Los rayos del sol, paulatinamente, empiezan a caer de lo alto, rompiendo el luto del inmenso mar de estrellas que es el ocaso. El silencio, sepulcral, se mantiene cual omnipotente monarca del sonido. La Humanidad, sumida en el sueño glorificado y sacramental, no se percibe de su incipiente presencia. Tú, desde la ventana, eres el único ser que estás llamado a presenciar este magno espectáculo. La luz, poco a poco, va cubriendo las tinieblas de la oscuridad. Dulcemente, casi sin avisar, está llegando. Amanece.
Joaquín Sabina, el poeta que canta a los perdedores porque se canta a sí mismo, le está susurrando una melancólica estrofa a la noche que se va. ¿La oyes? ¿La sientes? ¡Qué grande es Sabina! Él sí que se atrevió a soñar, a amar, a vivir. Cigarrillo en mano, acaricia la guitarra, la musa que nunca le abandonará. Creo, sin lugar a dudas, que ésta es su mejor canción. ¿La conoces? Se llama ‘Amanecer’…
Los destellos blancos, radiantes y sonrientes, anuncian el nuevo día. Hoy muchos morirán, pero también serán otras almas las que vean por primera vez el sol. En Estambul, los ornamentos dorados saludan efusivamente al astro rey. En América, los incas, los mayas y los aztecas, reencarnados, veneran a la vid de la resaca. En Japón, un andaluz bonachón, aficionado a la búsqueda de increíbles seres monstruosos, es el que se estremece con su presencia.
Y en Madrid, siempre al final del camino Madrid, eres tú quien da las gracias al nuevo día. Precisamente por eso: por ser un nuevo día. Por poder contar el ayer. Por vivir.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA
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