Se habían refugiado en un motel cualquiera, a salvo de miradas indiscretas, pero poco se imaginaba la calenturienta pareja que el techo les iba a jugar una mala pasada.
Y no es que se les fuera a caer encima, ya que no había, sino que su ausencia iba a brindar a los cotillas tripulantes de un helicóptero el poder filmar sus devaneos amorosos.
Así, su 69, ha quedado para la inmortalidad y para la envidia, quizás, de muchos.
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