de la Iglesia europea, se comprende que la gente dominada no tuviese tampoco identidad propia, ya que se identificaba con la de los dominadores. El Vaticano II cambió la mirada del obispo Samuel, que fue descubriendo que las culturas se han de querer en ellas mismas, ya que están impregnadas de la presencia salvadora de Dios. Así, Samuel Ruiz emprendió la tarea de construir una Iglesia autóctona, para demostrar que la encarnación en la cultura es siempre experiencia de Iglesia. De hecho, Jesús se encarnó en una cultura concreta, minoritaria y marginada. No se encarnó en la cultura dominante de los opresores, la latina, ni tampoco en la cultura griega. De aquí la importancia que el Vaticano II dio a la encarnación y a la aculturación de la Iglesia en todas las lenguas y en todas las culturas.
El cambio que experimentó el obispo Samuel por lo que respecta a la defensa de las culturas indígenas, se observa en una anécdota que contaba él mismo: «Un día fui a una comunidad de Bachajón y me esforcé en hablar con dos hermanas indígenas. En ver la enorme dificultad que yo tenia para decir algunas palabras sencillas en su idioma, las dos mujeres se decían una a otra: «Este pobre obispo no sabe hablar». Fue entonces cuando el catequista le dijo al obispo: «Querido obispo, ¿no he hecho yo un gran esfuerzo para venir a ti y aprender a hablar en tu lengua? ¿Porqué no haces tu un esfuerzo para venir a mi y aprendes una poco de mi lengua?». Fue así como los misioneros se animaron a aprender las lenguas indígenas, para practicar una evangelización adaptada a la cultura y por eso la diócesis de San Cristóbal publicó un catecismo en tzeltal y la traducción de la Biblia a las lenguas indígenas. Y cuando en 1974 se hizo un congreso sobre el V centenario del nacimiento de Fray Bartolomé de Las Casas, se hizo en las lenguas de los indígenas, con intérpretes que hablaban al menos cuatro lenguas (tzeltal, tzotzil, tojolabal y chol) además del español.
Conocedor de las lenguas mayas y amante de sus culturas, el obispo Samuel Ruiz fue un gran impulsor del movimiento por la dignidad de los indígenas de Chiapas y un pionero en la defensa de sus derechos.
El obispo Samuel Ruiz ayudó al pueblo a hacer una reflexión sobre el Reino de Dios, que permitió un acercamiento a la fe de las comunidades indígenas, cosa que implicaba una acción en la historia para instaurar la justicia y la fraternidad.
A diferencia de Chiapas, la inculturación de la Iglesia no ha llegado todavía al País Valenciano, ya que nuestra lengua se encuentra proscrita. He tenido una sana envidia al leer la entrevista en RD al arzobispo Julián Barrio, cuando afirmaba que «el gallego es una lengua a la que se ama y se utiliza con normalidad». Como es lógico. Y a pesar de ser lógica esta medida, los valencianos comprobamos que nuestra Iglesia ni ama ni utiliza con normalidad nuestra lengua.

Cuando el arzobispo Antonio Cañizares tomó posesión de la diócesis de València, en octubre de 2014, afirmó que se sentía «más valenciano que nunca». Y cuando se celebró en la catedral de València, en octubre de 2016, la Asamblea Diocesana, que aprobó el Nuevo Plan Diocesano, uno de los temas tratados fue el valenciano en la Iglesia. Concretamente el tema 3, sobre la liturgia, en el punto 107, aprobado mayoritariamente, decía: «Fomentar el uso del valenciano en la liturgia, como cauce de evangelización enraizado en nuestra cultura, promoviendo la edición de los libros litúrgicos en valenciano», que a pesar del Vaticano II, todavía no tenemos. Fue precisamente en 1965, al finalizar el Vaticano II, que más de 20000 valencianos firmaron una petición dirigida a los pastores de la Iglesia Valenciana, pidiendo la introducción del valenciano en la liturgia. Sin que los obispos valencianos hicieran caso de esta petición. Y 53 años después, todavía estamos igual, sin la presencia del valenciano en los templos.
La celebración del VI centenario de la muerte de San Vicent Ferrer, habría de ser una ocasión propicia para aprobar definitivamente el Misal Valenciano, traducido desde hace años por la Acadèmia Valenciana de la Llengua (el ente normativo por lo que respecta al valenciano) y que sigue durmiendo el sueño de los justos, in saecula saeculorum, en algún despacho del palacio arzobispal de València, sin que nuestros obispos se animen a aprobarlo.
Cuando las comunidades indígenas de Chiapas y de todos los países del mundo han introducido en la Iglesia sus respectivas lenguas, a los cristianos valencianos se nos obliga a dejar nuestra lengua a las puertas de los templos, donde nos vemos obligados a rezar y a celebrar nuestra fe, no en valenciano, como sería normal, sino en castellano.
Si en este centenario de San Vicent Ferrer se consigue (haciendo caso de lo aprobado en el Nuevo Plan Diocesano) la introducción del valenciano en la liturgia, éste será el milagro más portentoso de San Vicent, de los muchos que hizo. Y así podremos celebrar nuestra fe en la lengua en la que predicó el patrono del País Valenciano.
Amén.

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