Conviene hacer un breve repaso de lo que supuso el tránsito del politeísmo al monoteísmo como intención del ser humano para buscar respuestas. Sócrates fue condenado, no por ser ateo y no creer en los dioses, sino por no cumplir con los ritos tradicionales en la época en el siglo IV a.C. El hombre ya se hacía preguntas y tenía inquietudes que los dioses tradicionales no podían responder, en temas referidos a la vida y, sobre todo, a la muerte. De esta manera, y en un proceso costoso de unificación, apareció el monoteísmo.
La principal pretensión del monoteísmo es la universalidad, es decir, creer en un Dios único y aspirar a que ese Dios se convierta en el Dios de todos.
En las últimas décadas, estamos viviendo un cambio de conceptos, es decir: de lo “absoluto” a lo “verdadero”. En este sentido, encontramos la confrontación entre las tres religiones monoteístas – judaísmo, cristianismo e islam-, la intransigencia del islam es notoria al no dejar ninguna posibilidad de diálogo y de encuentro, y el judaísmo no se presenta tan beligerante, pero niega la realidad del Nuevo Testamento. ¿No se debería reconocer que la religión ha de ser el camino de salvación de los fieles? Hegel decía que el cristianismo es la única “religión absoluta”, pero ¿qué significado tiene aquí el término absoluto?, ¿es desprecio hacia las otras dos? A mi juicio, no debería ser así, no pretendo levantar ampollas, pero el ejercicio de la primacía sobre las otras, no hace que una religión sea más “verdadera”, cuando lo que sí debería quedar claro es que Dios es único.
Existe una parábola budista que es muy instructiva frente al intento de pretender lo absoluto, en lo que se refiere a que todas las religiones palpan al mismo elefante de tal forma que: “Uno agarra una pata y cree que es un tronco de árbol; otro coge una oreja y la toma por una hoja de palmera; el tercero coge el rabo y cree asir una soga; pero ninguno de los tres agarra al elefante entero”. El término “absoluto” no debería predicarse en ninguna religión. Dios debe ser “Misterio”. El cristiano ha de dar testimonio de su verdad que deberá convencer por sí sola, pero siempre dialogando con las otras religiones.
Desde mi punto de vista, todas las experiencias religiosas se realizan desde la limitada subjetividad humana. Pero con la seguridad que no todas tendrán la misma capacidad de acercarse al “Misterio” y tematizar la salvación. El magisterio cristiano desde Nicea, con los Padres de la Iglesia Oriental y Occidental, el misticismo europeo de la Edad Moderna y el compromiso de la Iglesia Católica con la cantidad de Concilios que ha tenido a lo largo de su historia, la sitúan en ventaja desde el punto de vista del rigor y el conocimiento. Y esto no es menosprecio hacia el judaísmo y el islam.
Todas las religiones han de buscar la verdad, pero ¿en qué grados medimos la verdad? Probablemente, la religión más verdadera sea la que tenga mayor capacidad de iluminar los momentos más decisivos de la vida y la muerte. No creo que, en esta búsqueda, ninguna religión pueda igualar al cristianismo, especialmente cuando se trata de los trances más amargos.
Ninguna religión debería dar pie a la aparición del fundamentalismo, pero en la realidad sucede. El mismo Benedicto XVI reconoció que la religión por sí sola, cuando abandona la razón, cae en el fundamentalismo. El fundamentalista no es más que un convencido sin capacidad de reflexión; “un clarividente ciego, un celoso vigilante de la nada”, como los definió Pannenberg (teólogo protestante alemán).
La religión no debe perder la identidad, esta identidad no es cerrada, sino que se consigue de forma progresiva, teniendo en cuenta tres puntos fundamentales: el inicio del proyecto religioso, la tradición y el momento presente. Cuando no se tienen presentes estos tres aspectos, surge el fundamentalismo. Como le sucede al islam, al negar de forma categórica al judaísmo y al cristianismo cuando, además, fueron las fuentes con las que inició su camino profético Mahoma, y lo mismo al protestantismo, por negar todo el magisterio de la iglesia en la Edad Antigua y el Medievo. Por eso, una de las señas de identidad del fundamentalismo es el olvido de la historia.
La religión se ha de mostrar dinámica, esto lo defendía bien Hegel, porque el carácter estático rechaza la duda y el ejercicio de la razón crítica. El cristianismo es todo lo contrario, preguntar es un acto piadoso y humilde. Tenía razón Heidegger cuando defendía la “piedad de la pregunta”. Y no podemos olvidar que Jesucristo, murió con una desgarradora pregunta: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34).
JOSE CARLOS SACRISTÁN (ENRAIZADOS)
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