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El sacerdote mexicano y el pastor guatemalteco José Pilar Álvarez, perseguidos por el Evangelio

Alejandro Solalinde: «La Iglesia tiene arriesgarse y perderlo todo: el pedigrí, los palacios, la forma piramidal…»

"Somos pastores, por eso no le tenemos miedo a los lobos"

Jesús Bastante 26 May 2012 - 08:57 CET
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(Jesús Bastante).- Alejandro Solalinde es sacerdote católico, y José Pilar Álvarez es pastor luterano. El primero es mexicano, el segundo guatemalteco. Ambos están siendo perseguidos por defender los derechos de los más desfavorecidos desde el Evangelio. Viven con guardaespaldas, han puesto precio a sus cabezas. «Somos pastores, por eso no les tenemos miedo a los lobos«, afirma Solalinde, que se muestra convencido de que Jesús, hoy, «estaría con los indignados del mundo»

-¿Por qué están aquí ahora? ¿Cuál es la situación en sus países? ¿Por qué hay tal amenaza hacia su labor?

J.P. – Yo he coincidido con el Padre Alejandro en esta gira por Europa. He tenido el gusto de conocer su ministerio, su trabajo, y todos los problemas que tiene que enfrentar en México por su defensa de los Derechos Humanos. En Guatemala estamos atravesando una situación similar. Todas las comunidades indígenas, líderes, organizaciones sociales, iglesias que defienden los derechos humanos relacionados con el agua, la alimentación, la vida, el ambiente, el territorio… están siendo perseguidos y criminalizados. Por ejercer esta misión, que en todos los casos de hace desde el marco de la resistencia pacífica, es decir, dentro de lo que el marco jurídico e institucional permite.
Yo vengo de una región al noreste de Guatemala, donde se ubica la montaña La Granadillas, que representa la única y principal fuente de agua para cerca de 300 mil habitantes. Para proteger esta montaña surge el acompañamiento que la Iglesia Luterana da a comunidades campesinas e indígenas. Están participando habitantes, iglesias, comunidades… en un esfuerzo ecuménico por conservar esta montaña, y que sea declarada por el Congreso de Guatemala como una reserva protectora de manantiales. En esta gestión hemos recibido amenazas, intimidaciones…

-¿Provoca ansias de poder un recurso natural como el agua?

J.P. -Claro. Lo que pasa es que las fuentes de agua están en los bosques, y los intereses de empresas y terratenientes principalmente, quieren seguir extrayendo estos recursos naturales. Desde México hasta Brasil. Pareciera una política de Estado para desarticular todo el movimiento social que se ha creado en torno a esto.

A.S.- Digamos que es una política sistémica, estructural.

-En el caso de México, ¿cómo lleva a cabo su labor, Padre?

A.S. – José y yo tenemos un común denominador: los dos somos pastores, los dos estamos defendiendo a nuestras ovejitas, pero también estamos defendiendo la vida. Los dos somos víctimas indirectas de un sistema neoliberal capitalista abusivo, depredador y ecocida. En Guatemala están defendiendo la vida de cuatro ecosistemas. En México estamos defendiendo a la población transmigrante procedente de Centroamérica, que también es víctima del sistema que ha depredado su región, que ha acaparado el café y la fruta, y que ha privado de oportunidades a los jóvenes, que tienen que salir e ir a buscar trabajo a donde creen encontrarlo: Estados Unidos. Por defender esa vida, hemos tenido que estar los dos en medidas cautelares, perseguidos y amenazados.

-Incluso han puesto precio a su cabeza.

A.S. -Sí. Los dos tenemos escoltas.

J.P.- Yo gozo de cuatro guardaespaldas, a petición de la Comisión Interamericana para los Derechos Humanos. El Ministerio de Gobernación se ha visto en la obligación de protegernos. Eso nos ha cambiado realmente la vida. El ritmo de la vida se altera. Ya no se duerme igual, en medio de la tensión de la persecución, de la intimidación. Pero se trata de defender no sólo nuestra vida, sino la de comunidades enteras. Es una misión evangélica, movida incluso por el Espíritu Santo, que ha movido a las comunidades de fe en América Latina. Ahí estamos, y tenemos que seguir, también para garantizar la vida de las futuras generaciones.

A.S.- Yo lo veo de esta manera: es una guerrita a muerte entre el dinero y Dios. Dios busca la vida y defiende a los pobres, camina con ellos. Del otro lado están los que se empeñan en hacer ganancias ilícitas del ser humano, porque ven en le persona una mercancía y no pueden para su ambición. Es una adicción al dinero. Pero Dios se empeña en acompañar a su pueblo, y Él tiene la última palabra. Nosotros estamos en medio.

-Padre, ¿cómo se define usted en el interior de la Iglesia mexicana? ¿Se ha considerado un outsider? ¿Está ahora recabando apoyos que antes no tenía?

A.S.-Bueno, yo amo a mi Iglesia, por eso la acepto como es, pero no me resigno. La veo en tránsito, en una transformación. La Iglesia ha sido infiel, y tiene que cambiar. Se ha apartado del camino de Jesús, ha buscado el poder, ha buscado el dinero. La jerarquía actual no es culpable de las estructuras que ha heredado, pero sí es responsable de seguir conservándolas. De mantener esas estructuras que están en contra de la comunión. El poder no es patrimonio de la Iglesia. Yo creo que el Vaticano nos ha dado una buena pista en la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida. Pero esa pauta cuesta trabajo. Pero tarde o temprano la Iglesia tiene que cambiar.

-¿Tal vez las iglesias se manejan más en criterios de poder que de servicio?

J.P.- Claro. Las iglesias estamos en la búsqueda de ese servicio. Una de las cualidades fuertes de Jesús en el acompañamiento a su pueblo, era precisamente el servicio en el amor. Él enseñó el amor al prójimo, y los apóstoles, en seguimiento a sus enseñanzas, nos enseñaron a amarnos mutuamente ya que Dios es amor y está presente cuando los seres humanos nos amamos. Ésa es la misión de la Iglesia, y por esos nos unimos para promover el bien común y el derecho a la vida en todas sus expresiones.

-¿Jesús fue un indignado?

A.S.- Sí. Un joven bien valiente. Si Jesús viviera hoy, estaría con los indignados de todo el mundo.

J.P.- Y también sería inmigrante.

A.S.- Por supuesto. Él fue emigrante toda su vida. Vivió el riesgo, y por eso le interesó la gente, porque no creía en el poder. Él nos dijo que buscáramos lo primero el Reino de Dios y su justicia.

-En su situación, en la que es tan legítimo y tan humano sentir miedo, ¿dónde está la fe? ¿Se sienten como Jesús en el huerto de los olivos? ¿Han llegado a cuestionar la fe a causa del sufrimiento?

J.P.- Bueno, la fe y la esperanza son dos principios cristianos que Jesús, y la Iglesia apostólica y profética han pedido siempre al pueblo. En nuestro caso, a pesar de que estamos recibiendo protección de los aparatos del Estado, y de organismos internacionales de derechos humanos como Amnistía Internacional o Brigadas de Paso Internacionales, u otros organismos locales que están vigilantes y atentos para que no nos pase nada; es cierto que sentimos miedo. Es humano. Pero no debe ser lo que nos doblegue ante nada y ante nadie. Más bien la fe y la esperanza, y esa fuerza que nos une, son las que nos deben levantar y animar a seguir en esa tarea.

A.S.- Claro que sí. Precisamente, otra cosa en común que tenemos los dos es la superación del miedo. La gente corrupta que quiere doblegarnos apuesta por el miedo. Es su instrumento. Pero, cuando nosotros lo superamos por la fe (porque ni la fe ni el amor permiten el miedo), ya no saben qué hacer. Hemos superado el desafío de las amenazas. El miedo es superable. Yo he descubierto el don de fortaleza del Espíritu Santo. Los que han perdido la fe, quizá han perdido la fe en las estructuras, pero el Espíritu Santo existe, y es innovador, revolucionario. No para. Y gracias a él se explica la supervivencia de la comunidad de hermanos luteranos de José Pilar, que se han organizado y han desafiado al poder con amor y con paz.

-¿De dónde vienen las amenazas? ¿En qué consisten?

J.P.- Nosotros, que estamos intentando conservar los ecosistemas de la montaña de Las Granadillas, hemos enfrentado ya cinco procesos judiciales, donde han aparecido grupos terratenientes con nombres y apellidos, diciendo que estábamos amenazando, coaccionando, o atentando contra los bienes del Estado, por ejemplo. Esos son los delitos de los que nos están acusando los grupos de poder, personas particulares y terratenientes, en alianza con funcionarios de gobierno y del sistema judicial, cuyo objetivo es desarticular la organización comunitaria, que lo que quiere es vivir bien, en armonía y en paz. Por supuesto que las cinco veces que se nos ha acusado ante los tribunales de justicia hemos demostrado que nuestra resistencia es pacífica, que estamos ejerciendo nuestros derechos y que nunca, en nueve años que llevamos defendiendo la montaña, hemos incurrido en actos de violencia o cometido delito alguno. Ni en lo más mínimo. Estos grupos quieren seguir saqueando lo poco que aún tenemos, y que es la Creación que Dios dejó a los seres humanos.

A.S.- Y no sólo a los de ahora: también a los que vengan. Es que es intolerable que alguien conciba apropiarse del patrimonio de los de hoy, y cambiar en pesos el patrimonio de los de mañana, destruyendo la vida. El sistema neoliberal capitalista lo autoriza, lo permite. Permite la acumulación y el monopolio que empobrece a las grandes mayorías. Aquí no se trata de comunismo. Para que nadie se asuste con el Coco: yo no soy socialista, ni mucho menos comunista. Soy cristiano. Y estos criterios nos llevan a pensar en la justicia.

-Escuchándoles, uno se acuerda de Monseñor Romero, de Monseñor Gerardi, de Ellacuría y otros compañeros. A Romero le mataron hace más de 30 años, y, en cambio, todavía hay pastores sufriendo miedo y amenaza. Todavía se puede morir por defender a los pobres, pero supongo que ustedes no tienen vocación de mártires.

J.P.- ¡No! Para nada. Amamos la vida. Romero, Gerardi, Martin Luther King y tantos otros siguieron el legado de Jesús y los profetas. En Guatemala en estos momentos hay un nuevo gobierno. Muchas comunidades campesinas e indígenas están reclamando derechos. Muchas regiones del país están resistiendo pacíficamente para que no se impongan proyectos de empresas transnacionales. ¿Y cuál es la respuesta del actual gobierno? Militarizar, declarar estados de sitio. Y ésa no es la forma. Así como la Iglesia tiene que aprender a escuchar a las comunidades, y el pueblo tiene que dejarse evangelizar, así también los Estados. Para eso fueron formados: para responder a las demandas populares.

A.S.- Sí, pero resulta que ahora estos Estados están mandados por la plutocracia, por la gente de dinero. El capital financiero es el que manda a las autoridades. Por eso ellos deben estar al servicio del sistema y de los ricos.
Yo no tengo nada contra los ricos, los quiero igual que a los pobres. Pero la verdad es que el Estado mexicano está más al servicio de los intereses de Estados Unidos que de nuestros hermanos de Centroamérica.

-¿Merece la pena arriesgar la única vida que tienen?

J.P.- Es que es un asunto de vida, y tenemos que defenderla a toda costa. Si no promovemos la vida, entonces habría que promover la muerte. La misión de Jesús era anunciar la vida, el Evangelio, el Reino de Dios. Un montón de hombres y mujeres le siguieron, y empezaron a dar testimonio. La resurrección de Jesús es una muestra de ese amor a la vida, Dios es Dios de la vida. Y por lo tanto, nosotros tenemos que ser pastores a favor de la vida. Por eso estamos comprometidos.

A.S.- Jesús decía «Quien ama su vida, la perderá (quien la quiera guardar egoístamente); y quien la pierda arriesgándola en el servicio, la va a ganar». Yo creo que nuestra Iglesia tiene miedo. En el fondo sabe lo que tiene que hacer, pero tiene mucho miedo. Lo que tiene que hacer es dar el gran paso de arriesgarse y perderlo todo: el pedigrí, los palacios, la riqueza, los títulos nobiliarios, la forma piramidal monárquica que tiene… Perder también el miedo que tiene a incluir a los laicos, a las mujeres, y a todas las personas a las que ha excluido. Tiene que cambiar totalmente, y pasar de ser una figura que ha ponderado y ha manipulado el cuerpo de Cristo para estar arriba dominando y mandando; a ser Pueblo de Dios, donde todos seamos hermanos y haya una actitud colegiada de los obispos.

J.P.- Es una cuestión de horizontalidad, de justicia y de igualdad. Nadie debe ser excluido por ninguna condición. Todos estamos llamados desde el bautizo a ser cuerpo de Cristo en igualdad de oportunidades, en justicia y equidad.

-En México se han vivido durante años atroces ataques contra la vida de menores por parte de personas de cierta responsabilidad, como Marcial Maciel. Y durante mucho tiempo tanto las autoridades mexicanas como las autoridades vaticanas han establecido un muro de silencio en torno a los abusos sexuales de Maciel. No se termina de atajar el asunto de la pederastia. ¿Cómo vive usted esto, como miembro de la Iglesia y como ciudadano de su país?

A.S.- Más que sólo indignarme, yo pensaría en una solución. Maciel ya se murió, pero dejó una obra, y no es justo que toda la gente que queda cargue con el estigma de su fundador. Él lo generó, es la causa. Pero no es justo que los demás sigan cargando con eso. Lo que debería haber hecho la Iglesia católica, en lugar de mandar un par de cardenales para tranquilizar la situación y decir «Cálmense y aguántense, es la cruz de Jesús»; en lugar de ser tan vertical, habría que haber escuchado a los diferentes sectores de la Legión, y preguntarles qué proponían. Darles la oportunidad de hacer una refundación a partir de su situación y de su propio dolor.

-Tienes que sentirte muy perdido cuando has pasado la vida siguiendo a un personaje así. ¿Es por eso que se ha retirado a sus cuarteles de invierno?

A.S.- Claro. Tendrían que haber rescatado su vocación. Para mí las personas son lo más importante, y en este caso no han sido la prioridad. Hay que decirlo claro: dentro de la Iglesia católica, el ser humano no es la prioridad. Sí lo es en las declaraciones, en la retórica… pero en la práctica son más importantes los sistemas, la administración, la liturgia, la disciplina, el dogma, etc. Tenemos que recuperar la centralidad de la persona, y también la dignidad perdida de la Iglesia Católica, que es el servicio.

-¿Han recibido alguna muestra de apoyo del Santo Padre o la Curia vaticana?

A.S.- Yo no. El apoyo personal de algunos obispos, sí. Pero no el oficial. Creo que deben sentirse un poquito incómodos por los señalamientos que estoy haciendo. Pero en realidad son parte de lo mismo que me han enseñado. No pueden decirme que soy un apóstata, un hereje o una persona rebelde. Al contrario: estoy tratando de ser fiel a las enseñanzas que me dieron ellos mismos, la Iglesia Católica, el Vaticano II, Aparecida, el Magisterio de la Iglesia y la Palabra de Dios. Una cosa es lo que dice Jesús en los Evangelios, y otra muy distinta es lo que están haciendo. Si me hablan de infidelidad, habría que preguntarles quién es más infiel.

-¿Qué podemos hacer desde España?
J.P.- El hecho de que hayamos venido aquí a compartir nuestra experiencia, también es por si de repente alguna voz puede salir desde acá, con solidaridad, apoyo o acompañamiento. Eso a nosotros nos hace sentir más seguros, con más fe y esperanza. No han faltado las expresiones de solidaridad en la Iglesia Luterana. También la Iglesia Católica ha sido muy solidaria, la Iglesia Episcopal, la Evangélica de los movimientos pentecostales… Lo que esperamos de la Unión Europea y de España en particular es esa misma solidaridad que nos mantiene con vida.

A.S.- Yo también diría aquello de «médico, cúrate a ti mismo». Si me quieres ayudar allá, ayuda a los migrantes que vienen aquí, cambia tus políticas. Supera los derechos humanos «a secas» para tener derechos humanos de las personas migrantes. Y no quites, no robes, en medio de esta crisis, presupuesto de lo social. Recortes para los más débiles, no me parece lo más evangélico, ni lo más ético.

-¿Van a volver a sus países?

A.S.- Claro, somos pastores. No les tenemos miedo a los lobos. Yo el día 3 de julio estoy allí.

J.P.- Eso es. Lucharemos contra los lobos, incluso aquellos vestidos de oveja. Vamos a volver porque allá está nuestra misión, y la gente nos espera.

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